El Roco es un narrador oral de las buenas nuevas y de lo censurable

  • Un estudiante de la ENEP Acatlán registró en una grabadora las voces de la «Ilión lacustre» 
Por Rafel Cervantes

Ciudad de México, México, 31/07/12, (N22).- 
En el contexto de las Sesiones de
Escucha Dirigida, la Fonoteca Nacional inauguró el ciclo Iconos del Rock Mexicano con la presencia de una leyenda viva del
rock, miembro de una de esas bandas que encantadoramente desentonaban
con lo que por aquellos años se conoció como el “Boom del Rock en español”. Se
trataba de Rolando Ortega, mejor conocido como Roco, ex vocalista de Maldita
Vecindad y los Hijos del Quinto Patio, y hoy, junto con Moyenei Valdés, líder
del proyecto conocido como Sonidero Meztizo Flor y Canto Sound System.
Un pequeño salón  de la Fonoteca –una casa de aire colonial
donde pasó sus últimos días Octavio Paz–, con capacidad para 60
personas, fue insuficiente para albergar a gente de todas las generaciones que
se congregó ayer 30 de julio en dicho lugar, por lo que se tuvo que colocar una
pantalla y varias sillas afuera de éste para quienes llegaron tarde y no
alcanzaron un lugar. 
Sin embargo, a partir de esa fecha, la
discografía completa de Maldita Vecindad estará disponible para todo el
público. Ya pasaban de las siete de la
noche, y algunos sujetos, ataviados con sombreros de pachucos y sentados en
primera fila, hacían que la gente se fuera con la finta de que Roco ya estaba
ahí; sin embargo, fue hasta que un individuo con anchos pantalones negros, una
camisa y sombrero del mismo color –este último con una pluma–, con una coleta y
su ya famosa barba de candado, entró a escena, entonces se disiparon las dudas. Roco por
fin había llegado.
Luego de una breve presentación
por parte de los organizadores –conscientes de que la gente quería escuchar a
Roco y no a ellos–, el escuálido cantante comenzó a hablar de manera solemne,
como lo hace en todos sus conciertos, como una especie de domador de las
palabras. Y entonces, comenzó un  viaje en
el tiempo por parte de todos los que escuchaban, quienes se remontaron al
significativo año de 1985, durante el sexenio de la “regeneración moral”.
“1985, siete y cuarto de la mañana
del 19 de septiembre; varios se preparan para ir a trabajar, si no es que
muchos ya lo están haciendo”, recuerda. De repente la tierra se sacudió, con
una fuerza tal como si quisiera deshacerse de todos los males que la atormentan.
Después de aquel hecho, la sociedad mexicana dio muestras de fraternidad y
solidaridad, buscando muertos y heridos, recogiendo escombros, consiguiendo
medicinas, en pocas palabras, trabajando como hormigas.
¿Pero qué tiene que ver un hecho
tan doloroso en la eclosión de una banda como Maldita Vecindad? Roco sigue
haciendo un recuento; con algunos de sus ex compañeros como Pacho, Lobito y
otro amigo apodado el Tejón, había
conformado un colectivo, en el cual hacían música basada en sus influencias,
tales como el funk, el punk, pero también ritmos afrocaribeños como el mambo o
el danzón. No obstante, para aquel entonces –recuerda y ríe– su arsenal
instrumental se limitaba a un piano eléctrico, unas congas y unas maracas.
Con esto, el entonces estudiante
del CCH Azcapotzalco y sus comparsas, salían a las calles a petición de aquellos
que ya los habían escuchado y conocido, para hacer olvidar por un momento la
situación tan difícil que estaba pasando esta otrora ciudad lacustre. Mucha
gente les encontraba cierta reminiscencia con la música de Pérez Prado o el
bolero, pero otros los ubicaban como algo más rockero, aunque disonante con lo
que hacían las bandas de España o Argentina.
Con Tiki, Sax y Aldo se
acompletaba la alineación del colectivo, y así participaron en varias
movilizaciones como la del CEU en 1986, que como Roco –y seguramente varios
estudiantes de su generación– recuerda, “fue la primera movilización
estudiantil luego de la represión del 2 de octubre de 1968, en contra del
aumento a las cuotas y la privatización de la universidad”.
Ya conocidos en el underground, y luego de haber tocado en
lugares tan disímbolos como Rockotitlán y el salón Los Ángeles, llegó el
momento de buscar disquera. Una amiga, los recomendó con BMG, que estaba
buscando una banda, pero luego de las experiencias previas, los malditos dudaban que los firmaran, porque “nos metían en un
cuarto a tocar, salíamos y unos viejitos vestidos de traje nos aplaudían y nos
decían ‘está muy bien pero ¿Por qué no se cambian el nombre? ¿Por qué no se
visten así’”.
Pero total, los de BMG se
convencieron del potencial de la banda, y les dieron la libertad creativa para
realizar su primer disco, Maldita
Vecindad y los Hijos del Quinto Patio
, el cual, reconoce Roco, fue
totalmente artesanal. La foto de la portada fue sacada con una cámara que su
padre le regaló, a blanco y negro, y coloreada manualmente con una técnica que
le enseñó; las de la contra también:
“fue de ‘haber tú ponte aquí’, ‘sí, ahí se ve chido’”, y sacaban la foto, en
una vecindad de Tacubaya, frente a la que vivía el cantante.
Sin embargo, lo mejor de todo fue
el logotipo, idea original de Roco, quien ríe y reconoce que era la primera vez
que contaba esto. Fue realizado con sellos de ¿qué?  Nada más y nada menos que de papa –como los
que utilizan en las primarias comunitarias–, los cuales Pacho sabía hacer.
En una pantalla proyectaban el
video de «Morenaza», sencillo de aquel
álbum debut, el cual fue censurado, cuando “en realidad era una crítica a los
piropos que las mujeres tienen que soportar en el metro o en el camión, pero de
manera divertida”. Un video realizado antes de una manifestación, en el
contexto de un documental que aborda lo propuesto por Roger Bartra en La jaula de la melancolía, la
idiosincrasia del mexicano con el axolotl
(ajolote) como hilo conductor.
Dos años después llegó lo que
muchos consideraron un parteaguas en la historia de esta agrupación: El Circo. Ellos sentían que debido a la
censura que sufrían sus canciones –que trataban temas como la migración, la
represión o los despidos masivos–, su imagen pandrosa e incluso su nombre –a muchos “Maldita Vecindad” les
resultaba un nombre demasiado violento–, la disquera les “daría cuello”, por lo
que decidieron meter todo lo que se les ocurrió en ese disco (“de todos modos
nos van a correr ¿no?”).
Roco pensó en muchas cosas para
el nuevo material. Como buen reportero –ya estudiaba Comunicación en la
entonces ENEP Acatlán– cargaba para todos lados una grabadorcita y con ella capturaba
la verborrea de merolicos, músicos, vendedores ambulantes y demás personajes
callejeros, cuyas voces se pueden escuchar en temas como «Un gran circo», así como la de Tin Tán (como olvidar “¡golfas, ya llegó su pachucote!” o “un tequila,
antes de que empiecen los trancazos”).
Concibió esta ciudad como circo enorme
y permanente, y para la portada del álbum recurrió a un amigo que hacia
reproducciones de pinturas famosas a gis –artistas que aun se pueden ver en la
calle de Tacuba, en el Centro Histórico–; le plantearon las ideas para la
ilustración y le pidieron que sólo dejara un espacio para las caras, ahí
pegarían sus fotos. “A Sax le tocó ser la señora gorda, a otro el lagarto por cábula
y al Lobito por más alto” el hombre-garrocha.
Nuevamente para tener fresco el
recuerdo, una rola tatuada en la memoria, no solamente de los fans del rock
mexicano, si no de la música en general, tema que ha trascendido géneros y
generaciones (si no pregúntele a los Kumbia Kings): «Pachuco», con Roco y
compañía brincando y bailando slam en el vecindario donde vivía, el
edificio Ermita y otras vecindades de Tacubaya “más pesadas”.

Un cover a «Querida» de Juan
Gabriel –porque “Juan Gabriel es ley, carnal”–, la influencia del rai argelino de Cheb Khaled, entre otras
manifestaciones de subversión musical, hicieron que la banda se fuera lejos,
muy lejos… hasta Europa, donde tocaron en todo tipo de foros, desde pequeños
bares hasta festivales como Rock am Ring, en Alemania, o Glastonbury, en
Inglaterra, trayendo consigo un disco en vivo: Gira Pata de Perro.

Un video más, de casi seis
minutos de duración (“ya casi es un cortometraje”, reconoce Rolando), con la
rola de «Solín» en vivo, muestra los
momentos de esa gira, como sus toquines
en el Auditorio Nacional –fueron la primera banda de rock en hacerlo–, y los
“círculos de paz” que se formaban en los mismos. “Ya no era solamente bailar slam en los foros pequeños, ahora
estaban los círculos de paz, donde tú en medio podías descansar un poco
mientras todos corrían a tu alrededor”.

En 1996 aparece Baile de máscaras, el disco favorito de
Roco por ser una calca de lo que vivían de manera personal y social, pues en
1994 el EZLN había declarado la guerra al gobierno federal, cubriéndose la cara
y descubriendo una verdad oculta durante 500 años. A su vez, comienza la
organización de conciertos masivos en las islas de Ciudad Universitaria, organizados por Botellita de Jerez, Santa Sabina y Maldita con un doble objetivo: apoyar al movimiento zapatista y rechazar la represión a los
conciertos masivos, luego de lo ocurrido en la Venustiano Carranza con un toquín de Caifanes.

Asimismo, las máscaras llegaban a
las calles para criticar y burlarse de Carlos Salinas, nefasto sujeto que con
una máscara de progreso engañó al pueblo para mostrar el verdadero rostro de un
dinosaurio neoliberal y corrupto. Por eso, «Don
Palabras« llegó para combatirlo con el huehuetlahtolli,
la antigua tradición oral de nuestros hermanos del color de la tierra, con unos
malditos convertidos en marionetas
porque rechazan el protagonismo, ya que “lo que construyen en colectivo es más
fuerte que lo que hace cada uno por su cuenta”.

Con el fin de siglo, 1999, llegó Mostros, el último álbum en el que
estuvieron juntos Roco, Pato –quien sustituyó a Tiki en El Circo–, Sax, Aldo y Pacho (Lobito se fue luego del Baile de máscaras); fue aquí donde se
cerró un ciclo. De ahí, entre el activismo, más conciertos y menos exposición
en los medios, transcurrieron diez años para escuchar nueva música de los malditos.

 Ya como cuarteto, lanzaron
en 2009 Circular Colectivo, un
trabajo esperado con paciencia por los fans acérrimos, pero que según Roco, ya
no tenía la magia de las producciones anteriores, pues ya no había congruencia
entre el discurso y la praxis.

Con las luces sobre él, el
neopachuco se acalora y se despoja de su camisa; porta una playera negra con la
leyenda “Músicos con #YoSoy132”. Critica la avaricia de los empresarios que
quieren controlar la producción de alimentos, que quieren producir maíz transgénico,
de aquellos que quieren destruir tierras sagradas para extraer minerales.
Reconoce que los poderosos pueden reprimirte, pero algo que nunca podrán
censurar o limitar es el arte y la cultura, el verdadero motor de cambio.

Hoy ya no son Maldita Vecindad y
el movimiento zapatista, el medio y motor para luchar por un mundo mejor, para
crear conciencia a través de la flor y el canto; sin embargo, esto no
representa un obstáculo, pues ahí esta un nuevo canal, Sonidero Meztizo. Ahora,
es la lucha de los purépechas en defensa de sus bosques sagrados en Cherán, ahí
están los hermanos wixárikas y el desierto de Wirikuta, los jóvenes del
#YoSoy132 que pugnan por una democratización de los medios, las razones sobran
para estar indignados, para gritar «¡ya basta!»

Como un abuelo lleno de historias
por contar, a la manera de «Don Palabras»,
inspirado en ese mecánico don Juan-hombre mosca-doble de Tin Tán (que le decía
que Javier Solís había sido carnicero en el mercado de Tacubaya, o que del
edificio Ermita había salido el asesino de Trotsky), podría pasarse horas y
horas hablando, sin percibir el paso del día y la noche. Pero, mientras haya
una causa justa por la cual luchar, Roco seguirá cantando.

Foto: http://bit.ly/NT5Ixe

 
12MAG 

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