13 Baktún, tiempo para recomenzar

  •  ¿El fin de los tiempos? A juzgar por la falta de
    palabra “fin” en maya, sería más apropiado referirse a un nuevo
    comienzo. Este 5 de junio la Tierra, Venus y el Sol se alinean, es decir, podremos ver el paso de Venus frente al Sol, si Chac, dios de la lluvia, lo permite.

Por Huemanzin Rodríguez

MERIDA, México 05,06,12 (N22).– Estoy en Mérida, capital del Estado de Yucatán, oscurece y las nubes liberan por fin el brillo de la luna mientras que en la plaza principal, la gente se reúne en un “lunes regional”, estrategia del gobierno que busca refrendar los bailes típicos de “La vaquería”. Miro la catedral, es la más antigua en tierra firme, fundada en 1546 fue construida en partes, con piedras de una gran pirámide que se presume estaba en el mismo lugar y que los conquistadores tardaron en desmantelar casi cien años.
Aquí estuvo la ciudad Ich Kan Ho que en maya significa “El gran cerro de la serpiente”. Cuando el conquistador Montejo, nacido en Salamanca, llegó a estos territorios, la ciudad ya estaba abandonada pero aun era un sitio de peregrinación, por ello al mirar el paisaje la llamaron Mérida, como la ciudad europea con ruinas romanas. Los mayas actuales la conocen como Tho. Algunos especialistas creen que, debido a la construcción sobre ruinas, Mérida posee un diseño arquitectónico que corresponde al movimiento de las estrellas, pero faltan años de investigación para saberlo con certeza.
Es por el cielo que estoy aquí, este 5 de junio la Tierra, Venus y el Sol se alinean, es decir, podremos ver el paso de Venus frente al Sol, si Chac, dios de la lluvia, lo permite. En este 2012 en que la mediocridad asegura el fin del mundo porque “es una predicción maya”, seré testigo del fin de la cuenta larga del calendario maya, es un concepto complejo, tal vez por eso es más fácil creer en cosas absurdas como la energía de las pirámides en los equinoccios de primavera, y los mayas apocalípticos.
La cuenta larga
Las culturas de Mesoamérica tienen puntos de convergencia, entre ellos sus calendarios y los rituales en torno al número 13. El calendario mesoamericano estaba formado por dos cuentas, una solar de 365 días dividida en 18 períodos de 20 días cada uno, más cinco días adicionales. Además tenían una cuenta ritual de 260 días que corría de manera paralela a la cuenta solar y que después de 52 años volvían a coincidir en su principio.
Sin embargo, en la época clásica (150 – 800 d.C.) los mayas idearon una variante del calendario establecido de manera arbitraria a partir de un punto, igual que el calendario gregoriano comienza su cuenta desde la convención del nacimiento de Cristo. La convención maya no tiene importancia astronómica aparente y parece ser más un cálculo numérico. Esta variante maya es conocida como “La cuenta larga”, y su inicio fue el 13 de agosto del 3114 a.C. (Como dato curioso, en el siglo XVII el arzobispo irlandés James Ussher, al estudiar las genealogías, determinó que Dios creó al mundo en el año 4004 a.C.)
Los mayas creyeron que existió el Tiempo de los dioses, le siguió el del caos, luego de la creación, y después de todo ello vino El Tiempo de los humanos, donde aun vivimos, hasta el 5 de junio del 2012.
El Códice Dresde
Aunque con poca información, se cree que los pueblos antiguos de Mesoamérica tenían sus constelaciones, en el Cuarto 2 del edificio de pinturas de Bonampak, en Chiapas, se ve a una tortuga con tres glifos de estrella sobre su caparazón, tal vez el cinturón de Orión. También hay una manada de jabalíes con glifos de es estrellas ¿Las Pléyades?
En Yucatán se sabe que los mayas nombraron Tzab (cascabeles de las serpientes) a Las Pléyades. Zinaan Ek (estrella alacrán) a Escorpio, y la Estrella Polar, que no con el paso del tiempo ha variado su posición era Chimal Ek (estrella escudo) y Xaman Ek (estrella del norte). En el Códice Peresiano se observa que los mayas veían en las estrellas algo así como constelaciones zodiacales.
En el Códice Dresde, escrito aproximadamente en el siglo XII, es un tratado astronómico-ritual que muestra la influencia de los dioses en cada día, y explica detalles del calendario y el sistema numérico mayas. Es evidencia de la cuidadosa observación que los mayas hicieron de los eclipses, así, hay el registro de 69 eclipses donde 18 de ellos fueron observados en territorio maya, y la técnica para predecirlos se cree que estuvo desarrollada desde el siglo VII d.C.
Pero además de las estrellas, el Sol y la Luna, los mayas observaron con especial atención a Venus, descubrieron el ciclo sinódico del planeta de 584 días. La tabla de Venus del Códice Dresde se registran 65 ciclos sinódicos, es decir 37 mil 960 días. Esto coincide con 146 de los 260 días del calendario maya y con 104 años solares de 365 días.
En las páginas 46 a 50 se incluye el calendario de Venus, asociado al complejo calendario ceremonial maya que incluye años lunares y años solares. En cada una de estas páginas hay cuatro columnas, cada una con treinta de los signos utilizados en el calendario de 260 días, llamado tzolk’in. Cada uno de los signos representa el día del tzolk’in en donde ha comenzado una posición específica de uno de los cinco períodos de Venus, que se cumplen en un ciclo de ocho años solares. En la parte inferior de cada página se muestra en numeración maya, el número de días de cada período.
El Códice de Dresde está guardado en la Sächsische Landesbibliothek, la biblioteca estatal en Dresde, Alemania, a donde llegó en 1739. Debido a unas pequeñas referencias náhuatl, se sospecha que perteneció a alguna ciudad entre Chichén Itzá y la costa occidental de la península. El códice está escrito en una larga tira de papel que está doblado en 39 hojas, escritas en ambos lados y es, tal vez, el más elaborado de los códices mayas. Al salir del aeropuerto y dirigirnos a Mérida, sobre el camino, está el único monumento dedicado en México al astrónomo, en la base se reproduce la página 74 del Códice Dresde.
El 13
En julio del 2009 fui a la casa del historiador Alfredo López-Austin en avenida Río Churubusco. Encantador, generoso con sus conocimientos y siempre con tiempo cuando se le consulta, como esa vez. Entonces hacía un reportaje sobre un número. Mientras que en la tradición de los países de Europa el número “13” es un mal signo, en Mesoamérica es una constante en todos los actos de la vida, es parte de una cosmovisión sistemática donde los números se combinan, formando tiempos, formando espacios, formando destinos, formando presagios. López-Austin dice:
“El ‘13’ es el número de los cielos, porque son trece niveles desde la superficie de la tierra para llegar al cielo, mientras que son nueve para abajo. Así se divide el mundo en dos partes, en categorías de opuestos complementarios: lo masculino cae del cielo, lo femenino hace a la tierra. Arriba la vida, abajo la muerte, luz y oscuridad.”
Esto lo recuerdo cuando en Mérida tomo una cerveza en el centro de la ciudad, acompañado de los arqueoastrónomos Jesús Galindo Trejo y Orlando Casares, es la noche anterior al avistamiento de Venus frente al Sol, Orlando me cuenta sobre ciertos ritos en las comunidades mayas que no han cambiado su esencia, los padres “presentan” a sus hijos a los cuatro puntos cardinales, ellos sostienen las herramientas con las que creen labrarán su futuro, hay una cruz al centro de la ceremonia y la familia la rodea trece veces. Y me cuenta de más ritos con ese número arbitrario.
El 13 es también un número que ha determinado la arquitectura, por ejemplo en Uxmal, la Casa del gobernador tiene 13 puertas. En la Casa del adivino encontraremos que hay 12 mascarones de Chaac en ambos lados de la escalera principal, más uno en el descanso de las escaleras y otro en la entrada al templo, para un total de 26, dos veces 13. Pero el ejemplo más interesante está en Chichén Itzá, donde su construcción representativa, la pirámide de Kukulcán, posee 91 escalones, siete veces 13. En cada una de las caras de la pirámide hay 52 paneles repartidos en los costados de las escaleras, o sea 4 veces 13.
Si sumamos 91 escalones por cada uno de sus cuatro lados tenemos 364, o sea 28 trecenas, las mismas del calendario solar maya, pues eran 13 las posiciones del Sol que condicionaban los ciclos de vida en los tiempos de los humanos.
La medición del paso del tiempo en  Mesoamérica estaba regida por los astros pero desde una perspectiva matemática. El Tiempo lo consideraban materia divina que estaba en circulación, donde los dioses manifestaban su voluntad por turnos sobre la tierra. Mientras que en la tradición occidental el 13 era considerado un número de mal agüero, en Mesoamérica era el número para fluir.
Venus
Phosphors, Lucifer, Afrodita… Es el nombre que ha recibido el planeta más brillante de las mañanas y las tardes de la bóveda celeste.
En Oriente Medio Venus es la mezcla de dos deidades: Inanna diosa de los sumerios, y Attar dios mesopotámico, por ello es una deidad bisexual, que es hombre al amanecer y mujer en el ocaso. Siglos más tarde en esos territorios se le llamó Ishtar.
En el mito griego Afrodita es la diosa de la belleza que nace de la espuma del mar junto a las costas de Chipre. Platón cuenta que los helenos, quienes le rendían culto erótico a la diosa del amor y la fecundidad, encontraban en ella la figura simbólica del amor popular, pandemus, y el amor celestial, uranus.
La posición del planeta en la carta astral rige a Libra cuando es diurno, y a Tauro cuando es nocturno, se le consideraba un planeta femenino, sensual, maternal, musical, armónico, compasivo, alegre. El movimiento de Venus este 2012 ocurrirá entre los cuernos de Tauro. Entre los romanos al planeta se le llamó Venus y regía la primavera, y en abril se le dedicaban las Fiestas veneralias.
En la China antigua el simbolismo es contrario, es un planeta masculino llamado El gran blanco, como el lechoso color de la muerte, su elemento es el metal y se le vincula al otoño, porque es cuando se le puede ver brillar más. Es curioso si pensamos que la superficie de Venus es muy caliente para albergar alguna forma de vida, pero los científicos especulan que tal vez pudiera ser posible entre las nubes densas que no permiten verlo con claridad. Una especulación más que marca rutas de estudio.
En Perú a Venus se le llamaba Chasca, que según Garcilaso de la Vega, significa “el de los cabellos largos y rizados”, y se le rendía culto como paje del Sol, pues precedía su llegada, y aguardaba en su retiro.
En Mesoamérica tuvo una consideración especial, la idea predominante asociaba al planeta con la Serpiente emplumada, se cuenta que Quetzalcóatl, después de quemar el Tollan, va a las costas del Golfo de México, antes de despedirse anuncia su regreso en el año Ce Acatl -mismo año del calendario azteca en que llegan los españoles, y se convierte en el lucero de la mañana.
Pero Venus tuvo especial atención entre los mayas, quizá lo conocían mejor que cualquier otra civilización mesoamericana. En Mayapán, la última gran ciudad Maya, al sur de Mérida, hay un edificio dedicado a este planeta. Es uno de los lugares desde donde quiero observar el fenómeno astronómico.
La medida cósmica del tiempo maya considera los movimientos de la Luna, Venus y el Sol. Dependiendo de su posición y sus ciclos, se asociaba a Venus con un dios y un nombre, cuando es la estrella que levanta a la tierra se le llama Ahzab Kab Ek.

Augurios y predicciones

La última página del Códice Dresde atrapa la atención de Joseph Campbell en su libro El héroe de la mil cabezas. Representa la Destrucción del Mundo, aquí vemos a la serpiente de la lluvia que se extiende  por el espacio y deja caer torrentes de agua. Del Sol y de la Luna también brotan grandes corrientes de agua. Chak Chel, la anciana diosa patrona de las inundaciones y aguaceros, la de las garras de jaguar, falda de huesos cruzados y una serpiente enroscada en la cabeza, vierte la vasija celeste de las aguas. El dios negro, señor del inframundo, con una lechuza en la cabeza se adelanta y con su lanza apunta a la tierra frente al último cataclismo del macrocosmos.
El epigrafista alemán Nikolai Grube cuando mira la ilustración disiente, a los pueblos de Mesoamérica siempre les ha importando el fin de todo. En su visión del universo nada iba a existir para siempre. La página 74 del Códice Dresde es un cataclismo pero no predice el fin del mundo. El conocimiento del futuro se atribuía exclusivamente a los seres divinos. Los dioses mandaban señales que debían ser interpretadas, era un principio de correspondencias entre el Microcosmos y el Macrocosmos, los adivinos registraron conexiones entre los eventos y así desarrollaban un conocimiento complejo.
En el Códice Dresde, el Códice Madrid y el Códice París, así como en los libros del Chilam Balam de Chumayel, Maní y Tizimín hay elementos para la adivinación basados en el tzolk’in (calendario ritual resultado de la combinación de 13 números con 20 días que dan 260 días). Entonces, la profecía era un medio para que la historia diera certidumbre en el futuro.
Orlando Casares apunta: En maya no hay una palabra para decir “Fin”, en su lugar utilizan, aun en nuestros días, un vocablo que sirve también para “Empezar”. Jesús Galindo sonríe y afirma: Creo que nosotros no tendremos el privilegio de ver el fin del mundo, que no quiere decir que no lo destruyamos antes.
El cielo se abre un poco más, deseamos que mañana el sol nos ilumine hasta quemarnos, como lo ha hecho antes de llegar este aire del norte que llena todo de humedad y nubes. ¡Oh Chaak permítenos ver la conjunción! ¡Volverá a ocurrir dentro de más de cien años! Rogamos bajo la luna. Tal vez necesitemos resolverlo como se hacía antes, les digo, y ellos responden sonrientes: “Pues aquí tenemos políticos de todos los colores para un rito propiciatorio”.
Pero lo único que sacrificamos fueron las bebidas. Ojala veamos a Venus, aunque en realidad lo significativo es, con lo que sabemos hoy, volver a contar, volver a empezar.
12NC

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