Gabriela Soto Laveaga, profesora de historia de la ciencia se adentró en la história de uno de los inventos médicos y científicos más importantes del siglo XX en el libro Laboratorios en la selva
Karen Rivera / Ciudad de México
¿Sabías que los anticonceptivos orales tienen su origen en México? Gabriela Soto Laveaga, profesora de historia de la ciencia en la Universidad de Harvard, se adentró en la narrativa histórica de uno de los inventos médicos y científicos más importantes del siglo XX y escribió el libro Laboratorios en la selva, en el que muestra el papel que tuvo México en el hallazgo de la materia prima del primer anticonceptivo oral.
Una de las mayores contribuciones de la ciencia mexicana en la historia fue el descubrimiento de la ruta química que permitió sintetizar la sustancia activa de la primera píldora anticonceptiva, en 1951. Lo anterior fue posible gracias a tres elementos principales: el barbasco, planta que crecía en gran medida, en el sureste del país; los campesinos que la cultivaban; y el químico mexicano Luis Ernesto Miramontes Cárdenas.
«El barbasco, la dioscorea composita, como se le conoce científicamente, pero localmente se le llamaba barbasco, es un tubérculo que llegaba a estar enorme, y enorme estoy hablando de 60 kilos, entonces este tubérculo contenía unas sustancias químicas que durante décadas científicos de todo el mundo habían estado buscando y que sorpresa que vienen a encontrarlo en este tubérculo mexicano en los cuarenta. Y de ahí pudieron extraer estas sustancias, diosgenina, que dio raíz a poder replicar fuera del cuerpo humano las hormonas esteroides», señala la profesora de historia de la ciencia.
El llamado barbasco Cabeza de Negro y la dioscorea composita, de Veracruz y Oaxaca, constituyeron la materia prima en la industria de las hormonas esteroides sintéticas. Este tubérculo y, en particular, la sustancia que se obtuvo de él, la diosgenina, permitió producir testosterona y progesterona, estrógenos fundamentales en la regulación de procesos biológicos como el desarrollo fetal y el crecimiento y ciclo sexual del individuo. Antes del barbasco, estas hormonas se obtenían de elementos como los ovarios de cerdos y la orina de caballo.
«Por ejemplo, en Alemania, ponen grandes cajas para que los soldados y los que iban a las cantinas orinaran dentro de ellas, porque necesitaban sacar, aunque fuera un poquito de testosterona, en la época de los cuarenta valía más un gramo de progesterona, que un gramo de oro, así de valioso era. Y la diosgenina es una sustancia que se encuentra dentro de este tubérculo, es apogenina, luego diosgenina y es lo que permite poner el piso para crear después todas las hormonas sintéticas que se necesitan.
»Yo antes decía que toda mujer cuando se tome una pastilla anticonceptiva debería de darle las gracias a un campesino mexicano, porque dio la materia prima para poder experimentar sobre el tubérculo y es lo que llevó a la pastilla anticonceptiva.»
A partir de los años cincuenta, la demanda de barbasco creció en el país y se convirtió en una importante fuente de ingresos. Se creó el organismo gubernamental Proquivemex, que contaba con su propia planta de procesamiento en la selva. Fue Luis Ernesto Miramontes Cárdenas, estudiante de química de la UNAM, quien realizó la primera síntesis de la noretisterona, agente obtenido del barbasco utilizado para crear la primera píldora anticonceptiva que salió al mercado en Estados Unidos, en 1961.
«Tenemos una larga trayectoria, y no desde el siglo XX, desde muchísimo antes, sólo que las narrativas de las grandes invenciones, de las grandes innovaciones es una narrativa que se ha contado desde fuera, entonces al contarse desde fuera no nos podemos insertar dentro de esa narrativa, tenemos que renarrar las historias de la ciencia y estar orgullosos de la larga trayectoria que tenemos cuando hablamos de tecnología, innovación y creación de la ciencia en nuestro propio país.»
La historia del barbasco en México, desde su cultivo hasta su procesamiento químico, así como la trasformación social y económica que generó en México y el mundo, es contada por Gabriela Soto Laveaga en el libro Laboratorios en la selva, editado por el Fondo de Cultura Económica. La historiadora de la ciencia nos invita a no olvidar que los conocimientos de la ecología y de la naturaleza no sólo se generan espacios universitarios, también tienen su origen en los cuidadores de la tierra, los campesinos.