La selección no responde a lo mejor del año, ni a la mesa de novedades, sino a lo subjetivo que puede ser el gusto de quien la elabora
Ana León / Ciudad de México
Lamento que algunxs se puedan sentir huérfanos sin novedades de plumas como las de Mario Vargas Llosa, como se leyó en un desafortunado posteo en Facebook del diario El Cultural este jueves, cuando daban a conocer su lista de los mejores libros del año en la que sus críticos apostaban, ante esa orfandad, por obras escritas por y sobre mujeres. ¡Caramba!, pobres almas cuya orfandad no pueda ser arropada ni siquiera por la relectura de las obras tope de aquellas plumas. Sin embargo, para muchxs otrxs este año estuvo lleno de lecturas tranquilas, bellas, incómodas, fascinantes, que nos descolocaron y que seguimos pensando y reflexionando meses después de ser leídas.
Aquí una lista que no responde a novedades editoriales ni a eso llamado canon. Me tomo una licencia en este día de nochebuena. Esta lista responde sólo al gusto de quien escribe y al ánimo y entusiasmo que estas historias, ensayos, cuentos y poemas me provocaron. El orden tampoco responde a jerarquía alguna.
La mujer helada, Annie Ernaux (Cabaret Voltaire)
Una novela que pone sobre la mesa cómo la curiosidad de una mujer es aniquilada por eso llamado la “condición normal de ser mujer”. ¿Cómo sobrevivir a un futuro completamente anodino suscrito a un rol?
Canción dulce, Leila Slimani (Cabaret Voltaire)
Una ficción donde el deseo de “ser” transforma en pesadilla las aspiraciones de una mujer profesionista que también es madre. A ratos en tono de thriller, esta novela aborda lo macabro de los roles de género y de las concepciones que tenemos del amor y de la educación.
La inteligencia de las flores, Maurice Maeterlinck (Zopilote Rey)
De este ensayo escrito en 1907 y publicado ahora por la independiente Zopilote Rey en una bellísima edición, podemos aprender mucho. ¿Por ejemplo? La perfecta ingeniería de cada una de las flores que Maeterlinck describe y ese instinto de supervivencia que las lleva a mutarlo constantemente: «ese inmenso esfuerzo por sacudir el yugo y conquistar el espacio».
Nuestra parte de noche, Mariana Enríquez (Anagrama)
Mariana Enriquez es capaz de lograr que no quieras abandonar la cama a medianoche. Si ya lo lograba en sus cuentos, abordar ese horror en lo cotidiano, en esta novela construye un relato que salta entre el género, el cuerpo, la dictadura, la maldad en la naturaleza, las sociedades secretas y una prosa a ratos poética y siempre excepcional.
La hermana menor. Un retrato de Silvina Ocampo, Mariana Enriquez (Anagrama)
De esta clase magistral de periodismo narrativo, que por fin fue reeditado, sólo puede decir que aquí una rara belleza narra a otra rara belleza. Ambas autoras imprescindibles en la narrativa latinoamericana.
La anarquía explicada a los niños, José Antonio Emmanuel (Grieta Papales Insurrectos / Impronta Casa Editora)
Un libro que debería estar en el librero de cada casa y ser leído por los niños, por los adultos, por los adolescentes, cada miembro de la familia. Porque ¿cómo educar a las infancias sino es bajo los principios del amor universal y de la solidaridad humana?
El viento que arrasa, Selva Almada (Mardulce)
No descubrí a Selva Almada este año. Le sigo la pista desde hace tiempo. Pero sí fue este año que pude hacerme de su primera novela porque es de esas autoras sureñas difíciles de conseguir acá. Aquí, la entrerriana hace del paisaje de la provincia Argentina protagonista imprescindible que complemente la naturaleza de cada uno de sus personajes. En esta novela, lo que podría ser un simple viaje en carretera revela el poder de la fe (en algunos) y lo salvaje de la naturaleza humana. Al parecer el año entrante llegará a México completa su trilogía masculina que incluye la obra citada, Ladrilleros y su más reciente novela No es un río, que Random House ya ha publicado en España. Crucemos los dedos.
Regreso a la Tierra, VV.AA (Gris Tormenta)
Este es un libro entrañable. En las memorias y reflexiones de los nueve astronautas al volver a la Tierra que se presentan aquí, hay un intenso mirar hacia adentro después de ver lo más “externo” de nuestra realidad: el espacio. ¿Qué se hace luego de conquistar una de las máximas proezas humanas? ¿Cómo se vive después? Dice uno de sus editores, Jacobo Zanella, que estos astronautas pasaron muchos años entrenando para irse, pero nadie les enseñó a volver.
Teoría de la gravedad, Leila Guerriero (Libros del Asteroide)
Aquí hay otra lección de periodismo. Esta es una antología de las columnas (en un periodo de cinco años) de la escritora y periodista argentina donde hace lo que no se permite en sus perfiles y entrevistas: ser visible, aparecer en la escritura. Sin embargo, es definitiva: quien crea conocerla después de leer este libro habrá hecho una lectura bastante equivocada.
Nefando, Mónica Ojeda (Almadía)
Escrita con una maestría tremenda, esta novela de Mónica Ojeda es perturbadora, te confronta con tus propios prejuicios y con la maldad que reside en cada uno de nosotros. Justo lo perturbador es eso: ser conscientes que no estamos exentos de ella. Para mí fue necesario hacer una pausa antes de terminarla, no sé para ustedes. Ojalá pronto llegue a México su libro de cuentos Las voladoras.
El diablo de las provincias, Juan Cárdenas (Periférica)
En esta novela, el colombiano construye una serie de atmósferas extrañas y enrarecidas que hacen preguntarse: ¿qué es real dentro de esta ficción? Ese tejido de araña que atrapa a su protagonista, también atrapa al lector. La últimas páginas son para releerse cada tanto como una especie de ritual.
Matate, amor, Ariana Harwicz (Dharma Books)
Cuando muchas escritoras vuelven la mirada a las maternidades desde una perspectiva crítica y reflexiva, muy lejos ya de la romantización, Harwicz lo hace desde lo más profundo y lo más salvaje. La cara más oscura de ese proceso de mutación que descoloca a quien lo vive, en todos los sentidos. Este libro, lo he dicho ya, es una dentellada. Cada palabra muerde.
La ruta de su evasión, Yolanda Oreamuno (Colección Vindictas, Libros UNAM)
Ya en su prólogo, Natalia García Freire nos previene de la profunda conciencia del ser escritora de Yolanda Oreamuno y de su vocación de belleza. Quien lee atestigua el uso potente de recursos narrativos de la autora que no dejan cabo suelto en esta novela y que logra insertarse en un tiempo sin tiempo.
Faunas, Christiane Vadnais (VOLCANO Libros)
No hay mejor momento para leer este libro —que transita entre el relato y la novela— que ahora que vivimos uno de los efectos de la rapaz depredación que como especie hemos acometido contra nuestro planeta: esta pandemia. Aquí, en su primera novela, Vadnais crea escenarios que transitan entre la pesadilla darwiniana y las formas en que nuestra especie habrá mutado para conseguir sobrevivir.
La promesa de la felicidad, Sara Ahmed (Caja Negra)
Bajo esa idea de que tenemos que ser felices, del exceso de positividad, se esconde una total inmovilidad y un no cuestionamiento. En este ensayo, Ahmed nos desgrana muchos de los matices de este mecanismo que viene desde las instituciones y de una economía neoliberal que silencia el cuestionamiento y la diferencia que «atentan» contra un supuesto “bienestar colectivo”. Ensayo imprescindible estos días.
Quisiera quedarme quieta, Lilián López Camberos (Dharma Books)
Este primer libro de cuentos de la autora no puede ser contado, sus relatos nos invitan a descubrir atmósferas de la experiencia humana en tiempos suspendidos como el viaje o el sueño.
Andanzas por Alemania e Italia (1842-1843), Mary W. Shelley (Minerva Editorial)
Este libro de viaje en estos días de pandemia nos lleva a viajar sin salir de casa y nos presenta una cara menos conocida de la autora. Sus impresiones frente a las costumbres de los sitios que visita, su curiosidad como viajera, su postura frente a la vida en tránsito de aquella época y la mirada tan penetrante con la que filtra el paisaje y lo narra —como lo hace también en Frankenstein o el moderno Prometeo.
Ansibles, perfiladores y otras máquinas de ingenio, Andrea Chapela (Almadía)
De los últimos libros que leí este año. Los cuentos que aquí presenta la autora nos confrontan con la forma en que nos relacionamos con la tecnología: ¿dónde estará el límite?, ¿qué será “lo real” para la humanidad de veinte, treinta años adelante? Una agradable puerta de entrada al género.
Pucha potens, Diana J. Torres (Sexto Piso)
Interesante y maravilloso es que en un catálogo como el de esta editorial vivan textos como éste. En esta carta de amor al cuerpo femenino, Diana J. Torres busca decapitar, desde la investigación y una narración amorosa, ese monstruo de tres cabezas que es la religión, la ciencia y el patriarcado.
Tiene los cabellos rojizos y se llama Sabina, Julieta Campos (Joaquín Mortiz)
Lo trascendente del tiempo suspendido. Aquí, Julieta Campos nos hunde en el metarrelato. Una mujer mira al mar en un hotel de Acapulco y hay un hombre que escribe sobre esa mujer que mira al mar. El proceso de creación y el acto mismo de narrar quedan aquí en una especie de loop que envuelve al lector en la infinita narración.
Tsunami 2, Gabriela Jáuregui, editora (Sexto Piso)
El inicio de esta nota nos revela por qué es tan necesario un tomo dos de esta compilación de ensayos desde la cual varias voces femeninas abordan temas acerca de los múltiples feminismos que existen. Una escritura que parte desde la diferencia, esa diferencia que se construye desde el nosotrxs.
Querida Ijeawele. Cómo educar en el feminismo, Chimamanda Ngozi Adichie (Random House)
Sobre Chimamanda Ngozi sólo diré que todos deberíamos leer a Chimamanda Ngozi.
Poesía completa, Alejandra Pizarnik (Lumen)
Todos tenemos un libro de cabecera. Éste es el mío.