Nacida en Vietnam, en esta conversación, la autora que ahora radica en Montreal reflexiona sobre la búsqueda de la belleza, el entendimiento del horror y el profundo significado que tiene la acogida de un país a población migrante
Laura Barrera / Ciudad de México
Si la guerra es la destrucción del espíritu humano como afirmó Henry Miller, la de Vietnam destruyó muchos millones más de espíritus que de cuerpos.
Kim Thúy fue una de aquellas víctimas civiles de la conflagración cuyo espíritu estuvo a punto de sucumbir. A los diez años huyó en una embarcación con sus padres y sus dos hermanos para instalarse en un campo de refugiados en Malasia, y posteriormente encontrar asilo en Granby, región de Montérégie en Quebec. Resumir en tres líneas el periplo que Kim siguió no hace justicia a la niña que alguna vez fue.
De su experiencia como desplazada surgió su primer libro Ru, hace once años. Es en torno a ese episodio indeleble que iniciamos la charla. Kim me habla de la fragilidad de quien busca asilo. Me dice que la única fortaleza que se puede tener es la que genera la cohesión de la comunidad. Solo en la colectividad es posible sobrevivir cuando se está en condiciones extremas.
«En la vulnerabilidad compartimos más porque en un campo de refugiados sabemos que no podemos sobrevivir solos. Necesitamos los unos de los otros. Tan solo para salir a por agua se debe designar a una persona. Otros deberán buscar algunas ramas secas para hacer el fuego y poder cocinar. No se puede sobrevivir estando solo en una situacion de vulnerabilidad. La gente sin hogar, la que vive en la calle, es mucho más generosa que nuestros vecinos, cada uno en su casa, aún estando en el mismo edificio, como yo ahora.
»Por ello, siento la responsabilidad de recordarnos que tenemos la capacidad de creer y de amar, y a veces lo olvidamos. Te daré un ejemplo. Al llegar al poder, el primer ministro Trudeau tuvo como primer gesto recibir 25 mil inmigrantes de Siria. Hubo gente que decía que era mucho, que el territorio no podía absorber de golpe esa cantidad de personas. Yo les recordé que en el caso de los vietnamitas en dos años se recibieron en Canadá 60 mil refugiados. Y les pregunté: ¿sienten que fue demasiado? ¿hoy sienten que lo es? Y es justo recordar que uno es capaz de atravesar situaciones difíciles. Es como el invierno. Aquí en Quebec acabamos de tener la primera nevada del año. La gente estaba desconcertada y se preguntaba ¡Dios mío! ¿podremos con esto? Porque ya se nos olvidó que el invierno pasado, hace precisamente doce meses vivimos rodeados de nieve durante tres meses. »Asi que debemos recordar que tenemos la capacidad, tenemos los medios físicos y mentales para superar circunstancias difíciles. ¿Qué ocurre con este segundo confinamiento que estamos viviendo? La gente piensa que no lo superará, menos aún con la llegada del invierno. Pero es todo lo contrario. Ya logramos hacer un primer confinamiento, así que el segundo será menos complicado, ya estamos entrenados.»
Pienso de nuevo en la niña de 10 años, hija de un filósofo y nieta del prefecto. Con una vida estable en Saïgon. Arrancada de su tierra y de su infancia para iniciar la aventura incierta de los “boat people”, los balseros que viajan hacia lo desconocido. Kim insiste en la obligación de la memoria. Y al mismo tiempo, de la necesidad del olvido.
«Yo tambien he olvidado mi vida como refugiada. Afortunadamente olvidamos. Si no lo hiciéramos, no tendríamos bebés, por ejemplo. Tendríamos solo el primero ¡y ni uno más! Por fortuna olvidamos el dolor y tenemos un segundo o tercer hijo o cuarto. Lo que quiero tener presente es que somos capaces de la grandeza. Y que hay en nosotros el gesto de tender la mano. Podemos tener miedo. Tememos aquello que desconocemos. Yo puedo ser la más miedosa, así que comprendo ese sentimiento. Es entonces cuando traigo a la memoria lo que viví como refugiada. Cuando uno vive en un campo de refugiados no se tiene pasado. Hemos dejado ese pasado detrás de nosotros. Tampoco tenemos futuro pues no sabemos donde estaremos mañana, ¿lograremos cruzar la frontera?, ¿nos instalaremos en otro campamento?, ¿seremos aceptados por alguien, por algún país? No sabemos si ese alguien existe ni quién podría ser. ¿Cómo podríamos proyectarnos en el futuro en estas condiciones?
»Y más difícil aún: No tenemos presente. El presente esta vacío de significado. Te pongo un ejemplo: esta mañana me desperté pensando que nos encontraríamos. Que teníamos una cita para charlar. También pensé que hoy cocinaría lasaña. Tenemos todo tipo de razones por la que nos despertamos. Pero en un campo de refugiados te despiertas y no hay nada. El tiempo esta marcado por la nada. Cuando miras los ojos de los refugiados hay un vacío, no hay ningún potencial. No puedes ver nada porque no hay pasado, ni futuro, ni presente. Somos como un árbol muerto en hibernación.»
Por un instante intento imaginar esa realidad. Intento vaciar de contenido mi pasado, mi presente y mi futuro. No lo logro. Vagamente recuerdo el informe de ACNUR de 2020. Más tarde cuando regreso al documento me entero que hoy vivimos la peor crisis de desplazados jamás registrada en la Historia. Hasta fines de 2019 se encontraban en esta situación 79,5 millones de personas. Es decir, 1% de la humanidad. Como consecuencia, disminuyeron drásticamente las posibilidades de solución para los refugiados. Un gran número de ellos deberá esperar años en campamentos. Sin pasado, sin futuro, ni presente.
«Cuando un país acepta un refugiado es como una apuesta. Es comprar un árbol sin hojas. Un árbol seco. Si el árbol es plantado en tierra fértil, va a florecer con una fuerza inusitada. Los refugiados son casi sobrehumanos pues han caminado largas jornadas, han viajado en barcos o botes. Han encontrado muros, barreras. Han tenido miedo todo el tiempo. Miedo a encontrar fronteras y gente que los rechaza. Muchos mueren, pero quienes tienen la fuerza para sobrevivir son sobrehumanos. Regresando a la idea del árbol, si replantas ese árbol, sin importar el lugar, va a florecer. El país que lo acepta no sabe si va a dar manzanas o zanahorias o guayabas. No se sabe porque no se ve nada en él, solo ramas secas.
»Yo fui muy frágil desde que nací. Tenía toda suerte de alergias. Al pescado, a los mariscos, al huevo, y me hacían daño el viento y el frío ¿Sabes? luego de cuatro días en un bote la primera comida que recibimos en Malasia fueron sardinas en lata. Las comí y no hubo reacción alérgica. Y luego, en el campamento, la alimentación consistía en pescado de diversas especies, con frecuencia agusanado. Durante cuatro meses, seis días a la semana había pescado ¡no tuve una sola reacción! Las alergias se terminaron. En Vietnam, a los 27 grados se me inflamaban los oídos porque no soportaba el frío. Ahora vivo en un país donde hace menos 28 grados, verdaderamente mucho frío. Y no tengo problema alguno. Quiero recordar a todo el mundo que cuando me eligieron yo no era nada. Yo era una náufraga. Cuando veo la foto del campo de refugiados digo, si yo fuera canadiense no estoy segura de que me hubiera aceptado. No vería lo que esa pequeña niña podría hacer o podría devenir. Era imposible porque estábamos en una estado de vulnerabilidad extrema, no eramos ya humanos, solo árboles secos. ¿Lo ves? Tuve la suerte de llegar a este país y me dieron la posibilidad de trabajar 20 horas al día ¡Tengo completa libertad de ser todo lo que puedo ser!»
«Cuando un país acepta un refugiado es como una apuesta. Es comprar un árbol sin hojas. Un árbol seco. Si el árbol es plantado en tierra fértil, va a florecer con una fuerza inusitada. Los refugiados son casi sobrehumanos pues han caminado largas jornadas, han viajado en barcos o botes. Han encontrado muros, barreras. Han tenido miedo todo el tiempo. Miedo a encontrar fronteras y gente que los rechaza. Muchos mueren, pero quienes tienen la fuerza para sobrevivir son sobrehumanos.»
Kim no ha desaprovechado la oportunidad de descubrir todos su potenciales. Estudió Leyes y ejerció como abogada durante varios años. Después fue propietaria de un restaurante y cronista culinaria. Ha sido costurera, traductora, intérprete, y presentadora de radio y televisión. Ha escrito sobre la migración, el exilio, de su doble identidad y del valor cultural y social de la comida.
Sin embargo, es hasta hoy que habla de la guerra de Vietnam en forma directa. Recientemente publicó Em: palabra que en vietnamita significa pequeño hermano o hermana.
¿Por qué decidiste hacerlo ahora?
«Creo que es probablemente porque ahora tengo cincuenta años, de hecho tengo 52 años, y ahora tengo el valor y la madurez necesaria para expresar las cosas de manera más directa. Pero diría que también porque la documentación en los Estados Unidos empieza a ser pública después de cincuenta años durante los cuales los archivos fueron guardados en forma confidencial y clasificada. La guerra comenzó en los años cincuenta y duró veinte años. Han pasado cincuenta años. Ahora los periodistas y los documentalistas pueden comenzar a trabajar en esos archivos que se han liberado. Hay mucha información que ahora está disponible. Personalmente vi el documental de Ken Burns. Son diez episodios de dos horas cada uno. Son veinte horas de información sobre la Guerra de Vietnam. Aprendí muchas cosas. Y por otro lado, con la tecnología que tenemos actualmente, con el mismo teléfono móvil, se han grabado muchos testimonios de vietnamitas del Norte y del Sur que se expresan, que osan expresarse diría yo. Así que también tenemos acceso a información desde adentro.»
El trabajo de Ken Burns y Lynn Novick en The Vietnam War es el más ambicioso en el género documental que se haya hecho hasta hoy. Desde su estreno en 2017 conmocionó a la opinión pública norteamericana que siempre ha considerado la Guerra de Vietnam un asunto no concluido, una herida que no acaba de cerrar.
«Solo quien no lo quiere ver no lo ve. Antes había suposiciones, ahora tenemos pruebas y testimonios. Te daré un ejemplo, siempre supimos que en la guerra de Vietnam el problema era que Vietnam estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado, y por eso la guerra tuvo lugar en ese territorio. Pero de ahí a escuchar la grabación del presidente Nixon en una llamada con su general en Vietnam al decirle: ¡bombardea!, refiriéndose a Hanoi, es otra cosa. El general dice: ¡No! ¡No lo podemos hacer porque el tiempo está muy brumoso y no podríamos evitar las bajas civiles! ¡El cielo no está suficientemente claro! Nixon le responde: ¡No importa!, porque necesitaba una noticia lo suficientemente impactante para desviar la atención del público sobre el Watergate que comenzaba a ponerse álgido. Así que le ordena a su general: ¡Bombardea!»
Según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados la guerra de Vietnam cobró la vida de entre 3.2 y 6 millones de personas. Nadie lo sabe con certeza. El efecto multiplicador del conflicto destrozó la autoestima del pueblo estadounidense. Mientras que el sueño de reunificación de Vietnam se derrumbó a golpe de lanzagranadas, bombarderos, minas, agente naranja y napalm.
«Saberlo es una cosa, pero escucharlo te hiere. Porque antes podías ponerte unas orejeras para no escuchar, cerrar los ojos para no ver. Pero ahora todo está ahí. Hay un documento que se le entregó al presidente de los Estados Unidos para que pudiera explicar, justificar, porqué había que desplegar más soldados en Vietnam. Esta explicación indica que la guerra debe continuar por las siguientes razones, medidas en porcentajes: un diez por ciento por la democracia, otro diez por ciento para apoyar a Vietnam del Sur, y el ochenta por ciento para evitar la humillación: “avoid humiliation”. ¡Es una locura! Cuando uno mira eso y piensa que alguien tomó la decisión de enviar decenas de miles de jóvenes de 18 o 20 años a hacer una guerra, a morir o quedar heridos ¿solamente para evitar la humillación? ¿la humillación de quién? Cuando uno ve ese tipo de documentación no puede hacer otra cosa que presentarla. Te explico. Cuando escribí, mi único propósito era mostrar aquello que encuentro extraordinario en los seres humanos. Y me vas a decir que no hay nada extraordinario aquí, que es atroz, y es verdad. Pero es en la atrocidad y horror extremos que tenemos la oportunidad de ver también el heroísmo. Si no hubiera una catástrofe no se hubiesen creado la Cruz Roja o Médicos Sin Fronteras, o el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados. En alguna parte el ser humano tiene la necesidad de estar frente a la catástrofe para mostrar su grandeza. Escribí para compartir lo bello y al compartir lo bello no tengo otra opción sino mostrar también lo feo. Entre más terrible es, más gestos heróicos extraordinarios encontramos.»
“I love the smell of napalm in the morning”
Teniente coronel Bill Kilgore
Apocalypse Now
Le comento a Kim que recientemente ví de nuevo Apocalypse Now, el célebre film de 1979 dirigido por Francis Ford Coppola, adaptación libre de El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad. La película muestra el infierno de la guerra, si bien el propio Coppola ha negado que se trate de una película antibélica.
He aquí el trailer de 1979:
Y por acá el de la versión restaurada en 4K con la que Coppola conmemoró 40 años del filme:
Recordamos algunos otros filmes en torno a la guerra de Vietnam:
Platoon. Para mi gusto, el mejor de la trilogía que Oliver Stone dedicó a este conflicto bélico (las otras dos son: Born on the Fourth of July de 1989, y Heaven & Earth de 1993).
Good morning Vietnam, con Robin Williams como el entrañable locutor Adrian Cronauer que deleita a las tropas lo mismo que enfurece a los altos mandos con sus irreverentes comentarios sobre la guerra.
Novelada, filmada o narrada en un documental, la guerra de Vietnam es una de las conflagraciones más representadas de la Historia, y sin embargo ¿podemos decir que sabemos realmente lo que ocurrió, o por qué ocurrió? ¿seguiremos hablando de la guerra de Vietnam?
«Sí. Tampoco vamos a terminar de hablar de la Primera Guerra Mundial, de la Segunda, de todas las guerras. En Vietnam la guerra duró veinte años como dije, imagina el número de personas que estuvieron implicadas. Cada civil que muere, cada soldado que muere no es solamente una persona, es también su familia, son sus amores, su comunidad. Y hubo tantos muertos en veinte años que necesariamente es una historia colectiva, tanto en los estados Unidos como en Vietnam.
»En una guerra de esta envergadura no había solo dos países involucrados. Hubo otros: China, la Unión Sovietica, en ese momento. Antes fue Francia que se había retirado en 1954 luego de una negociación con Vietnam al que había colonizado por cien años. Tan solo la negociación para la separación de Vietnam tuvo la participación de una veintena de países. No he estudiado lo suficiente para comprender el rol de todos los países, ¿por qué Laos estaba ahí?, ¿cuál era el rol de China en esa negociación?, ¿y el de la Unión Soviética?
»Aprendí un poco más luego de la escritura de Em. Pero tengo la impresión de haber visto solo la punta del iceberg, mientras que hay mucho aún en la profundidad. Tal vez dejaré de escribir sobre este tema porque hay demasiado. No sé si toda la gente pueda estar interesada como yo lo estoy.
»Cuando hablamos de la guerra no es solamente una cuestion de guerra, sino una cuestión humana. No hay ganadores o perdedores. Poco importa de qué lado se encuentre uno, creo que todos somos víctimas de decisiones tomadas por unos cuantos. Tanto los soldados estadounidenses como los vietnamitas del Norte o del Sur, fueron sólo víctimas.»
Kim, se que concluiste Em durante el confinamiento ¿el encierro obligado aportó algo a la novela?
«Te diría que afortunadamente hubo este confinamiento porque cuando se hace este tipo de investigación se siente indignación y cólera. Y es mejor sentirse así en privado. Sentir rabia y decepción del ser humano. Es cierto que luego de revisar cada documento, cada testimonio, perdía un poco la fe en la humanidad. Me decía, ¿por que tenemos que ser crueles, tan malvados unos contra otros? Pero debido a que estaba confinada, estaba en un lugar fijo, me sentí afortunada de dejar que toda indignación se decantara para finalmente ver la luz en medio de esos horrores.
»Hay una canción que me venía con frecuencia a la mente. Es una canción de Leonard Cohen que dice “En cada pared, en todos lados, hay siempre una grieta, y por ahí es donde pasa la luz”. Y durante este silencio del confinamiento, en en mi casa y en la ciudad entera, el mundo entero; ese silencio me permitió ver justamente la luz. Lo que escribí fue sobre todo la luz que brotó de esa oscuridad.»
Lo primero que hice al terminar la charla con Kim fue buscar “Anthem”, de Leonard Cohen, la encontré en esta emotiva versión en vivo durante un concierto en Londres:
Kim, lo que buscaste mostrar con Em va a contracorriente de los documentales, novelas y películas sobre Vietnam. Quizá necesitamos la belleza, pero es una responsabilidad pesada de llevar.
«Yo me siento responsable como tú dices. Uno cree que amar es fácil pero no es facil, no es cierto, hay que ir a buscar el amor, lo mismo ocurre con la belleza. Uno cree que la belleza es la primera cosa que vemos, la primera cosa de la que nos acordamos pero no es verdad. Si vemos los diarios, destacan más las historias de horror que las historias de belleza, porque eso atrae la atención en primer lugar. Amar, encontrar la belleza, es una disciplina. Uno se entrena para para ir más allá de sí mismo.
»Creemos que cuando vivimos en un país rico o disfrutamos de confort amamos más fácilmente, y amamos mejor. No es así. Es lo contrario. Cuando tenemos dinero buscamos el confort, compramos un auto para no esperar el autobús y seguir nuestro propio horario. Si podemos compramos una casa y si el dinero es suficiente cada quién tendrá su habitación en esa casa. Tanto en nuestro auto como en nuestra habitación estaremos aislados. El confort nos aísla, nos hace comprender menos de los otros, evita que tengamos que hacer compromisos con otras personas.»
En Quebec se vive bien, Kim. El confort es cosa normal. Hay oportunidades de desarrollo, bienestar.
«Sí. Canadá es tal vez el único país que puedes cambiar de oficio cada cinco años y todo el mundo lo acepta. Si fracasas, te aplaudirán por haberlo intentado. Nadie te dirá que eres un perdedor, te dirán: ¡bravo, eres valiente! Es el país más hermoso del mundo. Aquí tienes la posibilidad de ser así de libre. Aquellos que tuvieron la suerte de nacer en este país pacífico, sin miedo a que una bomba estalle sobre nosotros, donde nuestros niños van a la escuela y no tememos que no vayan a regresar a casa, les diría que eso es invaluable. Le digo a los canadienses que no han vivido el horror: somos privilegiados. ¡El paraíso se encuentra aquí! No esperen un paraíso en el cielo ¡Esta aquí y lo vivimos en este momento!»
Kim no es escatima palabras ni entusiasmo al hablar de su amor y agradecimiento por la nación que sin saber quién era o qué podría llegar a ser, la acogió. El árbol ha florecido y ha dado frutos muy diversos. Quizá es tiempo de escuchar, de leer a Kim y volver la mirada no hacia la atrocidad, sino a la claridad que puede brotar de la más profunda oscuridad. Como diría Leonard Cohen: “Es momento de tocar las campanas que aún se pueden tocar… Pedimos señales y las señales fueron enviadas”. Ahora nos toca a nosotros interpretarlas.