«Días de luz larga», cuando el lenguaje es nuestro territorio

La poeta mexicana Mercedes Alvarado nos habla de los lugares que aprende y aprehende desde el viaje, la migración y lo que se nombra desde la poesía 

Ciudad de México (N22/Ana León).- El libro incia así: «La nieve, blanca nunca es histérica, creo», el poema de Tor Ulven, escritor noruego, franquea la entrada al poemario o cartografía personalísima de la poeta mexicana Mercedes Alvarado. En Días de luz larga, la autora nos lleva por un viaje a través de la imagen y de las palabras en donde recorre ciudades como Nueva York, Ciudad de México, Mérida, Madrid, Copenhague, Malmö, París, Lisboa y sobre todo Oslo. Una ruta en la que se construye la identidad hacia adentro, se habla de migración y en donde las palabras son el verdadero territorio, el hogar. 

Todas las imágenes: Ana León

Marcas una geografía muy específica y muy especial con cada uno de estos poemas y vas haciendo una especie de ruta de viaje, pero antes de llegar a este poemario que es Días de luz larga, me gustaría saber en dónde naciste y qué significa para ti esa primera geografía que deriva en todos estos lugares que describes en el libro. 

Yo nací en el DF y crecí aquí. Luego por distintas circunstancias he vivido en otros lugares, en otros países y en otros lugares dentro de México. Pero creo que una de las cosas que pasó cuando estaba escribiendo Días de luz larga es que tuve que replantearme, también, un poco el asunto de la mexicanidad, ¿qué significaba para mí ser mexicana? ¿Qué cosas son irrenunciables y qué cosas pueden ir cambiando o irse enriqueciendo justo a lo largo de ese viaje. 

Creo que Días de luz larga, al final, terminó siendo un poco eso, esa reflexión de qué partes de mí, incluido el hecho de ese ser mexicana, permanece o se mueve o de plano puede desaparecer. 

Hay muchos lugares que van marcando justo este mapa, pero antes de llegar a eso me gustaría primero saber —entiendo que hay una intención de concebir tu poesía como algo que va más allá del papel al hacer dos cortometrajes de poesía animada y un proyecto que une música e ilustración—, ¿de dónde viene esta intención de expandir los límites de la poesía y llevarla más allá del papel? 

Creo que la poesía está en muchos lugares, es una cosa que existe incluso si no le ponemos atención, incluso a pesar de nosotros mismos. La poesía está ahí siempre. Igual que el arte, igual que las distintas manifestaciones creativas. Creo también que quizá la casa natural de la poesía es el libro, sí y seguiremos haciendo libros, pero no significa que sea la única. Yo he trabajado mucho, por ejemplo, trabajé algunos años con poesía en voz alta en bares hasta hacer espectáculos muy armados, como un show que tiene una línea narrativa. Ahora de hecho estoy escribiendo una obra de teatro-danza sobre la conceptualización de la muerte que se va a presentar en Noruega. 

Entonces, creo que poner a la poesía en esos otros espacios en donde el ser humano está haciendo vida, es ponerla en donde pertenece, porque al final es una cosa que es del humano para el humano. Es totalmente un ejercicio humano, de existencia. Si uno no puede nombrar las cosas que están pasando, pues quien sabe si sucede. Si no nombramos todas estas cosas, al final corremos el riesgo de que nos parezcan normales o comunes. 

Poner a la poesía en todas esas otras trincheras creo que, además, ayuda a que tengamos también un país de lectores, un país más sensible, con los ojos más abiertos, con los oídos más dispuestos que nos ayude a ver qué es lo que está pasando más allá de lo primero que podemos ver. 

¿Por qué Noruega? Aquí hay varios otros países, pero obviamente se nota la presencia más fuerte de éste, ¿qué significa para ti y qué lazos tiendes con México?

Yo viví en Noruega, en Oslo, dos años. Y creo que una de las cosas que hace el libro es plantearte que sí, hay un viaje físico como detonante, pero no el viaje de “soy turista que viene, ve y se va”, y ya nada más me quedé con la colección de fotos que luego, además, ni vuelves a ver… 

Lo que está proponiendo es el viaje como migración o como viajero, que es distinto a ser un turista, es decir, que tienes un poco más de tiempo para aprender a ver ese espacio de una manera distinta y aprender a relacionarte con ese espacio de una manera distinta. 

Sí, muchos de los poemas tienen que ver con calles o con plazas, incluso con islas específicas en Noruega. Un poco porque son lugares que yo estaba descubriendo y redescubriendo todo el tiempo. 

A mí me interesaba mucho hablar de la relación que tenemos con las ciudades, porque ahora que me preguntabas qué significa el lugar en el que naciste… bueno, uno crece en una ciudad y tú crees que ya sabes cómo es esa ciudad y la verdad es que no. Tienes una idea preconcebida y un prejuicio sobre esa ciudad. 

Todas las ciudades son la suma de la historia que ha sucedido ahí y hay hechos específicos que no podemos cambiar, pero también hay una parte de la historia de la ciudad que nosotros estamos escribiendo mientras vamos haciendo vida en ese lugar. 

Yo por eso quería hablar de la migración desde una perspectiva muy personal. Más allá del fenómeno social y cultural que generan los procesos migratorios, hay un movimiento muy fuerte que está ocurriendo en el que se está moviendo, en el estarse yendo, el buscar de dónde soy, cuál es mi lugar en el sitio, cuál es mi sitio en el mundo. 

«Esta ciudad no eres. 

Esta ciudad no soy. 

Acá las calles

 todas 

gritan…»

Incluso el asunto de las lenguas, si te fijas el libro trae juegos con palabras y frases en otros idiomas. Lo que pasa cuando tú estás viviendo en otro idioma, en un idioma que no es tu lengua madre, es que te ves obligado a pensar en ese otro idioma y para poder pensar en ese otro idioma tienes que abrazar un poco la cultura de ese lugar. Creo que hay procesos de ir abrazando estas otras maneras de ver el mundo y que al final te hablan de eso, de una resignificación del espacio y de una reapropiación de los espacios físicos en donde estamos caminando. 

Hablas del lenguaje y justo el libro inicia con una cita del noruego Tor Ulven, ¿por qué decides poner esta cita? ¿Qué significa este autor para ti? ¿Y qué pasa en tu encuentro con esta lengua frente a tu lengua natural que es el español, cómo es ese choque? 

Ulven es uno de mis autores favoritos de la poesía nórdica, Tor Ulven y Jon Fosse. Y tiene que ver justo con esto que me preguntas del lenguaje. Hay un choque ahí impresionante. Primero migras y tienes que pasar por el aislamiento del lenguaje que es una cosa muy fuerte y que nunca nos imaginamos que va a estar ahí. De repente te das cuenta que pasan dos semanas y no has hablado en tu lengua una sola vez. Entonces hay un aislamiento, porque es cierto lo que te decía: las cosas que nombras son las cosas que van existiendo, en la medida que tú eres incapaz todavía de nombrar, porque es un proceso, nombrar las cosas que tienes enfrente, pues hay un proceso de desapego que es muy fuerte. 

«La nieve, blanca 

nunca es histérica, 

creo.»

Esta frase de Ulven decidí tomarla porque creo que el cambio climático es una de las cosas más fuertes si hablas de la distancia específica entre un país como México y un país como Noruega, y la frase que dice «la nieve, blanca nunca es histérica, creo», hay una afirmación, pero también hay un lugar para la duda. Y ese lugar para la duda es justamente lo que te permite poder verlo y poder acercarte de otra manera rompiendo esa frontera que tienes ideológica, cultural y de lenguaje. 

El libro se llama Días de luz larga justo pensando en esto: la imagen que yo tenía cuando elijo el título, los inviernos largos, largos, largos… y el día se va haciendo corto… corto. De este lado del mundo estamos acostumbrados a tener dos estaciones: cuando llueve mucho y cuando llueve poco, pero todo es verde todo el año. Y puede pasar que un día esté muy nublado y no veas azul, pero en general volteas al cielo y ves azul. Son cosas que en los inviernos más rudos no existen o, de pronto, no las puedes ver. Siempre llega el invierno, todo muere, pero ese proceso de morir siempre es bellísimo porque tiene un montón de claroscuros. El concepto de claroscuros también es una cosa que me interesaba mucho abordar en el libro. Cómo esas luces van cambiando y cómo las tonalidades van siendo otras, porque al final, cuando uno está migrando, pues es eso, es un montón de claroscuros. 

Hay una permanencia ahí. Que yo creo que las cosas que aprendiste y aprehendiste durante ese movimiento se convierten en esa luz larga que te va acompañando. 

Y justo esa luz larga y esa mención que haces de los claroscuros, ¿también marca un poco la personalidad de tu escritura?

El libro habla también de un proceso de caída y luego de volver a levantarse en este tenor de que a todo le llega el invierno y que todo volverá a ser verano. Una de las cosas que te permite el viaje, el movimiento, es no sólo que veas las ciudades, los lugares y los espacios físicos de otra manera, sino también vernos a nosotros mismos desde otro lugar y cómo aprender que esos ritmos que pasan en la naturaleza y que vas de una estación a otra a otra, pues también nos pasan a nosotros y habría que reconocerlos y vivirlos, y asumirlos con todo lo que tienen. 

Todos los poemas rondan esta idea de un siempre “estarse yendo”, transitar de un lugar a otro, ¿cómo construir así la identidad y el sentido de pertenencia? Una identidad en tránsito, pienso. 

Puede ser como una identidad en tránsito pero creo que volviendo al punto de romper y de desdibujar las fronteras en todos los sentidos, no nada más las que vas cruzando físicamente en el viaje, a lo mejor nos dijeron que teníamos que asentarnos, sentar cabeza, comprarte una casa, quedarte en un solo lugar, tener un sitio dónde descansar la cabeza. Y no a todo el mundo le funciona de esa manera. Creo que habemos muchos que no es que no sepamos hacerlo, simplemente no es lo nuestro. Hay gente que no se identifica con el estar siempre en el mismo lugar y que necesita ese movimiento. 

Ese estarse yendo no significa que destruyas el hogar, significa que el hogar tiene que estar hacia adentro. 

Desconozco si el proceso de escritura fue lineal y si fuiste escribiendo estos poemas estando en la ciudad sobre la que escribías, pero ¿qué significado tiene la ciudad sobre la que se escribe y desde la que se escribe, que no siempre es la misma?

Es un libro que se empezó a escribir en la libreta, de viaje en viaje. Yo estaba viajando mucho cuando empecé a escribir este libro por ahí del 2015 y entonces iba haciendo anotaciones. Hay una constante: todas las ciudades son diferentes, pero al final quizá la vida es un poco la misma, la que nosotros vamos haciendo. Por eso el poemario tiene como punto de anclaje lo cotidiano. Porque lo cotidiano es lo que te ancla. Ahí hay un tema de permanencia, el yo permanece, mi hogar permanece, mis costumbres pueden permanecer aunque se vayan adaptado. 

Empezó un poco como un cuaderno de viaje y después, pues se convirtió en esto, en el qué pasa con mi mexicanidad en este trayecto, qué pasa con la migración, que pasa con que hay diferentes maneras de ver al mundo y no es que haya una sola que sea real. 

Es un esfuerzo por retratar que estamos haciendo vida de diferentes maneras y que todas son validas porque cada una está apropiándose de esa ciudad de una manera diferente. Y entonces ese espacio más allá de ser la Ciudad de las luces, la ciudad del puerto o el pueblito, vuelve a ser lo que nosotros tenemos en nuestro inmediato. En esa historia que estamos escribiendo ahora, en tiempo real. 

Yo veo este libro un poco como una cartografía muy personal y muy emocional, un decir: esto es lo que sentí en este lugar. Es una cartografía emocional. 

«Quizá nunca voy a ‘conocer el mundo’, 

pero tengo 

un montón de lugares marcados: 

cafés para sentarse a llorar

parques donde tirarse en la resaca

calles en que se come rico por la noche

esquinas en las que me dio mucho frío […] 

Yo tengo nomás una lista

que crece 

de sitios inútiles y personales. 

Eso de hacer turismo, nunca lo entendí.»

Días de luz larga, Mercedes Alvarado (2020), Elefanta Editorial