Las cifras importan, pero las historias detrás de ellas ayudan a no homogeneizar la diversidad que contienen, nos alejan del peligro de la historia única que crea estereotipos y los estereotipos privan a las personas de su dignidad y dificultan reconocer nuestra común humanidad
Ciudad de México (N22/Ana León).- Llevar una cifra en el título de esta nota no es un gesto inocente. La cifra la encabeza no para hacer obvia la magnitud del problema que es bastante conocido a nivel mundial, sino para hacer obvia la indiferencia enorme que cabe en dicha cifra. Esas 79.5 millones de personas —según cifras de ACNUR reportadas en 2019— son 79.5 millones de historias personalísimas y diversas. La migración forzada o los desplazados por violencia no se pueden reducir a una cifra. La solución está lejos de lo macro, la solución está en lo micro: ¿qué lleva a una persona a dejar su país de origen e iniciar el viaje hacia una nueva geografía que podría ser aún más hostil de la que huye?
Escribe Chimamanda Ngotzi Adichie en El peligro de la historia única (Random House, 2018), que existe una palabra igbo que podría traducirse por «ser más grande que otro»: nkali. Y que «igual que en el mundo político y económico, las historias también se definen por el principio de nkali: la manera en que se cuentan, quién las cuenta, cuándo las cuenta… todo ello en realidad depende del poder.» Y «poder es la capacidad no solo de contar la historia de otra persona sino convertirla en la historia definitiva de dicha persona», hacerla un relato único.
Las cifras construyen un relato único de los refugiados. Todas las historias metidas en una misma canasta y transformadas en un número. «El relato único», continúa Ngotzi Adichie «crea estereotipos, y el problema con los estereotipos no es que sean falsos, sino que son incompletos. […] priva a las personas de su dignidad. Nos dificulta reconocer nuestra común humanidad.»
¿Quién y cómo se están contando las historias de los refugiados y desplazados por violencia? ¿Quién está mirando a esos espacios y atmósferas tan personales que muestran lo que contienen las palabra refugiado, migrante y exiliado?
En 2018, la editorial Gris Tormenta publicó la antología En tierra de nadie, un libro que reúne once relatos, once miradas, once experiencias, once historias sobre lo que se vive al ser refugiado, migrante o exiliado. Para aprehender la experiencia del refugiado, del exilio, de la migración, se precisan textos de este tipo, historias que nos permitan reconocer «nuestra común humanidad» y desarmar el miedo al «otro» diferente a mí.
Uno de ellos es el texto de la periodista Pilar Cebrían, «Una oportunidad para la madurez», éste narra cómo cambió la vida cotidiana (informativa) en Filipstad, un pueblo sueco al que llegaron más de mil refugiados sirios, afganos e iraquíes. «La nueva comunidad de Medio Oriente importa sus costumbres al marco nórdico […] Es un experimento social, el choque cultural por excelencia. Una población sacada de su contexto que se esfuerza, como puede, en adaptarse a la nueva realidad.» Y es que lo que está detrás de la vida de un refugiado es ese proceso de adaptación. Incluso en países como Suecia, que como escribe la periodista en este texto, ofrece una de las políticas más generosas de protección internacional en el mundo.
«El sistema incluye», señala, «hospedaje, comida, ayuda financiera, cobertura médica, asistencia para aprender el nuevo idioma, homologación de estudios y, finalmente, una política de integración en el mercado laboral.» Aun cuando el panorama pinte como el que se señala, hay varias preguntas que se hacen los refugiados. En los testimonios que recopila esta periodista aparece esta pregunta: «¿cómo sería mi vida si la guerra no la hubiera interrumpido?» El desplazamiento forzado es también la acumulación de vidas que nunca pudieron ser.
En su libro El sistema del tacto, la chilena Alejandra Costamagna aborda muchos temas, entre ellos las fronteras físicas y las fronteras emocionales y el hecho de ser migrante, el ser siempre un extranjero en una tierra que se vuelve tu hogar, pero ser siempre extranjero y lo que conlleva esa extranjería forzada: aprender a ser otro. Y rearmarse en esa fisura llamada desarraigo.
Textos como estos, que por suerte hay varios, nos ayudan a ponerle fondo a las cifras. No sólo a mirar números e impresionarnos por ellos, sino a mirar en los detalles velados por las cifras. En México, uno de muchos periodistas que también ha abonado a esa narrativa es Óscar Martínez, cuya narración sobre la experiencia de un oaxaqueño que llega a Tijuana pero que no se atreve a cruzar para «estar allá», es también uno de los relatos que componen el abanico del libro En tierra de nadie, antes mencionado. Pues México es también un país de refugiados.
Cifras
Las cifras importan. No se me mal entienda. «En 2019 se contabilizaron 28 mil 533 personas refugiadas en México y 70 mil 400 solicitaron la condición de refugiado durante el mismo año. El número de solicitantes de asilo durante 2019 representó un aumento de 138% en comparación con 2018. Del total de los solicitantes en 2019, 43% eran de Honduras, 13% de El Salvador, 12% de Cuba y 11% de Venezuela. En México el número de personas refugiadas en relación con su población total es relativamente bajo: en el país solamente hay 0.60 personas refugiadas por cada mil habitantes, cuando en países como Líbano hay 133, en Jordania, 68 y en Turquía, 42», se lee en una entrevista hecha a Mark Manly, representante en México de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR).
Manly valoró los esfuerzos de la sociedad civil en Mexico. El ACNUR trabaja con 90 albergues en el país para asegurar que tengan materiales de higiene y de limpieza; espacios adecuados para lograr la distancia social; protocolos con las autoridades de salud para canalizar a personas con síntomas y espacios de aislamiento.
«Una gran ventaja que tenemos en México es que la mayoría de las personas refugiadas que ya tiene documentos o las personas solicitantes que están esperando una decisión de las autoridades están arrendando vivienda propia, lo que ha facilitado la distancia social y ha limitado el contagio». Y explicó que el ACNUR brinda asistencia humanitaria a miles de solicitantes de asilo cada mes precisamente para facilitar su autonomía.
Imagen de portada: © UNHCR/Hélène Caux