Recuperamos algunas ideas sobre la escritura y sobre la poesía de esta figura de las letras uruguayas que fue reconocida con el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances
Ciudad de México (N22/Redacción).- En 2005, Huemanzin Rodríguez entrevistó a Ida Vitale. Entre muchos temas tratados, recuperamos las palabras de la escritora sobre la labor del poeta y la escritura, a propósito de que este lunes se le reconoció en el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances.
Ida Vitale, parte de la generación del 45 a la que también pertenecieron Benedetti o Idea Vilariño a quien Leila Guerriero le hiciera un perfil titulado “Ya no será ya no”, publicado en la revista colombiana El Malpensante, ha llevado una vida marcada por la pureza del lenguaje y el exilio. Nacida en 1923 en Montevideo, dejó Uruguay en 1974 con destino a México donde permaneció por once años, tiempo del que guarda gratos recuerdos según lo declarado esta mañana en conferencia de prensa. Luego se instaló en Austin donde fijó su residencia. Enfocada en una búsqueda incansable por la precisión, en una visita que hizo a Madrid en 2013, declaró ser “poeta por pereza y por irresponsabilidad” porque “la novela exige una concentración distinta” y porque “la poesía nace de otra manera […] me gusta su inmediatez.”
Sobre la labor del poeta
La realidad es que el poeta cuando escribe, incluso una realidad terrible, en el fondo es feliz. Si está conforme con lo que está escribiendo hay un mínimo momento en que hay una satisfacción, pero eso no alcanza. Pero tampoco podemos hacer mucho como como individuos o ciudadanos. Creo que esa no es la función de la poesía o la literatura, no es convencer si el mundo es bueno o malo. Simplemente es decir: Ahí está el mundo, yo lo veo así. A mí me parece que está muy mal, por ejemplo y voy a tratar de que usted vea tanto como yo que el mundo está mal, y pensemos juntos qué podemos hacer para que el mundo no esté tan mal.
Sobre cómo escribir
Borges decía que nunca se deja de escribir un poema porque nunca está perfecto, nunca puede uno estar satisfecho. A veces uno deja de escribir en el poema o de volver sobre el poema, ni siquiera por pereza sino por el sentido de inutilidad. Es difícil que alguien se satisfaga no con una perfección eterna, sino con las condiciones que uno mismo se pone.
Juan Ramón Jiménez daba un consejo: que los poemas había que dejarlos dormir en un cajón y que sólo se debía volver a ellos cuando se nos habían olvidado, es decir, cuando fueran como de otro. Entonces uno puede aplicar el bisturí como lo aplicaría en algo que no tiene que ver con uno. Eso es fácil en mi caso porque al otro día de que hago un poema no me acuerdo nada. En general yo los escribo y los dejo. Y digo, “bueno, sí, esto hay que completarlo, bueno, sí, aquí sobra…”, uno lo ve como de otro.
Hay un escritor muy poco conocido, un chileno, José Santos González Vera, ni siquiera diría yo que es un novelista, es un narrador de memorias, ha escrito relatos, retratos de Gabriela Mistral y sus compañeros de generación. Él tenía un libro, una segunda edición de un libro que decía: Edición corregida y disminuida. Esto es así, aunque no se ponga eso es lo que uno tiene que hacer.
Con información de Huemanzin Rodríguez