Redacción/CDMX
El bullying es el acoso o intimidación principalmente asociado a los entornos escolares, en el cual una o varias personas experimentan violencia física o psicológica por parte de otras.
El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) reportó en 2018 que 150 millones de adolescentes en todo el mundo, entre los 13 y 15 años, ven interrumpida su educación por las diferentes manifestaciones del bullying.
Esto representa la mitad de los estudiantes comprendidos en ese rango de edad.
En América Latina, de acuerdo a la prueba PISA (estudio de 2018), las víctimas de estas agresiones van del 20 al 30 por ciento del total de los alumnos.
Sin embargo, la ONG Bullying sin fronteras ha detectado acoso a siete de cada 10 niños y adolescentes en España y entre seis de cada 10 en México, los países con mayor índice de bullyng y ciberbullyng del mundo, según su reporte de 2021.
El bullying suele dejar estragos físicos y psicológicos en las víctimas, con el suicidio como última instancia.
Gerardo Sánchez Dinorín, académico de la Facultad de Psicología de la UNAM y especialista en neurociencias del comportamiento, aclara que este fenómeno se puede replicar entre docentes y estudiantes.
De tal forma, el bullying no se ve limitado por la edad, etnia o nivel socioeconómico.
El National Centre Against Bullying los categoriza de como: físico, verbal, social y ciberacoso.
El físico incluye agresiones al cuerpo, el verbal insultos e intimidaciones, pero en el caso del social o acoso encubierto, puede darse a espaldas de la víctima cuyo fin es dañar la reputación de la persona.
La UNICEF señala que el ciberacoso supone las mismas consecuencias psicológicas pero aquí la violencia tiene lugar en las tecnologías digitales.
De acuerdo a Sánchez Dinorín, no hay una variable que determine quién es o no agresor, son múltiples factores, biológicos y sociales.
“Se ha identificado que los agresores pueden presentar una mayor reactividad de la amígdala cerebral, una estructura relacionada con la experiencia de miedo y activación del sistema nervioso simpático ante la exposición de rostros que muestran enojo, y una menor frente a la exposición de caras que expresan miedo”, comenta el especialista.
Lo anterior, implicaría una experienca aversiva ante señales de ira, contraria a la percepción de señales de miedo en otras personas.
El cerebro de un acosador no es la causa única de su comportamiento agresivo, pues las características de su mente están influenciadas por el medio en el que se desarrolla, incluyendo las interacciones que tiene en casa.
Repecto a la víctima, el cerebro en la infancia y adolescencia, presenta cambios neurológicos muy importantes para el desarrollo y aprendizaje.
Por ello cuando su entorno incluye violencia física y/o psicológica, se generan diferencias en el patron de maduración cerebral.
Por ejemplo, se tienen mayores niveles de cortisol, lo que se traduce en más estrés percibido.
El académico asegura que las víctimas suelen presentar cambios en regiones cerebrales relacionadas con la regulación emocional y la interacción social, haciéndolas más vulnerables a presentar transtornos del estado de ánimo, ansiedad y dificultades interpersonales.
(Con información de Natgeo)