La poeta y escritora considera que Vicente Rojo era una persona muy culta y generosa, cuyo amor por México, queda reflejado en toda su obra
Huemanzin Rodríguez / Ciudad de México.
Cercana a Vicente Rojo (1932-2021), por la relación que tuvo con su padre, el historiador y crítico de cine Emilio García Riera (1931-2002), la poeta y escritora Alicia García Bergua comparte algunos recuerdos de la relación con el diseñador, editor y artista.
«Amigo de mi padre, ellos salían mucho al cine. Trabajó mucho con mi papá, le diseñó la Historia documental del cine mexicano (Era, 1969), entre otras muchas cosas. Y era parte de lo que Vicente llamaba la palomilla, un grupo de intelectuales y artistas en México que no estaban tan divididos, como lo están ahora y que se juntaban a festejar, a platicar y a hacer muchas cosas. Yo me acuerdo de ese ambiente de amistad de Vicente y su esposa de entonces, Alba Rojo, con mis padres, como algo mucho más de juego y celebratorio, como amoroso. Formaron parte de una comunidad que se vinculaba mucho para crear. Ese es mi primer recuerdo de Vicente.
»Él era una persona, curiosamente, muy tímida, poco comunicativo. Pero siempre sabía de ti y estaba comunicado contigo y con medio mundo en México. Eso era maravilloso de él. No sólo descubrió la luz de México y toda una serie de paisajes increíbles de esa luz, y de motivos de esa luz; tenía una cosa que han descubierto pocos creadores en México: un gran espíritu de comunidad, un espíritu social.»
Ese amor por México nació también en una comunidad exiliada que encontró como tu padre, una nueva patria. ¿Cómo viviste eso con relación a Vicente Rojo?
Yo siento que esa pérdida de muchas personas, estoy pensando en mi padre, en Ramón Xirau (1924-2017) o Jomi García Ascot (1927-1986), los instigó a formar parte, a desplegarse, a desarrollar una comunidad. Artistas, pintores, poetas, científicos que llegaron aquí tenían el espíritu de abrirse a una sociedad y de relacionarse con todos. Eso es muy importante porque la relación intergeneracional es lo que posibilitó que todo continuara. Vicente era parte de eso.
Entre las personas que lo conocieron y lo trataron, siempre se habla de Vicente Rojo como una persona muy generosa.
Yo me acuerdo de su trabajo en Imprenta Madero, con un gran grupo de diseñadores que se formó con él, lo mismo dirían un montón de fotógrafos, lo mismo dirían un montón de escritores. Su obra está llena de vasos comunicantes que él tenía con todo un ambiente creativo en México. Yo diría que no es solo una cosa de amistad. Es un espíritu amoroso, el de dar a todas las generaciones, el de compartir con las diferentes generaciones, y eso lo poseía en gran medida Vicente. Era también un hombre muy humilde.
Por la amistad con tu padre, siempre has estado cercana a la obra plástica de Vicente Rojo. ¿Cómo la recuerdas?
Desde pequeña recuerdo un cuadro de Vicente en la casa de mis papás, era un toro muy abstracto pintado geométricamente en azul y rojo. Así que la obra de Vicente siempre formó parte de mi vida desde la infancia. Siempre ha habido obra de él en nuestras casas o señales de él. A mí me regaló, por ejemplo, en intercambio por un poema que escribí sobre su serie México bajo la lluvia (1980-1989), me regaló un pequeño volcán. Que hacía con las cajas de tipografía vieja. Siempre he sentido a Vicente como parte de ese ambiente cálido, de vivir en México, eso que nos hace persistir en hacer lo que hacemos.
Todo le interesaba. Y además tenía un espíritu como de artista primitivo, como de estar descubriendo el mundo todos los días. Sus cuadros siempre me han dado la sensación como de estar viendo muy profundamente la superficie, las cosas, los objetos, los motivos. En pensar muy profundamente en los signos con los que nos comunicamos, en la plasticidad de esos signos, en las dimensiones de esos signos. Era alguien muy inmerso en el ambiente sin necesidad de exteriorizar mucho, sin la necesidad de decir mucho, más que a través de lo que hacía.
Yo siempre, quizá porque lo conocí bastante, siempre sentí que estaba haciendo esa gran obra que además tiene algo de escultórica. Obviamente hizo esculturas, pero tiene algo de escultórica porque muchas de sus pinturas intentan recrear un relieve de una manera muy profunda, que es como la luz de México y a la vez el territorio mismo de México con los volcanes. Yo creo que parecía que trabajaba en pequeño, tratando de desentrañar elementos muy grandes.
Eso es lo que pensé cuando escribí el poema sobre la lluvia, en que su obra es de continuas búsquedas, de continua inmersión en el paisaje, en la luz, en el mismo paisaje humano de México. Es como una gran obra de inmersión en un mundo.
Era como un niño dibujando, con muchos colores, le gustaba mucho jugar con elementos, jugar con las pinturas, dibujar con mucho sentido del humor.
Imagen de portada: México bajo la lluvia 106 (detalle), de Vicente Rojo