Aquí, como en otras de sus otras novelas, Guadalupe Nettel delinea una historia cuyos personajes lidian con una deficiencia emocional o física, van de la grisura a lo luminoso o al abismo total. Las suyas no son novelas felices, aunque hay en ellas una fuerte pulsión de vida
Ana León / Ciudad de México
«El tema del niñx enfermo aparece mucho menos de lo que debería en la ficción», escribe en un ensayo sobre las nuevas masculinidades, Antonio J. Rodríguez. Me llama la atención que lo mencione ahí; en seguida me lleva a pensar en la más reciente novela de Guadalupe Nettel, La hija única (Anagrama, 2020). Y también habla del «tabú que supone la idea del hijx enfermx». Ambos son temas centrales en este libro, pero sobre los que poco se ha reflexionado cuando se ha dialogado en torno a esta novela. Las maternidades han sido el foco.
Es precisamente la autora quien me lo señala cuando converso con ella vía telefónica, «la gente se enfoca muchísimo en el tema de la maternidad porque está lista, porque está deseosa, sedienta de hablar de ese tema y el de la discapacidad como que todavía no está preparado el terreno socialmente para que de verdad se sientan aguijoneados por esa curiosidad y esa necesidad de tocarlo.»
Es verdad. Yo misma enfoco mis preguntas en la construcción de la ficción que se hace en torno a la maternidad, a la crianza y a su matiz colectivo, y me fijo poco en las encrucijadas que detona en la vida de los protagonistas de esta historia la discapacidad. Los dilemas éticos y morales que plantea. La idea del aborto frente a una vida condenada a la dependencia, Y éste es también tema central del libro, porque si bien es la maternidad en primera instancia la que marca el inicio de la historia, es la discapacidad la que va determinando la vida de los personajes a su alrededor en la segunda parte de la novela.
La hija única esta construida desde un hecho real. La autora se lo anuncia al lector desde el incio del libro. La historia es cercana a ella, le pertenece a una de sus amigas quien le ha dado su consentimiento para narrarla y «libertad para inventar cuando sea necesario». La novela se desarrolla en torno a tres mujeres, Laura y Alina que son amigas de muchos años, y Doris, vecina de Laura con quien ésta última establece un lazo de amistad, complicidad y crianza. Hay una gestación: Alina anuncia su embarazo. Hay también una sentencia de muerte. De pronto un giro, y la perspectiva del lector cambia.
La voz del otro lado del teléfono es suave y calmada. Nada tiene que ver con los universos que describe y todo tiene que ver. Los personajes —en ésta y otras novelas de la autora—, son aquejados por una deficiencia emocional o física, van de la grisura a lo luminoso o al abismo total. Las suyas no son novelas felices, aunque hay en ellas una fuerte pulsión de vida; no son una puerta de entrada a un espacio cómodo y confortable, pero hay en ellas momentos felices, o mejor dicho, de calidez humana. Es la combinación de todo esto lo que mueve al lector, lo descoloca y lo reacomoda en un sitio diferente para mirar desde ahí.
Frente a la narración de un hecho tan cercano, la pregunta del pudor, del límite, se abre paso. «El tema del pudor es algo que yo ya me había cuestionado hace tiempo, sobre todo desde la escritura de El cuerpo en que nací (Anagrama, 2011), que es 99% autobiográfica, con algunos pequeños cambios ficcionados. Y en realidad te das cuenta que, en el momento en que escribes una historia, dado que escoges un ángulo o un enfoque, un tono… la estás convirtiendo en ficción, porque la realidad tiene miles de facetas que no puedes contemplar en una página escrita. A partir de ahí, hay un espacio de seguridad y de tranquilidad: esto es ficción a pesar de que estoy escribiendo una historia real. Yo tenía el total permiso y la autorización de las personas involucradas para inventar; para contar lo que ellos me habían dicho y para inventar, también. Esta mezcla particular de ficción basada en una historia real a mí me resulta muy cómoda porque todo es dentro de la lógica del relato. Entonces, hay un pacto de verosimilitud con el lector: el lector lo que tiene que creer es lo que está ahí, en la página y no estarse preguntando qué fue inventado y qué no fue inventado. Tiene que creerlo como si le estuvieras contando un una historia de puritita ficción. Por otro lado, si no supiera que tenía la vida o la experiencia de gente conocida en mis manos, tal vez habría sido un poquito más cruel o menos cuidadosa, eso es cierto. Siempre estuvo ahí la voluntad de cuidar la historia, de cuidar los hechos, de cuidar también su imagen de alguna manera.»
El enfoque o el ángulo desde el que se narra esta historia, como ya se puede avizorar, es femenino. Así lo decidió la autora, es su marco de referencia, «tenía que hablar desde el punto de vista de Laura y desde el punto de vista de Alina», pero también ahí esta la semilla, no voluntaria, que perfila dos tipos de masculinidades: una masculinidad tóxica y violenta, en el finado esposo de Doris, que claramente ha dejado una huella profunda tanto en ella como en su hijo, un pequeño tirano que no es más que el reflejo de lo aprendido del padre, pero que como personaje infantil pone sobre la mesa esas cicatrices y modos de defensa que tienen lxs niñxs para enfrentar sus realidades. Está también el papel de Aurelio, esposo de Alina, «la del padre que sí está. Yo quería poner sobre la mesa historias de padres comprometidos e historias de padres no comprometidos. El personaje de Aurelio es un padre comprometido, es un padre al que la gente le dice “oye, tu situación es horrenda, ¿por qué no te largas tú que puedes hacerlo?”. Y se indigna ante esta propuesta. Y eso a mí me parece muy importante, porque así como existen muchos tipos de madres, algunas más implicadas y otras menos implicadas, lo mismo pasa con los padres y era algo que me importaba mucho que quedara claro. Además que la historia en la que está basada es así. El padre decidió quedarse y lo ha hecho.»
No es la primera vez que una novela aborda las maternidades. No dejo de pensar, cada que leo una nueva entrega que toca el tema, en el relato de Charlotte Perkins Gilman, El tapiz amarillo (1892). Y cómo desde ahí, así como en muchos otros relatos, se desacraliza el embarazo y el ser madre como hecho idílico. El tema ha sido materia de escritura de muchas autoras, aunque muchas veces ha sido velado o puesto como secundario. «Pienso en el libro La mujer helada (Cabaret Voltaire, 2015), de Annie Ernaux. La mujer helada es un libro que se puso de moda hace como un año y todo el mundo lo comenta y lo lee, pero en la época en la que se publicó, que fueron los años ochenta, la gente no estaba preparada, no tenía ganas de hablar de ese tema, entonces quedó relegado y como tuvo una minoría de lectores, no se comentó tanto, al contrario, ella misma ha dicho en entrevistas que a la gente le parecía poco interesante. Creo que pasa así, hay momentos en que las sociedades están muy despiertas y muy necesitadas de tocar ciertos temas y en este momento el de la maternidad es uno de ellos.» ¿Por qué? «Tiene mucho que ver con las demandas feministas a las que nos hemos vuelto más sensibles en los últimos años. El tema de la maternidad y la liberación de la mujer, van de la mano. Creo que el hecho de que nos hayamos estado cuestionando cuál es la situación de la mujer en estos últimos años, hace que miremos el tema de la maternidad desde un ángulo distinto o con ojos nuevos o con más curiosidad e interés.»
Y frente a la maternidad, también se pone sobre la mesa el tema del aborto que en embarazos avanzados en otros países sí se practica en circunstancias como las que narra la novela, pero en México no. Y el tema de la violencia médica en los partos. La deshumanización en el trato a las madres y al proceso, que bien señala la autora no sucede en todos los casos, pero que le recuerda un poco al propio y otros experiencias que le han contado. La también autora Jazmina Barrera narra una situación similar en Linea Nigra.
A lo largo de la historia se van construyendo diferentes núcleos familiares y junto a esta construcción de nuevos núcleos, se desmitifica la familia, el modelo que conocemos, que se nos dicen que es, la “imposición” de la familia biológica frente a esas otras que vamos configurando en el camino en las que la familia se extiende más allá de los lazos de sangre. Configuramos nuevas tribus y redes de apoyo sobre las que sostenemos la vida cotidiana. Redes que en días como los que hemos vivido a lo largo de este año de pandemia, resultan fundamentales. «Sí. Tampoco es que esté inventando nada, porque si nos fijamos en la historia, ha habido momentos en los que los seres humanos nos hemos configurado de otras maneras, clanes, familias extendidas, tribus, etcétera. A mí me gusta mucho este refrán anglosajón que dice que se necesita a todo un pueblo para educar a un niño o para criar a un niño.»
«Lo que quería proponer era un regreso a estas configuraciones más grupales, más colectivas que además encontramos en la naturaleza, ni siquiera es que sea algo contranatura. Muchas de las especies de la naturaleza como los elefantes, los delfines, los lobos… hay mandas y en esas mandas se crían a los cachorros. ¿Por qué no regresar a eso y ya desacralizar de una vez a la familia biológica que, además, no siempre funciona? Porque en estas configuraciones tan aisladas donde sólo se toma en cuenta los lazos sanguíneos, sabemos que ocurren muchos abusos y violencias. Es como si fuera una especie de placenta donde nadie puede entrar porque es la vida privada de la gente. Entonces puede ocurrir lo que sea allí adentro y nadie se debe de meter. Me parece que eso está fatal. Tendríamos que tener una crianza más permeable, porosa, saber qué está pasando y ayudarnos entre todos, no solo entre todas.»
Al cerrar el libro, quien lee queda frente a una narración que delinea las múltiples capas de los universos femeninos, y también frente a una idea de Historia compartida. La feminidad y lo femenino que se describen como un país en uno de los momentos de la novela, y como un estado mental. «De alguna manera tienes una serie de experiencias comunes, una historia común. Así como existe la historia negra, la historia de la gente negra, el pueblo negro o del pueblo judío, también se podría rebanar así la historia de las mujeres, de sus movimientos, de sus diferentes momentos. Por ejemplo, la Segunda Guerra Mundial, en donde todos los hombres estaban pegándose tiros en el frente, las mujeres tuvieron que ir a las fábricas, a las oficinas, ocuparse de la vida civil y manejarla, es un momento en nuestra historia. Entonces, sí se puede, de alguna manera, separar así la historia nuestra. Sobre todo porque también somos una población que ha sufrido vulnerabilidad muchas veces y que ha tenido que luchar por sus derechos. Hay muchas características que unen a las mujeres aunque pertenezcamos a diferentes culturas.»
La hija única se presentó en el marco de la FIL 2020.