Hoy, en el primer día de la feria, la autora recibe el Premio FIL de Literatura; en esta entrevista habla del colonialismo, de Rulfo, del valor del arte y de la palabra. Se asume como una cronista de las cosas que pasan
Ciudad de México (N22/Huemanzin Rodríguez).- La joven Lídia Jorge era una maestra de secundaria. Había vivido primero en Angola y luego en Mozambique. Estaba en África durante la última parte de la Guerra colonial portuguesa, estaba ahí cuando la dictadura más longeva de Europa se desmoronaba años después de agrietarse. En 1974 vino la Revolución de los Claveles y lo que vivió la joven maestra, nacida en un pequeño pueblo de Boliqueime, marcó el rumbo de la mujer que se volvió escritora. Considerada como un referente de las letras portuguesas actuales, Lídia Jorge conversó con N22 Digital.
Al ser testigo de la guerra en África, ¿qué fue lo que entendió de usted misma?
Ha sido fundamental esa experiencia. Ahora mismo, como adulta, es mi experiencia nuclear. Porque nosotros vivíamos en Portugal pensando que éramos la cabeza de un gran imperio, pero vivíamos una paradoja. Éramos un pueblo muy pobre, tendíamos la mano para la limosna internacional y pensábamos que éramos muy grandes.
Cuando ocurrió esa guerra colonial, yo era aún muy joven, era la novia de un militar, conocí la tragedia que era el que un pueblo quisiera dominar a los otro sin que le importara en lo más mínimo, y sin pensar si ese pueblo tenía un conocimiento que otros no.
En esa época fui maestra de jóvenes, y a veces los lunes, había estudiantes que venían desde sus pueblos en el interior de África, que habían sido completamente destrozados por los militares portugueses. No les quedaba más familia, venían llorando, diciendo que ya no tenían sus casas, que no les quedaba nada más.
Eso me creó un sentimiento sobre la Historia emocionalmente muy difícil. Pensé que no había derecho de que un pueblo dominara a otro.
Cuando esa pesadilla terminó y esos pueblos se hicieron independientes, una nueva era empezó. Después han venido las guerras civiles en esos territorios. Y Portugal, una pequeña nación, se ha transformado en un pequeño país democrático, pero ha sido muy duro para nosotros, salir del pensamiento dictatorial ha sido muy difícil. Todavía hoy, algunas personas guardan con gusto la memoria de esos años de dictadura. Esa experiencia me ha permitido entender lo que ha pasado en otros lugares como en América del Sur.
Después de esa experiencia, ¿cómo vio a América Latina?
Me parece que aún, después de siglos, lo países colonizados sufren mucho esa aventura “gloriosa” de Europa, que ha sido una aventura trágica para la gente autóctona. Creo que aún hay un resentimiento, la búsqueda de un ajuste de cuentas. Algunos pueblos lo dicen abiertamente casi con un altavoz, otros no, pero el deseo está subterráneo. Sin embargo, las lenguas han sido capaces de crear imaginarios en su mezcla entre los antiguos vencedores y los vencidos. Ahora que ha pasado tanto tiempo, la literatura es una especie de enlace.
Es por eso que este premio significa para mí entrar en una especie de arca de la alianza. Un arca en donde nosotros intentamos poner los resentimientos de cada parte en cero y vamos a delante en la creación de una vida común por un nuevo mundo, que hoy mismo se está creando.
La literatura es verdaderamente un contra destino, la literatura pelea para que la humanidad sea una. Entonces, siento un gran honor por pertenecer a una lista grande de treinta escritores cuyas literaturas están hechas para la comprensión humana.
En su obra, podemos ver al proceso histórico tan sólo como un telón de fondo, porque en realidad, en sus novelas habla de la identidad y el alma. ¿Cómo observa a las personas en la Historia?
A veces digo que me siento una especie de cronista, no una cronista de hechos históricos, sino una cronista del tiempo que pasa. Yo pienso en esa perspectiva personal e íntima del novelista delante de la Historia. Es como si nosotros los escritores fuéramos unos perros que vamos debajo de la mesa de la Historia para escuchar lo que la Historia oficial no dice. Somos esos perros que escuchamos los suspiros, los deseos, los mismos odios personales, todo eso que pasa que la Historia ignora. Porque la Historia habla de lo aséptico, de los grandes hechos, de las fechas importantes, pero no de los sentimientos personales. Es por eso que, para los novelistas, nos es importante entrar por la pequeña puerta. Exactamente como un perro, a escondidas, estamos debajo, atentos, escuchando las pequeñas cosas que caen de la mesa.
Juan Rulfo ha sido un autor importante para usted, de alguna manera hay parte de ese mundo rural en algunas de sus novelas.
Cuando usted habla de Juan Rulfo, habla de un patrono importantísimo. Para mí es uno de los autores más importantes de América Latina. Ese libro llamado Pedro Páramo, es un microcosmos donde se escuchan las voces de las sombras. Tal vez me gusta porque yo he nacido en un pueblo pequeño en donde los muertos convivían con los vivos. Cuando leí Pedro Páramo a los veinte años, fue todo un descubrimiento, porque antes, era estudiante de Humanidades, de Filología Románica, y lo que estaba de moda era el estructuralismo, las novelas francesas, las novelas de tipo Nouveau roman (movimiento de la Nueva novela) o las novelas de tipo existencialista. Y eran muy sofisticadas para mí, no hablaban de la vida con la sangre que había visto en mi pueblo, en donde alguien había esperado veinte años en la cárcel para vengar una injusticia con su cuchillo delante de toda la gente. Eso lo vi cuando era niña. Yo quería escribir de la batalla humana, construida desde los ojos de la gente simple, que es una muestra de toda la humanidad. Y cuando descubrí a los latinoamericanos, primero Pedro Páramo y después Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, yo pensé: «Éste es mi mundo. Pero no voy a copiar.» Yo quería hablar de una especie de realismo mío, que también era fantástico y que sigue siéndolo.
¿A través de la literatura el mundo puede ser un poco más justo?
A mí me parece que sí. Yo no quiero decir que el poder de la literatura sea inmediato, pero es cierto que la literatura también es educativa. En los pueblos latinoamericanos, como en los pueblos del Sur de Europa, tenemos miedo de decir que la literatura desempeña un papel didáctico, educacional. Nosotros los escritores pensamos que la literatura tiene un papel simplemente artístico, no queremos hablar de la otra parte. Pero es verdad que el arte es didáctica, el arte hace comprender al otro. Especialmente logra esa parte mágica, que nos desplaza de nosotros mismos, nos lleva al rostro del otro. Con la literatura, nosotros somos todas las razas de todos los idiomas. Permanentemente estamos cambiando puntos de vista.
Es por eso que, en algunas de las universidades más importantes, las cátedras de Derecho enseñan literatura. Porque para un jurado, para las cortes, para un tribunal, les da herramientas para entender mejor los movimientos internos de la gente.
La escritora brasileña Clarice Lispector, decía: «Yo intenté conocer a los otros y cuando fui a los otros, comprendí, que eran yo misma». Mi proceso es lo contrario, yo no creo que me reconoceré más, no conoceré mi espalda, no conozco mis ojos, no conozco mi imagen delante de usted. Pero, mirándole a usted, sé cómo es la gente y eso es lo que me interesa. Entonces, conocer a los otros es lo más importante.
Si ese es el valor de la literatura, ¿cuál es el valor de la palabra?
Los países más importantes, no necesariamente son lectores. Uno sabe quién ha leído por su forma de hablar. Cuando alguien no tiene un vocabulario amplio, significa que no tiene sofisticación en el alma. Y no puede comprender a los otros. ¿Qué le queda a ese tipo de gente? Procesos de poder personal o grupal, pero sin la verdadera riqueza de los otros, simplemente porque no han leído un libro. Se nota de inmediato la falta de retórica, de poética y escasa argumentación. Cuando uno no sabe argumentar, evidentemente, se reacciona por la fuerza. Es el diálogo, lo que detiene a un puño cerrado delante del otro. Entre más palabras tenga tu diálogo, podemos poner a la violencia más alejada de nosotros. Por eso sostengo que la literatura es un proceso de paz, es una utopía en donde uno jamás llegará a lograr el objetivo final, pero es el camino lo que nos permite seguir por la vida.
Creo que para el cambio de era que nos viene, que es el triunfo de la tecnología, será absolutamente necesario que planteemos por delante a la cultura tradicional, a la cultura libresca, a la cultura artística, a la cultura de la filosofía, de la ética y la moral política. Si no, va a ser una catástrofe. Confío en que nuestro sentido de la sobrevivencia nos permita crear una especie de cultura conjuntiva y no disyuntiva. Y esa cultura conjuntiva debería tener en las humanidades, las ciencias duras y la tecnología, sus tres pilares que nos permitirán seguir adelante.
Me queda claro que usted es una persona muy observadora, también presiento su escucha atenta. ¿Cómo es su proceso creativo?
Empecé a escribir desde que era niña, me da vergüenza decirlo porque la gente no me cree, pero desde los nueve años comencé a escribir historias. Esas historias eran para dialogar, porque era una niña muy sola, era hija única, no tenía hermanos, vivía en un pueblo pequeño, no tenía vecinos y esa era la forma de no estar sola.
Es verdad que escuchar a la gente ha sido para mí un gran placer, tan grande, que siempre incorporé a las voces en mis escritos. Mi primer libro O Día dos prodigios (1980), que aún no está traducido al castellano, es un libro en donde toda la gente habla en voz alta, su estructura es un poco como la Biblia: «Vino alguien y dijo…»
Yo no soy una escritora filosófica o que desarrolla conceptos, yo soy una escritora antena, significa que capto en el aire las voces de la gente y lo que está ocurriendo. No quiero decir que no tengo profundidad, porque no creo que sea así, pero mi temperamento es el que acoge las voces alrededor de mí.
Cuando empecé a publicar hace cuarenta años —¡tanto tiempo ha pasado! Aún no lo siento, evidentemente dentro de poco tiempo sí lo sentiré—, no estaba de moda escribir como yo escribía. Estaba de moda ser muy escéptico, muy filosófico y sentencioso. El personaje literario creado en el siglo XIX, ya no era estimado, porque la novela modernista había destruido esa categoría.
Yo pensaba que no sería nunca una escritora importante porque yo quiero personajes, yo quiero gente dentro de mis libros. La primera entrevista que tuve fue en televisión por O Día dos prodigios, yo estaba temblando de nervios, y entrevistador me dijo: «Ha sido muy difícil leer tu libro, Lídia, ¡Hay tanta gente en tu libro! ¡Es muy difícil!» Le pareció difícil porque no estaba habituado. Yo quería demostrar que toda esa gente, todo un pueblo entero, podía caminar en mi libro. Para ese periodista, en ese momento yo estaba haciendo algo extravagante, algo contrastante.
Sigo siendo una escritora que le gusta la plaza pública, soy una mujer que se esconde detrás de la ventana para ver, pero al mismo tiempo, soy capaz de entrar a la plaza pública y ser una entre los demás.
Mi literatura es con gente, mi pensamiento es salvaje, es un pensamiento que recorre a la gente, multiplico a los personajes porque no tengo certeza de nada y es cruzando sus voces como puedo llegar, lo más cercano posible, a una verdad. Eso es lo que yo procuro, es lo que busco.
Creo en la literatura, creo en el valor y el poder del arte, como en la fuerza del lenguaje, pero si revisamos la Historia, los países colonialistas son hoy los privilegiados. La gente pobre del pasado sigue siendo la misma gente pobre de la actualidad. Quienes no han creído en las humanidades, no lo han hecho ahora y hasta pueden llegar a ser gobernantes. Sé que buena parte de lo que se refiere es una apuesta al futuro. ¿Cómo mantener claridad en medio de la adversidad?
Entiendo lo que dice, es un pensamiento pesimista el suyo y está bien. Dice en voz alta mucho de lo que pienso a veces, porque si uno piensa en las relaciones de poder y que no las podremos cambiar jamás, nos convertimos en unos cínicos. Porque verdaderamente hay una especie de modelo que siempre se va adaptando, vienen nuevos descubrimientos, vienen movimientos sociales, llega la industrialización, llega la tecnologización y al lado de todo eso, las relaciones de poder no logran conexiones más humanas.
Después de la Segunda Guerra Mundial se ha creado la Carta de los Derechos Humanos. Toda la segunda mitad del siglo XX el mundo ha intentado crear la democratización. Es sorprendente que, cuando la tecnología nos libera de tantas cosas y nos aproxima los unos a los otros, es precisamente que las democracias vienen para atrás y los poderes neoliberales dominan al mundo. Entonces todos los pensamientos pesimistas son lícitos. Incluso hoy mismo estamos sobre una crisis económica que viene desde 2008. ¡Desde hace doce años no ha pasado nada! ¡Todo lo contrario! La crisis del 2008 no ha cambiado un sistema económico de explotación de una persona sobre otra. Ahora que la naturaleza nos ofrece una trágica situación pandémica, era el momento para generar una segunda Carta de los Derechos Humanos. Tal vez es el momento para hacer realidad la Carta de los Deberes y Obligaciones de los Seres Humanos, propuesta ante la ONU, inspirada en el discurso de José Saramago al recibir el premio Nobel de Literatura en 1998, misma carta que fue defendida y apoyada por algunos escritores mexicanos y otros jóvenes escritores de otros países.
Pienso siempre que al final, la Ilíada está llena de la muerte consecutiva de héroes. Hay un mensaje que tenemos ahí desde hace siglos, que los hombres continúan matándose unos a otros. Hoy ya nos es posible continuar así. Sabemos que tenemos armas en nuestras manos que van a destruir toda la humanidad. Por ello, ese pensamiento pesimista debemos devolverlo en otra forma, transformarlo en esperanza. Para mí la esperanza va al lado del pesimismo, no me parece que el optimista sea el esperanzador, el optimista no quiere ver la profundidad de la tragedia. Pero quien quiere ver la profundidad de la tragedia, es capaz de decir dónde está la esperanza. Para mí la esperanza está en que hoy, la historia, la historia reciente está en las pantallas de todo el mundo. Es hoy que sabemos en dónde están los esclavos, hoy sabemos quiénes son los patrones de esos esclavos, aunque no sabemos quiénes son los patrones del dinero, sus rostros están escondido. ¡Esa es una vergüenza para la humanidad! No sabemos quiénes son los dueños de los bancos, de las acciones. Es vergonzoso este sistema. Ahora estamos delante de todos estos elementos para poder cambiarlos.
Y para mí hay una especie de espíritu contradictorio, yo quiero que esta pandemia termine lo más rápido posible, aquí hay un segundo brote en Portugal, es terrible en toda Europa. Pero si esto es un pequeño intervalo, no va a cambiar nada. Ahora que la gente comprende que estamos solos en el planeta, hay quienes dicen que esto es un aviso de la naturaleza. No es cierto. Aunque nosotros somos hijos de la Tierra, ésta no es nuestra madre. A la Tierra no le importa la humanidad, la Tierra dejó desaparecer a los dinosaurios y mamuts. La Tierra continuará con sus árboles y su mar, con las piedras y los relámpagos, con la lluvia y las flores, pero nosotros podemos no estar aquí. La Tierra no se va a preocupar por nosotros y nosotros no tenemos planeta B.
Le entiendo bien, su pensamiento pesimista es realista. Pero la gente que piensa así es la primera que, en la catástrofe, empieza a construir. Somos los primeros que abrimos la puerta para repartir el pan que tenemos. Creo que en general, somos los pesimistas los que tenemos más esperanza. No sé si compartes lo que te digo.
Estoy de acuerdo con lo que me dice, y eso me lleva a otra palabra con la que titula una obra en la que trabaja desde hace unos meses, es Misericordia.
Misericordia va a ser un libro, que estoy escribiendo, particular en el conjunto de mis libros, porque ha sido un libro que mi madre me ha pedido que escribiera. Ella me pidió que escribiera un libro sobre la misericordia por los seres humanos.
Entonces, lo que voy a hacer es un libro completamente diferente a mis otros libros, voy a intentar transformar sus últimos diarios en un relato íntimo, imaginando un viaje por la cabeza de una mujer mayor que ha muerto niña. Lo empecé después de abril, sigo trabajando en él.
En sus novelas, los personajes femeninos son diverso y tienen una presencia importante frente a otros personajes. ¿Podemos entender que se reflejan de alguna manera los procesos que las mujeres han vivido en Portugal las últimas décadas?
Para mí escribir no es dar lecciones de cómo se deben de hacer las cosas. Tampoco quiero terminar premiando a los buenos y castigando a los malos como en el siglo XIX. Para mí la literatura es una demostración de las relaciones humanas. Es para abrir la vida y mostrarla. Claro que al hacerlo se refleja mi juicio de valor. Las mujeres, un poco por todas partes, pero sobre todo en ciertas culturas, son más víctimas que los hombres. Porque puede ser víctima de su compañero, de la familia, del entorno social. Esa definición de que las mujeres son una especie de territorio ocupado, es verdadera. Las mujeres son gente que está partida, siempre ocupadas en deberes. La formación de su cuerpo es dar, es dar leche, es dar su vientre. No quiero decir que el cuerpo masculino no dé, pero sí que hay un contraste. En las sociedades europeas en donde el feminismo ha sido muy fuerte, los hombres últimamente están al lado de las mujeres. Es un honor decir que en Europa los hombres cultivados están al lado de las mujeres. Muchas cosas han cambiado. Puedo decirle que veinte años antes, los hombres no querían hablar de aborto. O lo rechazaban o les avergonzaba. Decían: «Eso es una cosa de mujeres.» Cuando se hizo un referéndum al respecto, los hombres no votaron, estaban en otros lados. En los últimos doce años hubo otra votación, entonces los hombres empezaron a discutir. Y han hablado del tema con el mismo empeño que las mujeres. El proceso de las mujeres lo hicieron suyo y en muy pocos años, las cosas han cambiado. Mi abuelo fue una persona encantadora, pero nunca estuvo cerca de una cuna. Hoy vemos a parejas jóvenes que comparten tareas como esa.
Es imposible como mujer no hablar desde nuestro punto de vista. A mí me gustan mucho los hombres, mucho, soy verdaderamente heterosexual, pero yo conozco más a las mujeres, vivo al lado de ellas, para es mí más cercano. Pero en la literatura me parece que es necesario ser todo. Cuando una empieza a escribir, una quiere ser todo. Un escritor o escritora tiene que ser hombre, tiene que ser mujer, quiere ser viejo, quiere ser niño, quiere ser adulto. Incluso quiere ser cosas, cuando escribimos queremos ser las paredes de las casas, imaginando que oyen. Queremos ser apasionados del alma, del ánima del mundo. Queremos ser todo. No queremos ser simplemente hombres o mujeres.
Digo esto porque hay personas que me dicen: «Soy capaz de adivinar la parte masculina.» Yo no sé si soy capaz, pero intento desplazarme, me imagino cómo es un cuerpo masculino, qué significa tener siempre ese deber del triunfo, de ser un padre fuerte, tener que ser delante de un niño el que aleja al lobo que le atemoriza. Puedo imaginarme eso, a un hombre que se quiere acercar a sus hijos y que la mujer no lo deja porque ya no le gusta su marido. Puedo imaginarlo, más no adivinarlo. Creo que el arte es lo que nos permite poder hacer esa metamorfosis.
La entrega del Premio la podrás ver a través de las redes sociales de Noticias 22 Digital y de Canal 22.