A cincuenta años de la muerte ceremonial del escritor japonés, símbolo contradictorio del Japón de la posguerra, se conmemoran también 35 años de la película sobre su vida y obra, producida por Francis Ford Coppola y George Lucas
Ciudad de México (N22/Huemanzin Rodríguez).- Se dice que son las crisis las que permiten los cambios, y las obras de arte son gran reflejo de ello. Difícilmente, aunque no inaudito, el arte no nace de la contradicción. Entre el siglo XIX y el XX la historia de Japón confrontó a su gente con la tradición y la idea de modernidad occidental. En ese lapso desapareció el poder y estructura de los samuráis, quedando más como un título honorable junto a sus espadas a la cintura sin desenfundar, a cambio de un sistema militar con armas estadounidenses. Ya en el siglo XX, vinieron la Guerra Ruso-Japonesa, la invasión a China y la destrucción de la Segunda Guerra Mundial. Todas esas emociones, se reflejan en la literatura japonesa de la época.
Pocos son los países que en un tiempo breve han dado una generación determinante de creadores. Así como de manera simplificada se nos ha enseñado que la novela francesa es al siglo XIX, como la estadounidense a la primera mitad del del siglo XX y el boom latinoamericano a la segunda mitad de esa centuria; de esa misma manera reduccionista podemos explicar a la literatura rusa que en poco más de cien años entre Pushkin y Solzhenitsyn impactó al mundo, o a la japonesa, que de la segunda mitad del siglo XIX hasta entrado el siglo XXI, ha sido centro de atención para los especialistas.
Para Yukio Mishima (1925-1970), su literatura era resultado de una tensión entre oriente y occidente. Heredero de una rica tradición literaria que incluía autores como Natsume Soseki (1867-1916), Junichiro Tanizaki (1886-1965), Kobo Abe (1924-1993), Kenzaburo Oe (1935), entre otros; y por supuesto, a su maestro Yasunari Kawabata (1899-1972), ganador del Premio Nobel de Literatura en 1968.
En entrevista con Jean Prasteau, para la serie de televisión francesa À la vitrina du libraire, del 15 de enero de 1966, Mishima se asimilaba entre la escritura contemporánea y la síntesis de la escritura tradicional, con una importante contribución occidental. La influencia japonesa estaba entre la estética y la psicología tradicional, en conflicto con el realismo, y en rechazo a la novela romántica confesional, popular en Japón desde finales del siglo XIX. En esa conversación, Mishima aseguraba, tras hablar de Dumas y Zolá, tener cierta influencia de La bola del conde d’Orgel, obra de Raymond Radiguet (1093-1923), pareja de Jean Cocteau.
Ahí, Prasteau le pregunta:
-¿La bomba atómica ha inspirado libros?
-La bomba de Hiroshima ha sido muy difícil de abordar para nosotros los escritores. Es un eco constante dentro de nuestros corazones, es como caer en una emoción profunda. Los novelistas han tocado a Hiroshima en los años posteriores a la guerra, pero desde un punto de vista político. Otros autores, de manera autobiográfica, han contado sus experiencias personales. A quince años después de la bomba, empezamos a verla en trabajos imaginativos, que se aproximan al sujeto de manera más objetiva. Si me lo permites, citaría a mi propia novela La bella estrella.
Mishima creció con su abuela Natsuko, perteneciente a la nobleza nipona, de quien heredó las aspiraciones aristocráticas, el gusto por el arte y una disciplina férrea. A los cinco años, Mishima ya escribía sus primeros cuentos. Al terminar el bachillerato contaba con seis novelas, tres ensayos y un libro de poesía.
En 1949 publica Confesiones de una máscara, autobiografía en la que devela su homosexualidad. Le siguieron obras como Sed de amor, Colores prohibidos, El pabellón de oro (cuya primera traducción al español, directa del japonés fue editada hasta 2017), Después del banquete, y la obra de teatro Madame de Sade, con gran influencia del teatro noh.
A finales de los años sesenta escribe su Tetralogía del mar de la fertilidad, integrada por las novelas: Nieve de primavera, Caballos desbocados, El templo del Alba y La decadencia de un ángel. Al mismo tiempo, su visión de la política se radicalizaba. Es cuando con sus seguidores, crea su propio ejército llamado Tatenokai, con el objetivo de proteger los valores tradicionales de Japón y restaurar el peso del emperador en el gobierno. Es con esta milicia que asalta el cuartel general de las fuerzas de defensa el 25 de noviembre de 1970.
Mishima y México
Después de la Segunda Guerra Mundial, las relaciones diplomáticas entre Japón y México se restablecen a través de dos importantes personajes para la diplomacia y la cultura de estos países: Eikichi Hayashiya (1919-2016) y Octavio Paz (1914-1998). Cuando Paz fue diplomático en ese país, fue a través de exposiciones plásticas y la literatura, que se reforzaron los vínculos entre las naciones. Hayashiya, además, le propuso en conjunto traducir al español un libro que no se conocía en nuestro idioma, titulado Sendas de Oku. Así, el poemario de Matsuo Basho de 1702, fue publicado por la UNAM en 1957. Después, en correspondencia, Hayashiya buscó hacer la traducción al japonés del Popol Vuh. Mishima al enterarse de esta edición, se acercó a Hayashiya y participó con la presentación del texto editado en 1961. Ahí escribe que se sentía admirado por la cultura maya gracias al libro The Ancient Maya (1947) de Sylvanus Griswold Morley, que lo llevó a visitar las zonas arqueológicas de Chichen Itzá y Uxmal. Le parecía emocionante encontrar similitudes entre las sociedades que construyeron esas ciudades Estado, con particularidades de Japón. De manera especial le llamó la atención lo que describe como “el espíritu violento de los acontecimientos” en el Popol Vuh, que asocia con la deidad Susanno Mikoto, hermano brutal de la diosa Amaterasu, de la mitología japonesa. La muerte y la resurrección le parecen apasionantes en el relato y se pregunta si eso no estaría vinculado al mexicano de la época, que se sabe tan cercano a la muerte como del Sol.
La belleza y muerte
En su novela El Pabellón de oro (1956), Mishima se inspira en un hecho que conmocionó a su país. el Kinkaku-ji, uno de los templos sintoístas más importantes de Japón, construido cerca de Kioto en 1397, fue incendiado por el joven monje Hayashi Yoken. En su novela, Mishima ve reflejado en el hecho, la humillación de su país después de la guerra. La tensión entre la belleza y la destrucción que está, tanto en el libro como en la adaptación cinematográfica de Ichikawa (Conflagración. 1958), se revelaba en el kendo. Mishima aseguraba que el arte marcial le permitía acercarse a los valores tradicionales, probarse a sí mismo en el duelo y experimentar el borde entre la vida y la muerte. Al querer explicar esos valores, dijo lo siguiente:
«Tú puedes encontrar fácilmente la contradicción del carácter japonés, una es la elegancia, otra la brutalidad. En ocasiones son muy difíciles de combinar. Nuestra brutalidad, creo que viene de la emoción. No se puede sistematizar la naturaleza de la brutalidad, creo que la brutalidad viene de un aspecto femenino. La elegancia viene de nuestro lado nervioso. Algunas veces somos muy sensibles a nuestro sentido de la elegancia, o al sentido de la belleza, es nuestro lado sugestivo».
El cine
De rodillas se quita la camisa. Una mujer está quieta junto a él. Con una venda en la frente prepara su katana, está listo para el harakiri, muerte ceremonial dolorosa que consiste en enterrar la hoja del acero en su vientre, girarla para desgarrar sus entrañas y prepararse para morir, cuando todo se ha perdido. Antes de inmolarse dice: «En la tradición samurái, todo el sentido de belleza está conectado con la muerte y eso influye el harakiri. Es un sentido muy fuerte de responsabilidad. Una muerte con honor. Ése es mi propósito.»
Esta escena en blanco y negro forma parte del cortometraje Patriotismo (1965), escrito y dirigido y por Yukio Mishima. Al escritor japonés le entusiasmó el cine. A grado tal, que escribió, actuó y financió sus propias películas; con personajes rudos como gángsters, investigadores, samuráis y militares. Estas cintas tuvieron cierto éxito en Japón, la más famosa y popular fue el cortometraje Patriotismo, el único que dirigió Mishima. En 1966, en entrevista, se refiere a él: «En cierta medida el cortometraje es muy extremo, sangriento, tal vez ha estado en mi mente desde que nací. Y, en cierta medida, no quiero mostrarlo como algo privado, una confesión o algo así. Lo que quiero es combinarlo con una situación más pública.»
La belleza y la destrucción, la vida y la muerte, son dicotomías que marcaron la obra de Yukio Mishima. La muerte de la patria fue un tema que le interesó mucho a Mishima, y finalmente, fue lo que terminó con su vida por propia mano en un ritual samurái en 1970. Tras su muerte, la película Patriotismo se perdió por casi 35 años. Pese a ello, inspiró el largometraje Mishima: Una vida en cuatro capítulos (1985) de Paul Schrader.
Schrader, guionista habitual de Martin Scorcese, financiado por Francis Ford Coppola y George Lucas, filma esta película con claras referencias a Patriotismo. El largometraje comienza con el último día en la vida del escritor, además adapta de manera teatral fragmentos de varias novelas en temas como el arte, la muerte y el honor; armonizados en un sentido ritual. Mientras que, en blanco y negro, cuenta parte de la infancia de Mishima, autor que, por su posicionamiento político, tiene muchos seguidores como detractores. De hecho, el estreno en Japón de Mishima: Una vida en cuatro capítulos, provocó algunas amenazas a los dueños de salas cinematográficas.
Sin embargo, esta no había sido la primera vez que la obra de Mishima había llegado a la pantalla, el cine japonés adaptó muchas de sus obras, pero casi todas son poco conocidas, si acaso ha sido Conflagración (1958) de Kon Ichikawa (1915-2008), basada en la novela El pabellón de oro, la más reconocida por los eruditos del cine fuera de Japón. A propósito de este director, Mishima escribió sobre él: «Su naturaleza tiende a la sequedad, sin ningún rastro de dulzura, invariablemente, su obra es de una mordaz sensibilidad perversa». La suerte de obras tan importantes como la de Ichikawa, la han vivido adaptaciones internacionales casi olvidadas como la versión teatral para televisión de La marquesa de Sade (1992) dirigida por Ingmar Bergman, la fallida El marinero que cayó de la gracia del mar (1976) del recientemente fallecido Lewis John Carlino, con las actuaciones de Kris Kristofferson y Sarah Miles; o La escuela de la carne (1998) cinta dirigida por Benoit Jacquot, protagonizada por Isabelle Huppert.
Entre las décadas de los 50 y los 60 hubo al menos 20 versiones cinematográficas de obras de Mishima o películas basadas en obras de otros autores adaptadas por el autor de Confesiones de una máscara; cine que es prácticamente desconocido en México.
Por ello es algo intrigante que la cinta de Schrader, coincida con Patriotismo, que fue redescubierta con el inicio del este siglo. Con toda seguridad el director de cine lo logró a través del estudio de las referencias históricas y gracias a la labor de documentación que incluye las 40 novelas, 18 obras de teatro, 20 ensayos y 20 libros de cuentos de Mishima; como el desconcertante registro periodístico y en video de su toma del cuartel de las Fuerzas de Autodefensa de Tokio, donde enalteció en un discurso público la figura del emperador de Hiroíto, en la búsqueda de un apoyo popular para un golpe de Estado, contra un gobierno arrodillado por el poder del capitalismo. Mishima pensaba que la prosperidad económica otorgaba un sentimiento de aburrición, un espíritu vacuo que se popularizaba con rapidez. Veía a una sociedad continuamente insatisfecha y a las clases sociales ricas, venerando esa prosperidad. Veía que eso estaba completamente lejano a la tradición samurái basada en el honor, dispar al dinero.
Antes del escándalo que significó hace 50 años la toma del cuartel el 25 de noviembre de 1970 y el suicidio del escritor, Mishima declaró que veía al harakiri como algo muy positivo, que a veces el suicidio no era la derrota de uno mismo, que a través del harakiri se podía ganar.
Para Marguerite Yourcenar resultó muy difícil abordar a una figura contemporánea perteneciente a una civilización distinta a la francesa, en su ensayo Mishima o la visión del vacío, consideraba que es la espectacularidad de la muerte de Mishima, la que empaña su importancia literaria.
Imagen de portada: Fotograma de la película Mishima: Una vida en cuatro capítulos (1985), de Paul Schrader