La cantante nacida en Costa Rica falleció el 5 de agosto de 2012. Su voz entrañable y desgarradora la hizo mexicana. En su aniversario luctuoso la recordamos
Ciudad de México (N22/Ana León).- Este miércoles se cumplen ocho años de la muerte de Chavela Vargas. No es un «número redondo» como le llaman, pero no hace falta un número para volver a una de las voces que ha marcado la historia musical de nuestro país y la historia sentimental de muchos, por qué no decirlo.
Chavela Vargas no nació en México, nació en Costa Rica en 1919, pero llevó en la sangre la música que la arraigó a nuestra tierra. Rompedora de estereotipos, se insertó en ésta —luego de un intento que siguió la imagen de la época—, enfundada en pantalón y jorongo, pelo recogido en trenza y cara con poco maquillaje (luego nada) y una guitarra. La voz salía como un hachazo a cortar cabezas, una voz dura, «como de hombre», decían. Y abría grieta, una profunda, porque es sólo en esas fisuras a través de las que se puede colar una figura como ella.
En La promesa de la felicidad (Caja Negra, 2019), de Sara Ahmed, escritora feminista y académica nacida en Australia y criada en Inglaterra, la utora escribe sobre personas como Chavela, esos «extraños al afecto», personas que «no desean de la manera correcta» y entiéndase esa «manera correcta» como lo que se supone «debemos desear», «las implicaciones clásicas de la felicidad implican cierta regulación del deseo» y aquellos cuyos deseos no son los «correctos», en diferentes ámbitos, rompen con esa promesa al no experimentar placer o sentirse felices o dejarse afectar de la manera correcta por lo que se entiende como bueno. El extranjero al afecto crea situaciones incómodas y se le piensa como alguien «complicado». Chavela fue una de esas extranjeras del afecto. No se dejó afectar por «lo correcto», deseó lo que quiso desear, fue quien quiso ser. Y justo ahí, al negarse a ocupar el lugar que debería, se hizo a ella misma. No quitó el dedo del renglón y fue ella. Solo ella.
«Me fui llenando las arterias y la venas y cada vaso de mi cuerpo, me fui llenando con un coraje que, te lo juro, a veces pensaba: si paso por ahí, ¡arranco la pared!».
«Para dónde voy», ese fue su horizonte. No le prestaba mucha atención al lugar de donde venía sino al camino que la esperaba o que tenía pensado hacer: «mi obsesión era, tengo que ir. Mañana, tarde y noche, tengo que ir.» Y yéndose se arraigó en el dolor de sus canciones, en las letras de José Alfredo Jiménez y en lo áspero de la experiencia humana.
En Netflix estos días se puede ver el documental Chavela, dirigido por Catherine Gund y Daresha Kyi.