En formato de novela gráfica se recupera y revalora la historia de vida de mujeres que rompieron los cánones sociales, que buscaron el respeto a las diferencias y que se atrevieron a luchar por ello
Ciudad de México (N22/Redacción).- Entre Angela Davis y Annemarie Schwarzenbach hay más que un continente de distancia. Las separa también una clase social y un color de piel que condicionó sus trayectorias. Una se dedicó a la lucha por los derechos civiles de los afroamericanos en Estados Unidos y otra a la batalla diaria por hacerse a sí misma contra todas las convenciones y todos los clichés; dos disidentes, al igual que la escritora Rose Wilder Lane, una anarquista feminista que ayudó a que su madre, Laura Ingalls Wilder, se convirtiera en la exitosa autora de La casa de la pradera y acabase opacando su propia obra literaria; o la pintora polaca Tamara de Lempicka, que ensanchó los límites del art déco tanto como la permisividad moral de los años veinte, a la que han biografiado Virginie Greiner y Daphné Collignon en un álbum publicado en España por Planeta Cómic.
Personalidades divergentes aunque unidas por la búsqueda de algo que estaba en los márgenes, que han atrapado el interés de autores de cómic tan dispares como ellas mismas y que han llevado sus vidas a obras gráficas publicadas en los últimos meses.
«De Annemarie, al segundo de conocerla, me atrajo su magnetismo y su actitud en sus retratos fotográficos, fue una disidente de género, sexual y política. Se cuestionó sus privilegios de clase y su blanquitud: era muy consciente de la opresión racial y la explotación de la clase obrera», explicó para el medio El País, la dibujante Susanna Martín, coautora de Annemarie (Norma) junto a la guionista María Castrejón.
Fotógrafa, escritora, viajera y periodista, Schwarzenbach nació en 1908 en una familia suiza adinerada y conservadora. Ella fue diferente desde la infancia y acabaría encarnando ese prototipo de mujer rompedora de los años treinta que a menudo acababa mal porque sus pulsiones interiores no encontraban acomodo en el mundo real. Annemarie Schwarzenbach desató demasiadas revoluciones para deglutir en una sola vida: la sexual (el lesbianismo), la política (estaba en las antípodas del nazismo de su familia), la social (el feminismo).
Más de siete años le dedicó al proyecto la dibujante Susanna Martín, que emplea acuarelas, lápices y tinta en el cómic, donde los colores tienen su propio código anímico, como los rojos, magentas y violáceos de las crisis de la escritora, como se señala en la nota antes citada.
La publicación de Miss Davis tiene el don de la oportunidad, aunque sus autores, los franceses Sybille Titeux de la Croix y Amazing Ameziane, se embarcaron en la biografía mucho antes de que Estados Unidos se adentrase en una nueva oleada de protestas contra el racismo. No deja de ser paradójico que sean dos autores europeos, a instancias de una editorial europea, quienes se lanzan a contar los años más crudos de una de las activistas estadounidenses más demonizadas. Angela Davis, que nació en 1944 en una opresora Alabama, encarnó como nadie la polarización de la sociedad estadounidense en cuestiones raciales, que lo mismo la consideró una peligrosa terrorista que la reverenció como un icono de la lucha de las Panteras Negras en los setenta.
La primera pérdida cercana que sufrió Angela Davis fue la de sus antiguas compañeras de colegio. Cynthia Morris Wesley y otras cuatro jóvenes murieron en 1963 mientras asistían a un oficio religioso en la iglesia baptista de la calle 16 de Birmingham, donde todas habían nacido y donde las tensiones raciales se dirimían con balas y bombas. Davis estaba entonces en Biarritz, en una de las escalas que realizó en Europa mientras estudiaba Literatura francesa en la Sorbona y Filosofía con Adorno en Alemania. Cuando regresó se matriculó como alumna de Marcuse en San Diego y se implicó en los movimientos antirracistas que defendían una posición más radical frente al sistema que marginaba a la gente según su color.
Eran los días de Ronald Reagan como gobernador de California, del encarcelamiento de líderes negros como Rap Brown, del Ku Klux Klan quemando el sur y de Cointelpro, la operación secreta del FBI de Hoover para luchar contra el enemigo interior, un saco en el que entraban comunistas, defensores de la igualdad racial o supremacistas blancos que abrazasen la violencia. «Explicar a los lectores europeos qué fue Cointelpro es fácil. De ese modo puedes sonreír un poco, obtener la información y los lectores pueden respirar justo antes de la parte oscura y dura de Angela en la cárcel», explicó para el mismo medio el dibujante Ameziane, que también llevó al cómic la vida de Muhammad Ali con guion de Sybille Titeux de la Croix.
Bagge al rescate de las libertarias
Peter Bagge vuelve en Credo a indagar en la biografía de una mujer libertaria, tan singular como desconocida: Rose Wilder Lane (1886-1968) fue escritora, corresponsal de guerra y una de las fundadoras del movimiento anarquista en Estados Unidos junto a las escritoras Isabel Paterson y Ayn Rand. También fue la hija de Laura Ingalls Wilder y artífice de la edición final de La casa de la pradera, la célebre novela sobre una familia de pioneros en el Oeste americano que más hizo llorar en las sobremesas españolas tras su adaptación televisiva. «Ella dedicó mucho tiempo y esfuerzo a los libros que su madre hacía», explicó el dibujante.
Wilder Lane fue popular en las décadas de los veinte y los treinta del siglo pasado. «Desde entonces mucha gente ha estado preocupada o confundida por sus ideas políticas, y los fans de su madre la veían con malos ojos porque sabían que ambas se habían peleado mucho y ellos tomaban partido por la madre. Así que ella fue empujada hacia la oscuridad», comentó Bagge en la nota publicada por El País.
Fue una de las autoras mejor pagadas por sus trabajos literarios y periodísticos y una viajera intrépida, pero también sufrió adicciones al opio y a la cocaína y depresiones.
Con información de El País.