Pretextos sobran para charlar con una artista visual como Verónica Gerber Bicecci, pero uno de ellos es que a finales del año pasado publicó dos nuevos textos: Otro día… (poemas sintéticos) y La compañía, libros disímiles pero conectados por su exploración entre las imágenes y las palabras
Ciudad de México (N22/Ana León).- De niña, un límite claro en el universo de Verónica Gerber Bicecci (1981) era la avenida Insurgentes. Una línea que separaba la colonia en la que creció —«con un parque lleno de punks»—, de la que quería explorar. Su madre lo había impuesto y ella lo traspasaba invariablemente. Los límites fueron y siguen siendo una invitación a ir más allá, y en su práctica artística y literaria Verónica busca tensarlos constantemente. En ese juego, las palabras y las imágenes tienen un papel esencial.
-¿En qué parte de la Ciudad de México naciste?
-Yo nací en la colonia Hipódromo-Condesa mucho tiempo antes de que se gentrificara. Cuando yo era chica era muy distinta, estaba lleno de punks el Parque México y era muy divertido ir a verlos.
-¿Cómo definió el lugar en el que creciste tu ejercicio artístico?
-Nunca había pensado en eso. Creo que la posibilidad de salir sola a la calle, algo que los niños ya no pueden hacer, de salir a pasear sin un rumbo, sin hacerle caso también a las cosas que me decía mi madre, que una de las reglas era no cruzar Insurgentes y yo siempre la cruzaba con mis amigos, supongo que esa posibilidad de pasear en algo debe estar relacionada con la práctica del ensayo que es una de las que más me interesa.
De la relación que hay entre el texto sobre la página y la imagen, ¿para ti dónde empieza una y termina la otra? Porque si bien una imagen te puede evocar una narración, el texto sobre la hoja es, en sí, una imagen.
-Yo creo que lo que yo he tratado de comprobar, o eso es lo que he estado buscando, es algo que dice René Magritte, algo así como «en una pintura las palabras tienen la misma sustancia que las imágenes». Está diciendo que si agarras un pomo de óleo y pintas una palabra, pues tiene la misma sustancia que si pintas un paisaje. Yo creo que eso, así de sencillo como se oye, en el fondo es lo que me interesa buscar. Es decir, entender que más bien no hay límite y quitarnos esa idea de que por un lado están las palabras y por el otro, las imágenes, y que si las juntas estás haciendo algo que no es “natural”.
-Creo que pensamos tanto con imágenes como con palabras; hay una relación bastante orgánica. Me parecen dos bichos que pueden hacer simbiosis. Y sí creo que esas relaciones que pueden generar son de muchos tipos. Estamos educados para distinguir solo una de esas relaciones que es la de la ilustración, es decir, cuando la imagen explica las palabras, cuando las ilustra, esa relación es muy padre y sirve para muchísimas cosas, pero hay muchísimas otras.
Otro papel esencial, es el punto desde el que mira, no sólo en términos ideológicos sino también geográficos: el espacio y el cuerpo. En Mudanza (Almadía, 2010), Verónica escribe «ser zurda, ambliope y llamarme Verónica, fue el pasaporte con visa al mundo al otro lado del espejo». Un espejear que no sólo se refleja en su reapropiación de las letras de otros autores sino en la manera en la que dialoga con la obra de otros artistas, al tiempo que cuestiona el lugar en el que está situada para observar y las particularidades de su propio cuerpo que, invariablemente, condicionan la forma en la que desde ahí, desde ese espacio tan personal y político, mira y se mira.
–Aquí en mi escritorio tengo esto que estuve ordenando de mi archivo. Es una pieza que hice cuando estuve estudiando en la Esmeralda, ya tiene bastante tiempo, creo que es desde el 2001, y es un primer intento de usar texto e imagen y hay una pregunta que dice: ¿Alguien más ve lo que yo veo? Ésta es una de las primeras preguntas que yo me hice justo en el sentido de las perspectivas y creo que esa preocupación sigue presente. Esa preocupación por desde dónde se miran las cosas me parece que, en mi caso, viene de haber leído El cuarteto de Alejandría, de Durrell, que son cuatro libros y cada libro es una perspectiva de la misma historia, pero la historia va cambiando drásticamente conforme vas avanzando en cada tomo y digamos que el segundo cancela al primero, hasta cierto punto; el tercero te abre una dimensión distinta y el cuarto es en el tiempo. Es un intento de Durrell por, incluso, hacer de la literatura una teoría de la relatividad. Creo que me importa mucho eso en muchos sentidos, no sólo pensando el punto desde el que se narra o se ensaya algo, sino también pensando cómo se juntan distintas cosas, distintos elementos que pueden ser de otros autores, más cosas que yo propongo.
«¿Alguien más ve lo que yo veo?»
Agrupar es un ejercicio al que esta artista visual que escribe le dedica mucho tiempo. Agrupa cosas, autores, experiencias, relaciones, todo en conjuntos. Mucho de Conjunto vacío (Almadía, 2015) se explica a través de diagramas; o en Mudanza, hay una agrupación de autores que decidieron ser artistas visuales; o en La Compañía (Almadía, 2019) que aloja, primero, un relato con imágenes y luego es ya también una investigación casi periodística.
-La primer prueba que existe en documentos del uso de conjuntos está en mi tesis de licenciatura que se llamaba “Espacio negativo”, allí hay una parte en la que explico algo con conjuntos. Y después, más seriamente, habiendo terminado la licenciatura, tuve (uno o dos años después, más o menos) la beca del Fonca para jóvenes creadores y ahí había propuesto un proyecto que consistía en mapear mi cotidianidad y una de las maneras de mapear esa cotidianidad era con dibujos diagramáticos que se acercan bastante a la idea de conjuntos de Venn.
Hablemos de espejear, ese mundo al revés, esa superficie reflejante sobre la que Verónica surfea en la obra de otros, en los texto de otros, y dialoga con esos otros, los reinterpreta, los cuestiona o simplemente los toma como punto de partida para catapultar una nueva idea. Más que un sampleo frívolo, la acción, en sus palabras, es para «hacer evidente el diálogo que tengo con otras voces y que todo el mundo tiene, por que soy de la idea de que nadie trabaja desde la página en blanco. Ese mito del escritor frente a la página en blanco a mí me parece bobo, porque en realidad nadie empieza de cero, no hay manera de hacer eso.»
-He estado escribiendo una especie de muy sencillo manifiesto para entender por qué reescribo tanto y hay varias razones. Son frases así como: para repensar, para no repetir, para corregir cosas, para poner una nueva perspectiva como decíamos antes. También porque a lo mejor ya no necesitamos más nuevos textos sino pensar los que ya existen. Y poner en cuestión la linealidad del tiempo. ¿Por qué nos olvidamos de pensar cosas de atrás que a lo mejor son importantes para entender el hoy o el mañana? En realidad, reescribir es más bien una forma de hacer evidente todas las voces con las que conversas a favor o encontra, o discutes.
El 2019 Verónica lo terminó con dos nuevos textos: Otro día… (poemas sintéticos) (Almadía, 2019) y La compañía (Almadía, 2019). En el primero hace una relectura de Un día… (poemas sintéticos), de José Juan Tablada, donde imagina un día distinto casi un siglo después de la publicación de la obra de Tablada. Además, suma una reflexión sobre la catástrofe ecológica incluyendo las fotografías enviadas al espacio en el Disco de Oro, en 1977, pero modificadas. En La compañía, teje una historia de horror, primero con la relectura de un cuento de Amparo Dávila y luego con una serie de entrevistas y mapas sobre la depredación que trae a la vida de los pobladores una mina en Nuevo Mercurio, Zacatecas, escenario de la ficción que habita la primera parte del texto.
El libro en su obra es siempre un soporte, un objeto, un contenedor. «Algo que ha sido imposible eludir en mi trabajo es hacer libros. No puedo no hacerlos, digamos. Hago otra cosa y luego eso se convierte en un libro. Hago un libro y luego eso se convierte en otra cosa. Pero el libro sí que es un objeto que está ahí en el centro de mi trabajo y creo que es porque es un soporte históricamente natural. Durante siglos ha sido el soporte de la imagen y el texto. Es ineludible y, hasta cierto punto, un espacio en el que me siento interesada en explorar.»
Hace mucho, desde el 2010, más o menos, cuando publicó Mudanza, Verónica Gerber Bicecci empezó a definirse como una “artista visual que escribe”, dice que ya no recuerda si se lo robó de algún lado o se le ocurrió, pero la descripción le amoldó perfecto pues «podía escribir, quería escribir pero, también, la relación del texto con la imagen era algo que no iba a dejar de explorar. Digamos que esa definición me parecía la más transparente de acuerdo al orden de los factores. Es una manera que tengo de decir: estudié artes plásticas, pero me dedico a escribir desde ahí, como, “escribo con imágenes”, una cosa así.»
Ahora, ha empezado a habitar otra descripción, una que vino de Sara Uribe, también escritora y figura cercana a Verónica y es “trashumante de los géneros”. El salto de una casa a otra, de una descripción a otra, parece que ha llegado en buen momento, porque eso de «no estar en el mismo lugar me queda bien.»
-Yo había usado mucho la palabra exilio por mi propia historia personal y me había pensado siempre como una exiliada tanto de la literatura como del arte buscando la juntura de ambas, tanto de la imagen como del texto. Pero esto de la tierra, del humus y la trashumancia me interesa porque me hace pensar que alguien que se mueve de tierras está juntando pedacitos de cada una de esas tierras en el bolsillo y produce una especie de composta de la que sale algo nuevo.
Imagen de portada : Ana León / Imágenes en texto: La compañía y Conjunto vacío