El 25 de marzo de 1977 el periodista, escritor, militante y traductor argentino Rodolfo Walsh fue acribillado y su cuerpo desaparecido; pionero del periodismo narrativo en América Latina, antes que Capote en EEUU, recordamos la figura de este autor imprescindible
Ciudad de México (N22/Ana León).- Imagino a Walsh caminando por la calle, aparentemente tranquilo, sobre la Avenida San Juan, en Buenos Aires, alrededor de las dos de la tarde, del 25 de marzo de 1977. Debajo de esa apariencia, todos los sentidos en máxima alerta, leyendo el entorno, con una pastilla de cianuro y un arma calibre 22; siempre en sentido contrario a la circulación, siempre una figura alargada que sabe hacerse invisible. Lo veo con los lentes de pasta oscuros con los que aparece en todas las fotografías, con ese rostro entre amable y hosco, con esa llanura ahí donde debería haber pelo. Digo lo imagino, porque a cuatro décadas más dos años de su desaparición aquellos que nos interesamos en su obra periodística y literaria, en su militancia, ya sólo podemos imaginarlo, verlo a través de sus obras, reconstruirlo a la luz de las mismas y de todo lo que se ha investigado y escrito sobre él.
De su persona se dice que era sobrio, austero al límite. Los mismos pantalones siempre, la misma camisa. Un poco por gusto, un poco porque sus finanzas nunca fueron algo así como holgadas. La vida práctica estaba en segundo plano, la casa, las hijas, las relaciones quitaban tiempo para lo realmente importante: la escritura de ficción, la militancia, el periodismo. ¿Qué más se puede decir de este hombre sobre el que se ha escrito demasiado? Pero, ¿saber si se ha dicho todo? Exceso de ambición. Sobre todo porque aquél sobre el que se escribe ha desaparecido, no existe más y todas nuestras preguntas quedarán sin respuesta. Y quedaron sin respuesta desde esa tarde de 25 de marzo en que fue acribillado.
¿La infancia?, ¿la adolescencia?, ¿la relación con los padres?, comparte conmigo Leila Guerriero esas preguntas en una entrevista sobre este autor argentino imprescindible. «De todo. Si Walsh hubiera estado vivo, me hubiera pasado meses con Walsh, preguntándole cosas y hablando con su mujer, con su ex mujer. […] Quien sabe si él me habría dejado hacerlo, me parece que era un tipo bastante reservado y su militancia clandestina, también, lo había habituado a tener cuidados y resquemores, y cuidarse mucho con quien hablar, así que yo no sé si me hubiera recibido con mucho placer, pero le hubiera hecho todas las preguntas que le hago a cualquier persona sobre la que hago un perfil. Para empezar, que me contara toda su infancia con detalles, toda su adolescencia con detalles, sus amores, sus desamores, cómo fue el surgimiento de la vocación de la escritura, la relación con sus padres, no sé, todo. Para decodificar una cabeza tan sofisticada y compleja como la de Walsh hay que ir por todos los caminos posibles.»
Y justo uno de esos caminos es, para mí, Leila Guerriero, que alrededor de 2008 escribió “Rodolfo Walsh, o cómo no ser el hombre cualquiera”, un texto para Babelia que Libros del Asteroide incluye en su edición de 2018 de Operación Masacre a modo de prólogo. Aunque en Argentina no es difícil, o al menos eso tengo entendido, acceder a la obra de Walsh –pues Ediciones de la Flor se ha dedicado a editarlo y reeditarlo con fervor, «es un acorazado que avanza lentamente, dice Leila»– en México y España sí es complicado. Justo este texto apenas llegó a la mesa de novedades, en importación por la editorial española y en edición nacional a cargo de la UNAM, a principios de este año.
Luis Solano, editor de Libros del Asteroide, buscó editar este libro, que inauguró el periodismo narrativo en América Latina nueve años ante que el texto de Capote [A sangre fría] lo hiciera en EEUU y que se considera pionero en el género. Su intención es que «fuera leído en tono de texto literario y no tanto periodístico», me dice, es por ello que, a diferencia del texto de Ediciones de la Flor, el de su editorial no incluye los apéndices y la “Carta a la Junta Militar”, esa que había «despachado» Walsh horas antes de que fuera acribillado y posteriormente desaparecido aquella tarde de marzo del 77, un año después de que se instalara la última dictadura en Argentina, el llamado Proceso de Reorganización Social, que terminaría en 1983.
Mucho se ha dicho que fue esa carta la que firmó su muerte, pero nada se sabía de ésta en el momento que fue acribillado. El camino que llevó a Walsh hasta ese momento inició mucho antes. Cuando se volvió militante, cuando reculó después de pertenecer a la Alianza Libertadora Nacionalista, «una organización anglofóbica, anticomunista y antisemita» [1], y apostó por todo lo contrario, por la izquierda, por la democracia. Cuando en 1956, en el café La Plata, donde jugaba al ajedrez, alguien le dijo: «Hay un fusilado que vive», y escribió: «No sé qué es lo que consigue atraerme en esta historia difusa, lejana, erizada de improbabilidades.» Es justo este «no sé qué es», el que lo arrasó.
Un momento pliegue, pienso, de esos que te harán cuestionarte después si valió o no valió la pena. «Siempre me llamó mucho la atención como él siendo un periodista absolutamente genial, inaugurando casi una forma de hacer periodismo con Operación Masacre, que es a la vez un libro de periodismo de investigación, un libro de periodismo narrativo, un libro de periodismo de denuncia, un artefacto que echa luz sobre un suceso tremendo, una mirada completamente diferente, lo arrasó. Este libro acabó con su vida tal como la conocía. Fue un señor que hacía traducciones de libros del inglés, escribía relatos, y este libro acabó con todo esto, y a su vez, digamos, de inaugurar una forma nueva, incluso un despertar a una militancia política, que lamentablemente terminó con su vida, obturó todo lo que es su escritura de ficción y que dejó un poco en paralelo para escribir esa obra. […] Esa manera de hacer las cosas que encontró en Operación masacre.»
A partir de ahí, todo. Los años de Prensa Latina, pero antes, ¿Quién mató a Rosendo? (1969), El caso Satanowsky (1973), otros de sus textos periodísticos magníficos, el cuestionarse si lo hecho realmente provocó que sucediera algo, «escribo esto para producir un efecto», anotó en Operación Masacre. Pero a la par, también, y siempre, estuvo la ficción, la idea de escribir una novela, los cuentos policiacos. ¿En algún momento el militante le ganó al periodista o al escritor?, ¿la escritura, al final, se convirtió en un vehículo para hacer esa militancia visible?, le pregunto a Leila, «Me parece que en el caso de Walsh estaba todo muy aunado. No creo que haya sido una cuestión de pugna, de quién le ganaba a quién. Me parece que él tomó una decisión, de hecho en el libro lo hace explícito, en el prólogo: “escribo este libro para producir un efecto”, y a partir de ahí todo lo demás. Creo que no hacía una distinción. Sentía que el periodismo, incluso cuando no escribía de temas políticos, cuando se iba al litoral a hacer un texto sobre la isla de los leprosos, tenía esta idea del periodismo como un arma que podía cambiar algunas cosas. Pero no creo que haya sido como una cuestión de pugna, de puja. Me parece que él siempre mantuvo una calidad periodística muy alta. Porque cuando uno habla de una pelea, piensa en que uno gana y el otro pierde, que algo desaparece y lo otro continúa, y en este caso él siguió siendo periodista hasta el final. Si mirás lo diarios, él escribió en los diarios hasta los últimos días y los diarios son una pieza literaria fabulosa. Era un tipo interesado en la escritura, en la lectura, creo que no abandonó eso nunca.»
¿Y quién publica a un hombre como éste? ¿Quién se atreve? Le pregunto a Luis Solano sobre esto, sobre si en su tiempo, en aquellos años, él habría publicado Operación Masacre como lo hace ahora. Lo escucho pensando del otro lado de la pantalla en esta llamada vía skype por la que nos comunicamos. Duda, y sólo responde, «no imagino un entorno en el que haya que jugarse la vida por la libertad de expresión». Yo sí la imagino, pienso, y en ese momento agrega, «bueno, eso ahora en España, en el pasado sucedía; en México, sigue sucediendo» y de alguna manera agradece ser editor en este tiempo, justo ahora, en su país.
Quisiera describir el entorno, la llegada del entrevistado al punto de encuentro cuando llegas a verlo antes de que éste sepa que te sentarás con él en este dispositivo extraño que son las entrevistas: dos desconocidos, la mayoría de las veces, hablando, uno indagando en la vida del otro. La planeación de la entrevista. El recomponer la pregunta porque algo no se ha dicho del todo. Imposible. El único encuentro aquí es la obra misma, lo que han dicho otros. Desdibujar la obra y ver a la persona. Igual tampoco sería del todo posible, porque como en ocasiones anteriores me ha dicho Leila, «cuando uno entrevista los prejuicios y las ideas preconcebidas estorban.»
¿Qué pasa cuando te encuentras con el ser humano detrás de la obra?, le pregunto, y con ese énfasis y tono lapidario que le he escuchado en otras ocasiones me responde: «Para mí cuando hago un perfil de un escritor o lo que sea [en este caso en específico el texto que aparece en la edición de Libros del Asteroide tal cual no es un perfil y me lo aclara, pero insisto con mi pregunta], no hay una separación entre el hombre y el escritor o el hombre y el fotógrafo o entre la mujer y la pintora, está todo mezclado todo el tiempo. Lo que sí sucede es que yo sigo pensando esa idea de que uno no tiene que ir a la realidad y confirmar un prejuicio. A veces entrevistando a un autor o a una autora o a alguien que se dedica a algo creativo, uno descubre que entre la persona y su obra, quizá uno prefiere la obra a la manera de ser de esa persona, pero eso es una apetencia personal. No pasa nada con eso. La cuestión es que el texto refleje cómo esa persona es. No estás haciendo un perfil para que el otro te caiga bien o de pronto descubrir que “x” es incluso malhumorado o te empañe la obra genial que hace. En todo caso, hay que reflejar a la gente como es, digamos. La historia de la literatura está repleta de seres que eran absolutamente geniales en su obra, mientras en su vida personal eran sujetos muy discutibles con los que uno no se sentaría a tomar un café como amigo, pero sí como periodista, con interés, y tratar de desentrañar cómo esa personalidad produce esa obra.»
Así, entonces y a cuentagotas, entre lo publicado aquí y lo publicado allá, y las entrevistas que le hizo Ricardo Piglia, y los cuentos policiacos, y su Antología del cuento extraño [que apareció originalmente en 1956 y que El Cuenco de Plata reeditó en 1996], y la labor editorial de Daniel Divinsky [Ediciones de la Flor], y una innumerable cantidad de textos alrededor de su obra, vamos redescubriendo al autor, al intelectual, al militante, al escritor, al hombre, a Walsh en su conjunto, si eso es realmente posible.
Rodolfo Walsh, como autor, ha envejecido bien. Operación Masacre es una obra que ha envejecido bien. Luis Solano me decía que el acuerdo fue que Libros del Asteroide no incluyera todos los apéndices que el texto de Ediciones de la Flor sí –que emuló la UNAM–, porque su intención era que el libro se leyera más como un texto literario que como una investigación, esto se lo digo a Leila y le pregunto entonces: ¿tú en qué tono lees el libro de Walsh?
«Para mí es un fabuloso texto de periodismo. Yo creo que es un gran libro de investigación, un gran libro de periodismo narrativo. Tiene momentos sumamente estremecedores, todo el momento del fusilamiento. Todo el momento en el cual Walsh describe cómo los que sobrevivieron iban quedándose apilados debajo de los otros y se hacían los muertos. El momento en que describe cómo uno de los milicos se acerca a uno de los que está arrojado en el suelo y el miedo que siente esa persona. Cómo reconstruye a través de entrevistas para después describir el pánico que esa persona siente arrojada en el piso haciéndose la muerta. Realmente logra la maravilla de hacerte sentir en el lugar y lo que se siente es taquicardia. Vas leyendo el libro y todo ese arranque, esa tragedia inminente, esa descripción de que en tal casa estaban comiendo papas fritas, de que en tal otra el hombre se acercó y se despidió de su hijo y cómo toda ese cardumen humano va llegando a la casa en donde todo se prepara para ver una pelea y todo resulta una tragedia espantosa. Todas esas operaciones narrativas, todo ese suspenso, todo eso no es fruto de un narrador inocente, ni de un narrador improvisado. No es solamente un libro de investigación, no es solamente un libro de periodismo literario, yo creo que sí es literatura, literatura de no ficción, altísima literatura de no ficción. Y creo que la edición que hizo Luis (Solano) sin todos esos apéndices en algún punto siento que la deja más limpia, más austera, más sobria, no pierde y me parece que es una buena decisión. Pero también me gusta la edición que viene con todos los apéndices, para tener toda la información. El hecho de que esté sola no es que se transforme en un artefacto no periodístico.»
[1] Michael McCaughan, Rodolfo Walsh. Periodista, escritor y revolucionario 1927-1977, LOM Ediciones, 2015
CALIBRE 22
Huemanzin Rodríguez
Si alguien lo hubiera conocido en su juventud no se hubiera imaginado que ese conservador que gustaba del ajedrez y de fumar pipa se convertiría en un militante, cuyas mayores habilidades eran escribir e investigar como si se tratara de una argucia detectivesca digna de los personajes de cuentos policiacos que escribió y tradujo. Rodolfo Walsh siempre quiso escribir una novela, pero había tantas urgencias en la Argentina militarizada que derrocó a Perón, que tranquilizó un poco sus aspiraciones haciendo periodismo literario. No fue fácil, a cambio de ello tuvo que acostumbrarse a perder cosas: desde sus deseos de juventud, la estabilidad económica, la tranquilidad, una residencia fija… Incluso perdió a Virginia, su hija mayor, Walsh tenía claro que fue a consecuencia de la vida que ella escogió, aun así dolió mucho: “¡Ustedes no nos matan, hijos de puta! ¡Nosotros elegimos morir!” gritó antes de inmolarse en 1976 cuando fue descubierta por las fuerzas militares en la calle Corro, primero morir antes que vivir la tortura continua en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) para sacarle nombres y direcciones de otros militantes. Por eso Walsh tenía un revólver, por si acaso. Por eso había escrito la “Carta abierta” a un año de la conformación de la Junta, donde con un prodigioso trabajo de investigación décadas antes de la Internet, señalaba cuántos desaparecidos, muertos y torturados tenía el gobierno de los milicos. Copias de esa carta, que sabía significaba su sentencia de muerte, fue enviada redacciones de periódicos del mundo.
Han pasado cuarenta y dos años desde su desaparición y la obra de Walsh sigue siendo poco conocida en América Latina. El peso de su militancia aún lo tiene en la penumbra. Alejandro Hosne, escritor argentino autor de la novela Ningún infierno (Alfaguara, México, 2015), dice: «Para mí su mejor literatura es cuando tiene prácticamente una condena de muerte colgando bajo el cuello.»
Héctor Iván González le dedica una página al escritor en su ensayo “Hacia abajo y al fondo de la literatura argentina”, de su libro Menos constante que el viento (Abismos, 2015), me cuenta:
«A diferencia de Borges, Bioy y el grupo de la revista “Sur”, Walsh pasó por cada una de las partes de los procesos editoriales. Fue corrector, editor y un importante traductor. Su familia era de herencia irlandesa, por eso de niño estudió junto con su hermano en un Colegio Irlandés donde la pasó fatal, tuvo que liarse a golpes de vez en vez para hacerse respetar. Por eso el inglés era como su segunda lengua, y al mudarse a Buenos Aires, después de la universidad, pudo trabajar como traductor. Le tocó una época muy importante de la literatura policiaca de Estados Unidos e Inglaterra. Como traductor, si no entregaba un capítulo, no cobraba esa quincena. Tuvo trabajos para subsistir. Se cuenta que una vez no le llegó un capítulo de una novela que traducía, por ello Walsh inventa el capítulo y reacomoda la trama en cuanto llega. Eso por la necesidad económica. Es un escritor que vio muy de cerca la vida real, su familia estuvo muy necesitada.»
Hosne me dice que Walsh es uno de esos excepcionales ejemplos del escritor que ha logrado hacer un periodismo y una narrativa militante sin traicionar a la literatura. Le pregunto ¿por qué se ignora el trabajo de Walsh cuando se habla de Nuevo Periodismo?
«Se ha dicho que con el libro Operación masacre (1957), Walsh es el creador de la “non fiction novel”. Pero más allá de esas cosas que son batallas literarias por ver quién llegó primero, creo que lo importante a rescatar de “Operación masacre” es su compromiso y su despertar. Porque Walsh era un escritor de derecha, él quería ser como Borges y Bioy Casares. Y de pronto al enterarse de esos fusilamientos, él empieza a investigar, entonces él cambia y despierta.»
¿De qué se trata la “Operación masacre”? Rodolfo Walsh es uno de tantos argentinos que vive la incertidumbre de la noche del 9 de junio de 1956, cuando estalló un ataque revolucionario de peronistas que intentaban retomar el poder que les habían arrebatado los militares. Lejos de los lugares donde fueron los ataques y antes de que ocurrieran, poco más de una decena de personas se habían reunido en una casa de la Florida para escuchar por la radio una pelea de box, lugar donde irrumpe la policía y detiene a los civiles en torno a la radio. Sin orden de detención, son secuestrados, los encarcelan sin registro, luego argumentando una Ley Marcial emitida horas después de la detención, los fusilan en la madrugada. En diciembre de ese mismo año en el café de siempre, Walsh bebe cerveza y juega ajedrez, su amigo Enrique Dillon le dice: «Hay un fusilado que vive.» Esa frase detona el Walsh una investigación que da origen a Operación masacre, investigación que comparte primero por entregas en los periódicos y fundamenta las demandas de los sobrevivientes, unas cuantas personas contra todo el aparato de Estado Militar. Al año siguiente toda la investigación es publicada en un libro que se lee con la urgencia de una novela escrita hoy sobre un caso que pudiera haber ocurrido ayer en cualquier parte América Latina.
Es estremecedor leer a Walsh en estos tiempos en México donde los órganos de gobierno han sido incapaces de responder a tantos abusos y vejaciones. ¿Es normal que un autobús donde viaja un equipo de fútbol americano, o de soccer, o con inmigrantes, o de normalistas desaparezca? ¿Cómo quedan sin proceso ni castigo poco más de nueve feminicidios en promedio al día? Frente a esas tragedias el robo, la malversación de fondos, el abuso de poder o el nepotismo es asimilado por sus impunes como mentiras piadosas, son las mismas personas que en pos del “progreso” invitan a olvidar el pasado y hacen llamados contra la violencia y la corrupción. Si bien Operación masacre habla de los civiles asesinados y criminalizados, entre el vértigo de sus líneas están las familias de los fusilados, los huérfanos, los constantemente humillados. Héctor Iván González celebra la pulcritud de la investigación de este trabajo de Walsh:
«En esta investigación, casi detectivesca al estilo Sherlock Holmes, Walsh logra encontrar una serie de elementos totalmente falseados esa noche, que hace que lleven a más o menos 16 personas a un basural y los intenten liquidar sin ningún tipo de juicio previo. En todos sus libros a partir de Operación masacre Walsh acostumbraba una crónica de tal puntualidad, precisa segundo a segundo, que ni siquiera la Junta Militar o el gobierno pudieron echar por el suelo lo que demostró milimétricamente. Y es un relato de lo que pasa hasta la fecha en muchos de los países de América Latina: militares que masacran a un grupo de civiles desarmados e injustamente arrestados. Leer ahora su obra es también una crítica a los abusos de la novela histórica y de la literatura del narcotráfico, donde se toman muchas licencias en los hechos y no siempre son de gran calidad ni necesariamente enriquecen la experiencia. En sus libros Rodolfo Walsh no tiene tremendismo en nada de lo que cuenta, no hay nada de amarillismo, no hay nada de violencia gratuita.»
Hosne subraya lo sólida que fue la postura política de Walsh, sin concesiones y no ausente de autocrítica (algo no común en los grupos de izquierda), eso le hace ganar enemistades entre los grupos subversivos, se cree que fue atrapado por los militares porque lo “entregaron” sus colegas de Montoneros. Pero así como fue sólida su postura política y pulcras sus investigaciones, así eran sus valores literarios:
«Hasta el día que lo desaparecieron, él seguía pensando en escribir cuentos, pensando en esa novela que nunca pudo escribir, haciéndose debates sobre la literatura. Nunca dejó de pensar en la literatura en un país acosado por las persecuciones, en un país con desaparecidos por el Estado. No hay que olvidar eso, cada día él se jugaba la vida. Muchos de sus mejores escritos ya son en la clandestinidad. Lo que realmente quería hacer era exponer la impunidad, exponer estas herramientas ocultas del poder, exponer a esos que siempre se salen con la suya. Operación Masacre sigue siendo una luz que frena esa impunidad. Walsh aceptó contradicciones al interior de los grupos en que se había involucrado, ya sea del periodismo o dentro de Montoneros. Estaba haciendo una crítica a Montoneros poco antes de que lo mataran.»
Pese a la importancia de su obra, sus libros son difíciles de rastrear en México, es uno de esos autores que no llegan a este país pese a compartir el idioma. De hecho, raros son los libros y autores de América Latina que llegan a México, cuando ocurre es porque están publicados en España, con una maquinaria de ventas asegurada, leemos lo que más se vende. Siempre he creído que por cada autor latinoamericano vendido en México, la industria del libro nos retaca a diez autores españoles de medio pelo. En el caso del desdén a la obra y figura de Walsh, Alejandro Hosne considera que hay un factor adicional vinculado a grupos políticos:
«Es una figura emblemática y complicada. Siempre genera contradicciones. En los últimos años con los gobiernos que tuvimos en Argentina de los Kirchner, Néstor y Cristina, se le atacó mucho porque de alguna forma se le canonizó, según dicen sus críticos. Eso no le quita en nada el gran escritor que fue. Creo que hay que rescatarlo como figura, insisto, como figura dentro de la investigación y la lucha latinoamericana, como periodista, como escritor. En él eso viene junto y no por separado. Cuando le pedían hacer una nota para un periódico o una revista, él pedía tres meses de tiempo para hacerla, algo impensable en nuestros tiempos. Él quería entregar la nota lo más perfecto posible. Creo que hay que rescatarlo por todos sus oficios, como él decía: Sus oficios terrestres.»
25 de marzo de 1977.
Rodolfo Walsh salió temprano de su casa en El Tigre, una camisa tipo guayabera y un sombrero tejido en palma le daban el aspecto de un jubilado, le gustaba disfrazarse. Tenía meses viviendo en la más pedestre clandestinidad, sin agua ni luz. Los momentos de tranquilidad se los otorgaba un huerto donde imaginaba cosechar verduras y legumbres. –Al volver no te olvides de regar las lechugas, le dijo al despedirse Lilia Ferreyra, su pareja. A un año de quedar instaurada la Junta Militar, Rodolfo Walsh escribe una carta abierta donde detalla los abusos y persecuciones. Su destino es la prensa internacional. Una a una entrega las copias con destinatarios diversos en los buzones. Le han puesto una trampa, alguien de Montoneros le solicitó ayuda y él va al punto de encuentro en Buenos Aires. Como siempre, caminaba en sentido contrario a la circulación de la calle. Así se descubre perseguido. Los mira y pasa indiferente para el Grupo de tareas al que se le ha encomendado su captura, entre ellos está un militar que había jugado rugby y estaba encargado de taclearlo, pues la solicitud era atraparlo vivo y sacarle toda la información. No pensaban que ese señor de cincuenta años con aspecto de jubilado era su objetivo. Uno lo reconoce, lo señala, Walsh lo nota, van sobre de él con armas de alto calibre en sus manos. ¡Qué hace! ¿Ataca? ¿Se defiende? ¿Habrá pensado en Virginia? Saca su pistola calibre 22 y provoca una ráfaga de metralletas que lo parte por la mitad. –¡Le descargamos las armas y el infeliz no se caía! Se oyó como justificación en la tremenda pelea frente al cadáver en el centro clandestino de detención de la ESMA. –¡La orden era clara! ¡Debían de traerlo vivo!… Grita hasta el desgarro el jefe del Grupo de tareas. La discusión fue tan fuerte que los que estaban cerca supieron que ese cuerpo era el del periodista, escritor y traductor argentino respetado entre algunos colegas, el mismo que con la investigación para su Operación masacre en lugar de un premio de periodismo, ganó la persecución. El mismo que en la agencia Prensa Latina descifró un cable y se adelantó al ataque de un grupo mercenario entrenado por la CIA en Playa Girón. Rodolfo Jorge Walsh, el que nunca escribió la novela que soñaba pero sí logró grandes cuentos y, antes que Truman Capote, fundó el Nuevo Periodismo.
Contra las metralletas un calibre 22 no es nada, pero en manos de Walsh significaba un acto de justicia y libertad, como también un acto de rebeldía, esa que lo acompañó hasta el último segundo de la mañana del viernes 25 de marzo de 1977, cuando miró de frente a sus perseguidores. Hasta hoy, nadie sabe nada sobre el paradero de su cuerpo, fue desaparecido por su violento oficio de escribir.