“El quinto postulado/ Dobleces”: ¿Hasta dónde puede un libro?

Luigi Amara publica este libro que tanto en su contenido como en su diseño indaga sobre lo que es el libro y la diferentes formas en las que puede ser leído

 

Ciudad de México (N22/Ana León).- Para leer Dobleces, literalmente, hay que desdoblarse de la silla, pues una gran hoja se va descubriendo conforme avanza la lectura. El escrito se va revelando al lector y es necesario moverse para descubrir lo que viene, para ver la cara oculta del texto. En la cara contraria, se asoma El quinto postulado, un diálogo amoroso, irónico, reflexivo, entre dos líneas paralelas que abordan lo absurdo e idealista que pueden ser las relaciones humanas. Luigi Amara, autor de este libro con dos caras, pensó durante mucho tiempo cómo sería el diseño del mismo para, al mismo tiempo, reflexionar sobre los modos de lectura y la forma en que el lector se involucra y completa este ejercicio.

¿Por qué dos líneas paralelas para establecer un diálogo?

No hay una única fuente para escribir un libro. Hay muchos orígenes, muchas ideas. Una era que a mí me gustaban mucho las viñetas, los cómics, siempre me ha interesado el tipo de narrativa que se puede dar ahí y me interesaba hacer algo por ese lado, pero como soy pésimo dibujante, decía: -¿cómo resolverlo? Primero pensaba que podían ser figuras geométricas que hablaran y luego todo se fue simplificando hasta lo mínimo con unas líneas. Yo quería que cada página de ese libro se leyera también como una mínima viñeta, como un diálogo, como un cartón. Pero, por otro lado, también había esta idea de recuperar el tipo de lenguaje que se está desarrollando a través de Internet, en Whatsapp, Twitter, etcétera. Que son un poco como telegramas y no. También pueden ser muy obsesivos: hay restricciones de espacio y al mismo tiempo puedes enviar diez mil. Jugar un poco también con el tipo de interacciones, diálogos, e incluso pasiones que se dan en esos medios donde también la identidad del otro puede ser un enigma, puede estar representada por una línea recta donde no hay justo ninguna dimensión, pero detrás sabes que hay una persona con un cuerpo. También un poco era eso, reflejar cómo la virtualidad del mundo de internet te hace relacionar con seres, en apariencia, planos, unidimensionales, pero que en realidad esconden una complejidad.

También porque el quinto postulado de Euclides siempre ha sido como un enigma, está resuelto en algún sentido por las matemáticas desde hace mucho tiempo, pero creo que para la imaginación sigue siendo atractiva la idea de que las líneas paralelas algún día se encontrarán en el infinito. Un poco para reflejar también como un diálogo imposible entre dos entes, se me ocurría que era buena idea la de las paralelas.

 

 

Hay mucho humor en este diálogo. ¿Tratas de burlarte también de esta idea del amor romántico?

Sí. Creo que precisamente hay una reflexión ahí sobre la idealización del amor que ha proliferado, curiosamente, gracias a las redes sociales, donde al no ver muchas veces a la gente de carne y hueso, puedes crearte todo tipo de fantasías por lo que alcanzas a atisbar o espiar del otro. Y también lo que yo pensaba era que dos líneas paralelas son como una suerte de matrimonio ya, y aún así, pese a que están todo el tiempo juntas eso no basta y hay esta tendencia a la idealización y a querer más y a romantizar esa relación. Entonces, yo quería que fueran, al mismo tiempo, una caricatura de eso y un pretexto para escenificarlo y para cuestionarlo. Que poco a poco fuera sintiendo que hay una ironía detrás de esa relación.

Si bien sí está esta intención caricaturesca y de viñeta, también son como pequeños poemas, y está también tu trabajo anterior como poeta.

Los de Sexto Piso lo pusieron en la colección de Poesía, así, literal. Evidentemente hay mucho juego con el lenguaje, hay una construcción, hay mucho intertexto. También ya sólo la consideración espacial de los diálogos te acerca a la poesía. En la poesía contemporánea a partir de Mallarmé, la disposición en el espacio es tan importante como cualquier consideración del lenguaje. Ahí también hay un juego por ese lado y sí, yo creo que es una mezcla rara de cosas, pero efectivamente yo buscaba que tuviera cierta carga poética.

Hay un juego de opuestos en este diálogo, pero también como libro, en su formato, con dos caras, ¿por cuál empiezas?, ¿los pensaste como opuestos o el libro como objeto que también está retando al lector?

Pueden ser opuestos o también ser complementos. También puede ser el reverso. Pero también hay continuidad. Mientras que uno es la rectitud, la línea; el otro era el pliegue, el doblez. En donde uno no había quiebre, en el otro era al revés, lo propicia todo el tiempo y es una reflexión al respecto. En ambos hay la continuidad de la materialidad del libro, que las condiciones de lectura de ese libro dependen del objeto físico. Estamos muy habituados a creer saber cómo se lee un libro. A ubicarnos en él, por dónde empiezas, donde está su estructura, el índice. Y un poco también la idea de este libro es que de entrada tuvieras que descubrir cómo se lee o cómo puede leerse y que hubiera una reflexión implícita sobre el acto de la lectura, que tú misma al leer sintieras tu cuerpo comportándose de una manera diferente, porque el de Dobleces te obliga a desplegarlo, quizá tener una mesa más grande, quizá cierto suspenso de ir viendo qué pasa que no necesariamente tenemos en una lectura normal.

 

 

Sí, era el opuesto pero al mismo tiempo era, desde otro lugar, seguir reflexionando en lo mismo.

Sí, justo Dobleces te hace desdoblarte de la silla, te tienes que levantar, ¿hay una intención de activar al lector  que el libro sea justo eso, un objeto de acción?

Yo muchas veces escribo cosas reaccionando, aunque ya no se vea a qué diablos reaccioné. En algún momento se empezó discutir mucho entre los escritores mexicanos la idea de un escritor como descontextualizado. Hubo una serie de escritores -por ahí andan- que defendían la idea de que un escritor no importa donde está situado de todas maneras va a seguir produciendo textos. Yo me oponía tajantemente a esa idea, yo creo que un escritor también es su cuerpo, sus condiciones materiales de producción, dónde lo hace… Un poco para enfatizar esto quería que el lector no fuera una simple mente que lee textos. ¿Cómo combatimos la idea de plana, de que el escritor es incorpóreo?, pues incorporando al lector también a la lectura desde su cuerpo. Era como una especie de incitación a que el lector no pudiera concebirse a sí mismo desde una idea pasiva y fantasmagórica, y entonces obligándolo de algún modo a intervenir. Y esa es, no es que sea nada nuevo, una postura creativa que está viva un poco desde -otra vez- Mallarmé. Concebir al lector como un co-creador, un poeta en última instancia, que tú le das los materiales y él va a terminar no desde la interpretación, sino desde la acción misma, concluyendo la obra. Se ha reflexionado muchísimo al respecto y a mí me interesaba explorar esa idea de lectura y propiciarla y que el objeto libro te obligara a eso.

Y de hecho también lo dices dentro de Dobleces porque Mallarmé es una de tus referencias.

Lo que pasa es que Mallarmé es  algo así como la prehistoria en la exploración de este tipo de ideas. Creo que muchos experimentalismos del siglo XX surgen de ahí y como también se da una suerte de cadena, un linaje, o lo que podríamos llamar tradición, de algún modo se remonta a eso, a esas audacias mallarmeanas. Por ejemplo, para crear el poema de “Un tiro de dados”, le importaba mucho la tipografía. Pasaba tardes  buscando en las imprentas de París el tipo de tipos móviles que le importaban para modificarlo y eso le parecía una labor estrictamente poética. No era ajeno. La mancha tipográfica en ese poema en particular, es decisiva para su lectura. En ese sentido, yo por ejemplo, para hacer este libro, lo diseñé, lo formé, elegí la tipografía también pensando en contra de esos escritores que creen que lo único que hacen es producir textos, pues no, yo creo que el escritor también puede involucrarse de una manera mucho más plena en la factura de un libro y no sólo como esta criatura que puede estar solo en el topus uranus imaginando textos. No, yo también me puse a trabajar en su formado y creo que eso es parte también para mí importante de una poética.

También está tu experiencia en la edición

Claro. Hay muchos editores que no saben formar y que no escriben también.

 

 

En esta reflexión que haces de cómo se involucra el lector, ¿es ahí donde podría caber esta frase que dice que el libro es también como un laberinto?

Creo que la metáfora del laberinto podría aplicarse también en un libro ortodoxo, en el sentido de que te invita a un recorrido y tu puedes perderte o no adentro. Pienso que esta concepción del libro como un libro abierto, como lo reflexionó Umberto Eco, la apertura de ese libro según la frase de Eco es precisamente que está abierto a que el lector complete ese libro. Ahí caben otras metáforas distintas de la del laberinto, porque la del laberinto clásico te guia y te regresa, te mete y te saca, y eso yo creo que lo hace un libro normal. Lo que quería era que no se supiera necesariamente qué camino es el que debe seguir, que tú decidas qué hacer con esos materiales. Obviamente hay unas rutas prefijadas, pero por ejemplo, en el de las líneas paralelas (El quinto postulado) yo quería que se publicara una hoja como viñeta en periódico, pero nadie se interesó y era como difícil explicarlo, pero que tuviera esa sensación de que es con una película muda contada muy lento. También es tu decisión. Lo puedes leer de corrido o podrías leer una diaria. Es abrir las puertas a que el lector decida qué ruta va a seguir. Cuál lee primero, de entrada.

 

 

Tal vez es una pregunta muy obvia, pero ¿son dos libros o es uno?

Es un libro con dos caras.

¿Cuando dices abrir las puertas estás buscando proponer nuevos modos de lectura?

Sí. Tampoco es que sea una gran innovación. Desde mi punto de vista más bien es como recuperar esta tradición que fue muy viva a principios del siglo XX, luego en los años sesenta y setenta, también, de cuando uno escribe uno puede limitarse a la redacción de un texto. Siendo que digamos para ciertas vanguardias e incluso cierta concepción del libro más cercana en el tiempo, hacer un libro es algo más que hacer un texto, pues el libro no sólo es el texto, hay muchas decisiones extra. Yo creo que cuando el escritor se involucra en ellas, cuando está pensando no sólo en texto sino en el libro como un todo, creo que también la concepción de qué es la lectura se modifica desde la propuesta que tú haces como escritor. En ese sentido sí me parece, en última instancia, una reflexión sobre qué es leer. Es una serie de preguntas tácitas sobre qué es la lectura. Cuando presentamos el libro en la feria de Guadalajara, lo que más me llamaba la atención de la intervención de Juan Pablo Villalobos, que lo presentó allá, era que él enfatizaba esto, que el libro podría dar pie a una especie de seminario sobre qué es el libro y eso me gustó, porque estaba implícito en mis intenciones. Porque yo creo que también lo percibes, incluso, corporalmente.

Mencionaba mucho a Mallarmé, cuando él hace “Un tiro de dados” un poco la idea es la disposición en la página del poema. Hay un punto donde tus ojos no saben cómo deben seguir. Estamos habituados a que se lee de izquierda a derecha y de arriba a abajo en Occidente, pero hay un punto en el despliegue del poema que tú no sabes qué sigue y tienes que decidir qué sigue. Yo creo que ese tipo de apertura es la que a mí me interesaba retomar.

¿Y para ti qué es leer?

Por un lado, es una experiencia. Para mí la lectura no sucede en el éter, sucede en un momento determinado, en un estado anímico determinado, en un espacio y condiciones determinadas. La lectura se impregna mucho de eso. Cuando uno recuerda un libro, no sólo recuerda el contenido del libro sino también las condiciones en las que lo leyó o se acercó a él o no pudo leerlo, también. En particular yo subrayaría eso: la lectura como una experiencia y también como una continuación del acto creativo. Yo creo que el lector que a mí me interesa y que a mí me interesa ser, también, es aquél que toma lo que está en el libro para continuarlo. No es como un punto muerto lo que está en negro sobre blanco en el papel, sino como una incitación a continuar de muchas maneras. Hay libros muy cerrados, muy herméticos, donde no te permiten ese juego y donde tú eres casi como un espectador de algo que está sucediendo y hay otros que propician más esta idea de lectura.

 

 

Imagen de portada: Sexto Piso