Acumular memoria, memorias, es el objetivo de este escritor brasileño con el que charlamos sobre la escritura, el aprendizaje y su libro Las tres estaciones
Guadalajara (N22/Perla Velázquez).- ¿Cuántas veces has sentido que eres experto en algo? ¿Que la madurez ha llegado a tu vida y te sientes con la capacidad de decirle a alguien en qué está bien y en qué está mal? Eric Nepomuceno nos deja esta pregunta al terminar de leer Las tres estaciones (Almadía, 2018), libro que recopila quince cuentos, en donde los recuerdos y la experiencia se hacen presentes, allí se encuentra la primera historia que publicó hasta la más reciente, porque dice que “el último cuento” aún no lo ha escrito.
Nepomuceno es escritor, periodista y traductor. Vivió en México durante algunos años, pero ahora radica en Brasil. Nos encontramos en Guadalajara, porque vino para ser parte del programa Destinação Brasil, que busca “derrumbar el muro existente entre la literatura de Brasil y el resto de los lectores en América Latina”.
De Las tres estaciones dice que no es un libro, “es una colecta de material inédito, sacado de otros libros anteriores”. La idea consistió en ordenarlos cronológicamente bajo el punto de vista del narrador, de los personajes y no del tiempo en que fueron escritos. “Es como una película hecha de trozos de varias. El resultado me gustó porque fue revisitar todo lo que he escrito. Fue como una visita al tiempo”. Sobre esta mirada al pasado fue que platicamos con Eric Nepomuceno.
A lo largo del libro y en los cuentos toca distintos temas como la inocencia de los niños, el jugueteo en la juventud, es una cronología del narrador que se va fusionando con las temáticas que toca. ¿Por qué recuperar estos temas?
Creo que la infancia es el único territorio permanente en la vida de un ser humano. Quizás no lo que fue la infancia, pero lo que nosotros recordamos de la infancia. En esa etapa había una inocencia, el descubrimiento que se hace en el mundo de la vida, del amor, del afecto del sexo, lo que tú quieras, hay un determinado momento en la vida, en que ese encanto se rompe, se pierde la inocencia y a partir de ese momento que yo no se definir siquiera en mi vida, pero en la vida de alguien más, uno deja de ser lo que era y pasa a ser un sobreviviente, ahí hay que sobrevivir a los dolores y las cosas feas de la vida y la memoria es un arma para enfrentar lo que viene.
Yo siempre digo que soy un escritor de poca imaginación, pero muy buena memoria, de ahí viene mi materia prima para la escritura y para la vida. No que yo sea un nostálgico, para nada. Yo lo que quiero es vivir mucho más para tener más memoria.
¿Cómo fue la selección que hizo para conformar el libro Las tres estaciones?
Está el primer cuento que se llama “Telefunken” y no está el último, porque el último todavía no lo he escrito, está el más reciente. Fue algo muy natural, porque Juan Villoro me dijo: “Te fue tan bien con Blangladesh, tal vez (Almadía, 2012) porqué no haces otro libro”; Guillermo Quijas, mi editor, por coincidencia me dijo lo mismo.
Entonces, yo dije: “voy a hacer una selección”, y yo odio releerme, porque me dan ganas de alterar o de cambiar cosas y no puedo. Lo que está hecho, está hecho. Empecé por ordenar y cuando me di cuenta iba en ese sentido, no fue algo intencional fue del alma y dije: “entonces, vamos a hacer una película con trocitos de películas anteriores” y ahí está la película.
Su viaje escritural y la narrativa que los conecta parece que versa sobre la madurez del ser humano, ¿el aprendizaje fue su punto de partida?
Estar vivo es eso. El día que yo sepa que sé todo, que estoy lleno de certezas, que no tengo ninguna duda, la cosa más decente que me quedaría por hacer sería dispararme un tiro a la cabeza, porque yo tengo convicciones, tengo certezas, pero lo que me interesa son mis dudas. Me interesa mucho más las preguntas que las respuestas, tengo un montón de respuestas, pero quiero tener más preguntas, más preguntas.
Hay un momento en la vida, la etapa de la inocencia y a partir de ahí hay que sobrevivir y yo sobrevivo en parte por la memoria y en parte por la pregunta que le hago a la vida, la vida no me debe nada, yo le debo todo a la vida. El día que yo crea que la vida me debe algo, para que seguir viviendo. Perdí mucho en la vida, perdí amigos, hermanos queridos, amores, sueños, pero la vida no me debe nada para saber ganar hay que saber perder.
¿Qué posibilidades le brinda el cuento para reflexionar en torno a estas temáticas?
Yo hace 53 años vivo de lo que escribo. Si Almadía, mi editorial mexicana, me pone en un cuarto de un hermoso hotel en Oaxaca y me da 50 días sin tener que preocuparme de nada con comida, buen vino, buen mezcal, yo termino una novela de 400 páginas, yo sé hacer eso. Yo creo que la literatura es mentira y a través de una mentira convencerte de que es realidad, una cosa es la mentira otra es la falsedad. Si yo no creo en lo que escribo nadie va a creer.
Entonces, yo nunca me preocupo si es un cuento o una novela. Un cuento es la foto, la novela es la película. En la foto no puede haber ningún error, en una novela puedes ahora bajar el ritmo un poquito aburrido en un cuento no, está ahí, es retrato.
Al finalizar el libro te das una idea de la película que puede llegar a ser la novela, en donde tú eres el personaje principal, es decir, identificarnos con cada uno de los personajes que al final comparten la experiencia.
La película está hecha de fotogramas que pasan en muy alta velocidad, el libro no está hecho de fotogramas, porque pasan a lenta velocidad. Lo que me interesó con el libro, y me di cuenta después, fue que no lo hice con esa intención. Es como si tú conocieras el personaje, porque soy yo y mucha gente más. Yo estoy en el libro, he sido todo eso o intenté serlo.
Imagen: © Mafalda Gomes