Fragmentos diversos: Por el rumbo de Lecumberri (2/2)

El ordenamiento urbano y vial crearon una nueva imagen de lo que rodeaba al antiguo Palacio Negro hoy el Archivo General de la Nación

Por Pedro Sánchez

En la crónica “El Palacio Negro de Lecumberri” (5) Carlos Monsiváis realiza un análisis de los distintos significados de la penitenciaria (santuario del crimen, espacio simbólico de la nota roja, lo prohibido, la vecindad sin salidas), y narra el singular escape de Fidel Corvera Ríos.

El recuento de los hechos: Fidel, un ex profesor de educación física, y sus cómplices asaltan una camioneta de la Tesorería del Distrito Federal en la avenida Reforma el martes 14 de octubre de 1958. Obtienen un botín de un millón 600 mil pesos. Para huir usan la camioneta (aún con los empleados). Los pormenores del escape (cercano a la trama de una película de los hermanos Almada) los retoma Monsiváis del libro Nota Roja 50’s de Víctor Ronquillo: la camioneta va a gran velocidad y atropella a un ciclista. El chofer de un camión de redilas observa la escena y los persigue. Más adelante el agente de tránsito José Estévez Rosell se suma a la cacería. La camioneta disminuye su velocidad por un instante. El agente salta sobre ella y es asesinado por Fidel. El conductor de un Volkswagen observa todo y se suma a la caravana. Los rufianes siguen su mortal marcha por los rumbos de la Magdalena Contreras. Tras ellos van los conductores del camión, el vocho y los tripulantes de una patrulla. De pronto la camioneta (en una escena propia de Lola la trailera) frena y el camión y el vochito impactan con ella. Los malhechores se agarran a plomazos con los azules (uno de ellos es herido), dejan el dinero en la camioneta y huyen  por las barrancas.

Fidel se va a Veracruz. Después de un tiempo regresa a la ciudad y se emborracha y estrella su automóvil contra un poste. Es detenido por un policía auxiliar. El coche resulta ser robado. Fidel es enviado a Lecumberri.

En la penitenciaria organiza (tras algunos crímenes) la venta de la droga mientras planea su escape. La fuga (al más puro estilo de una película hollywoodense) se realiza de forma accidentada: junto con cuatro secuaces consiguen escaleras de madera, cuerdas y armas. El plan: deben llegar a la barda interior, subir por las escaleras, amarrar las cuerdas y saltar a la libertad pero un vigilante los descubre, Fidel le dispara y se inicia la balacera (Monsiváis retoma la información de Crímenes espeluznantes, de David García; Fugaz, de Norberto E. de Aquino, y el libro de Ronquillo).  

El saldo: un recluso cae al vacío tras recibir un balazo, otro muere electrocutado, un tercero recibe un disparo en el pecho, del cuarto nadie se ocupa, y el quinto logra escapar. Fidel llega a la calle (muy lastimado pues recibe un balazo y varios golpes tras la caída) y huye. Los vigilantes van tras sus pasos y decide aventarse un clavado a las protectoras aguas negras del Gran Canal…  

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El edificio cuenta, también, con varias historias urbanas. Una de ellas dice que Ismael Rodríguez grabó ahí algunas escenas de la película Nosotros los pobres (estelarizada por el inolvidable Pedro Infante, estrenada en 1948). Otra cuenta que en la crujía J se recluían a los que perturbaban la paz pública y a los desviados sexuales, y que por esa razón se les decía “jotos” a los segundos. Una tercera evoca a un lugar siniestro: el apando (la celda de castigo, la cárcel dentro de la cárcel, en el lenguaje de los presos, el caliche, apandar significa guardar, entuzar, esconderse, dormir).

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José Revueltas (1914-1976) narra el ambiente opresivo y violento de ese espacio en su cuento largo (para algunos su novela corta) “El apando” (6):

 

El Carajo ya se sentía con la confianza de que dieran cuenta de su

suicidio y lanzaba entonces sus aullidos de perro, sus resoplidos

de fuelle roto, sin morirse, nada más por escandalizar y que lo

sacaran del apando a Enfermería, donde se las agenciaba de algún

modo para conseguir la droga y volver a empezar de nuevo otra

vez, cien, mil veces, sin encontrar el fin, hasta el apando siguiente (7).

 

La versión cinematográfica, dirigida por Felipe Cazals en 1976, también se filmó en la penitenciaria (en la primera escena se aprecia el edificio al nivel de la avenida Eduardo Molina. Actualmente, debido al hundimiento, hay que descender varios escalones para poder ingresar).    

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Muchos de los estudiantes y activistas políticos que se manifestaron en contra de los abusos de poder, la tarde del miércoles 2 de octubre de 1968, en la Plaza de las Tres Culturas de la Unidad Habitacional Tlatelolco, también fueron remitidos –de forma violenta y cobarde– a las crujías del Palacio Negro.   

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Hemos vuelto a entrar en la crujía. Alrededor del patio oscuro todas las celdas están abiertas de par en par. Es un extraño espectáculo; siempre hay puertas abiertas pero nunca antes de ahora había estado en medio del patio mirando todas las celdas abiertas a la vez, y todas sumidas en la oscuridad; son agujeros, pasadizos secretos que llevan a otras cárceles. En el piso superior también están abiertas todas las celdas: dos pisos de puertas que a veces el viento empuja y de celdas oscuras que rodean completamente un patio cubierto de basura, papeles, vidrios rotos, cáscaras de limón, azúcar, libros sin pasta, cintas de máquina desenrolladas en el suelo, manchas de sangre. Entré en una celda, vacía como todas, y me senté en la litera de cemento, ahora sin colchoneta ni mantas. Bajo la litera se escucha un rumor de papeles que se arrastran y levanto las piernas por temor a las ratas.  

Luis González de Alba, Los días y los años, México, Era, 1973, p. 7.

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El crecimiento de la ciudad, el incremento de presos y la construcción de reclusorios en los cuatro puntos cardinales (con base en la Reforma al Sistema Penitenciario del Distrito Federal, la cual se apoyaba en la Ley que establece las Normas Mínimas sobre Readaptación Social de Sentenciados con carácter federal y local de 1971) marcan el final de la “vida útil” de la penitenciaria, sus rejas se cierran la tarde del jueves 26 de agosto de 1976.

Durante la presidencia de José López Portillo (1976-1982) se recicla el inmueble (y se retira la torre que se empleaba para vigilar a los presos y ocasionalmente para oficiar misa) y se transforma en el Archivo General de la Nación (AGN, cuyo ícono muestra la distribución radial de las crujías).

Actualmente es sometido a un nuevo proceso de renovación y transformación.

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Un lugar muy interesante pero poco conocido del AGN es su barda posterior. La historia nos dice que ahí fueron asesinados el presidente Francisco I. Madero y el vicepresidente José María Pino Suárez, y un cenotafio (que está enfrente de la cancha de futbol rápido del Jardín Lecumberri) nos muestra el sitio exacto del magnicidio (aunque la torre de vigilancia desde la que el celador Moisés R. Díaz observó los hechos ha sido retirada). En la parte superior del cenotafio hay una placa con los bustos de los mártires de la democracia. La parte inferior está pintada de blanco (constantemente es usada como lienzo y sanitario). A la izquierda aún se precia el trazo de una puerta, y a la derecha la placa (muy maltratada) que unos empleados de la Secretaria de Hacienda colocaron en 1917 para conmemorar el asesinato.

El lugar es muy triste. Pero permanezco unos minutos observando la barda y el cenotafio. De pronto escucho unos ruidos. Un balón cae lentamente de la copa de un árbol y unos chavos me gritan “bolita por favor”. Tomo el balón y lo pateó y comienzo a caminar hacia el Eje Uno Norte.  

5. Los mil y un velorios. Crónica de la nota roja en México, México, Debate, 2010, pp. 57-63.

6. José Revueltas, “El apando”, en La palabra sagrada. Antología, prólogo y selección de José Agustín, México, Ediciones Era, 1999.

7. Ibid., p. 75.