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Lo que conocemos del narcotráfico no es real, asegura Oswaldo Zavala en su libro Los cárteles no existen; en éste, el periodista invita a cuestionar la idea que se ha creado alrededor del narcotráfico
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Ciudad de México (N22/Alizbeth Mercado).- En Los cárteles no existen. Narcotráfico y cultura en México (Malpaso, 2018) Oswaldo Zavala refuta la versión que conocemos sobre el narcotráfico. El libro comienza con una escena donde la policía personificó a narcotraficantes en una ceremonia para conmemorar el Día del Ejército, celebrada durante el sexenio de Felipe Calderón. La imagen de los narcos era con sombrero, botas y escuchando corridos, el arquetipo que conocemos o nos imaginamos sobre estos personajes. En este libro la premisa central es cuestionar esa imagen y la narración oficial sobre el narcotráfico.
Zavala pone al centro al Estado como generador de una narrativa que ha sido legitimada por el periodismo y los productos culturales. ¿Cómo se ha construido esta historia? De acuerdo con Zavala, “la condición de posibilidad de que todo esto exista es el Estado y eso es así porque el chapo o cualquier traficante de cualquier comunidad o tiempo es posible gracias al prohibicionismo, si no hay prohibicionismo no hay delincuente, no hay infracción”.
En este sentido, aparece el discurso judicial que inscribe a los narcos y a los cárteles dentro de sus marcos de referencia. Es decir, “el traficante en sí mismo no es más que un agente de la economía, sucede que está en el lado de la clandestinidad, pero no por voluntad propia sino que el Estado es el que decide de qué lado estás parado”, explicó Zavala y aseguró que se nos ha escapado entender que el discurso judicial “construye el espacio de la criminalidad, por eso, si no entiendes eso no puedes entender verdaderamente la historia del narco en México. La historia de mi libro no es la historia de las familias de los narcos y genealogías y quien los reemplaza. La historia del narco es la historia de las instituciones en México”.
Por eso, en este texto Zavala recorre las formas discursivas y cómo la retórica ha sido aprobada, pero debajo de ella no existe evidencia que soporte este discurso. “Si levantas el lenguaje no hay nada, es la gran pregunta que se hace Foucault sobre las palabras y las cosas, es decir, no es que las cosas cambien sino nuestra relación, el modo en que hablamos de ellas, es lo que está cambiando.”
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¿Cómo se inserta la retórica en el plano judicial? “El discurso oficial es importante por la forma de ejercerlo, las instituciones que lo crean y todo el aparato que viene con él: la militarización, la policía, las cárceles y, posteriormente, los usos y los imaginarios que eso tiene en la esfera pública”.
En Los cárteles no existen hay diferentes referencias de académicos recuperadas por Zavala que nos ayudan a comprender la conformación de este discurso. Uno de ellos es lo que dice Philip Abramns: “el lenguaje judicial es un lenguaje proteico genético que genera objetos y en ese sentido es casi mágico y el discurso estatal es fundacional, no habla de lo social sino que lo construye. Por eso, el Estado es la condición de posibilidad del traficante, es decir, sin el Estado no puedes tener un narco porque el narco sólo es en contraposición de un bando, un bando de gobierno o una ley.”
En cuanto a los productos periodísticos, en este libro se pone en duda su papel de “perro guardián” y más bien, aquellas crónicas que ha dado el periodismo narrativo (como las escritas por Anabel Hernández, Diego Osorno y Alejandro Almazán) en opinión de Zavala, solo legitiman el discurso oficial y no hablan de los usos políticos del narcotráfico. “El periodismo terminó siendo un vehículo del discurso oficial con fines políticos ulteriores (…) es ‘el blanqueamiento o lavado de la información”, es decir, la fuente oficial no fue refutada, sólo reproducida.
Si hablamos de productos culturales, donde el artificio apremia (es decir, su condición ficticia), la repetición es semejante, un ejemplo son las novelas de Elmer Mendoza. No obstante, un caso que al autor le parece interesante es la novela Contrabando (1993), de Víctor Hugo Rascón Banda, donde “en vez de hablar de narcos, habla de contrabando, de quienes deliberadamente desacatan el derecho, en este caso con productos legítimos para hacer mercado con objetos ilegales, esa infracción es lo que posibilita la narración”. Entonces, el significante de un narco depende de la forma en que es tipificado.
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Amén del arquetipo y las cuestiones judiciales, hay un discurso que no se ha explorado: el económico. ¿Dónde queda este punto? “No es verificable, nada de eso ha sido constatado por nadie y más bien aparece lo opuesto. Cuando se habla de traficantes de altos vuelos, (porque los que mueren en las calles no tiene relevancia) entrevistan a El Chapo o El Mayo, todos coinciden en que son gente que trabaja en un negocio que deja ganancias pero que es precario y que siempre termina como toda economía clandestina, sancionada por el aparato Estatal. Ciertamente hay dinero, pero lo que quiero poner en juicio aquí es qué tanto dinero hay de verdad y cuáles son los alcances de esas supuestas fortunas.”
La pregunta que deja Zavala en la mesa es ¿por qué si un capo es aprehendido el precio de la cocaína no se modifica? “Cuando se muere un magnate el dólar se altera o cuando Trump amanece del lado equivocado de la cama el peso se debilita, cuando se habla de aranceles en metales se hace un escándalo global y cuando para la detención de un capo no pasa lo mismo.”
Sobre la premisa de la ilegalidad ¿la legalización qué papel juega?, ¿qué mecanismos podrían cambiar el discurso que cuestiona el libro?. “La despenalización de la droga ayudaría a reducir el discurso securitario vertido hacia el narco, el problema es que el securitarismo no está anclado a un objeto o con un enemigo en mente específico, es una estrategia legal, formal y política para responder a una amenaza, pero la amenaza no es nombrada en la lógica securitaria. Medidas como reducir el tamaño del ejército, retirar el Estado Mayor Presidencial de ahí (planteadas por Andrés Manuel López Obrador) así como impedir que el ejército intervenga en la construcción de política pública, eso es más importante que la despenalización porque el narco no es una guerilla que ataca porque es atacado, es un problema autoinmune. Necesitamos retrovirales, necesitamos fortalecer las zonas más pacíficas del cuerpo.”
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