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En esta ciudad, a la que son obligados a trasladarse los habitantes de una comarca en guerra, no hay espacio para la privacidad ni la intimidad: todo es de cristal
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Imagen: AS
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Ciudad de México (N22/Irma Gallo).- Ganadora del Premio Alfaguara de Novela 2017, Redención, del cineasta y narrador madrileño Ray Loriga, es una distopía que recuerda a George Orwell y a Cormac McCarthy, y además tiene un protagonista entrañable que lleva la voz narrativa.
“El libro es la voz. La novela es la voz. El trabajo fundamental para mí ha sido la escritura de esa voz. No hago crítica social ni soy adivino, ni tengo específicas premoniciones, pero sí tengo capacidad de observación. Y observando lo que me rodea, el aquí y ahora, hacia donde vamos y hacia donde nos llevan los avances tecnológicos que han ido transformando un poco no nuestras vidas sino la percepción que tenemos de nosotros mismos me producía una serie de extrañezas, paradojas, que pensé que era interesante compartir con los lectores”.
La novela de Ray Loriga, a diferencia de otras historias distópicas, ocurre en tiempo presente: el narrador va contando lo que le sucede día a día.
En su opinión, estábamos acostumbrados en el siglo XX a las más certeras percepciones de la realidad, representadas en siglos futuros, y “he pensado que esto lo utilizamos los escritores para no asustar demasiado a los niños, y en este caso los niños son los lectores, también”.
“En el siglo XX estábamos acostumbrados al peligro inminente de los totalitarismos, del manejo de unos poderosos sobre unos más débiles, supuestamente, victimizados, de alguna manera, y ahora estamos en un paradigma diferente: hay una nebulosa que ejerce un control muy difuso y atomizado sobre nuestras propias identidades. No tanto como fenómeno político, sino cuanto a fenómeno personal e íntimo, de nuestra propia sensación de lo que somos, lo que le llamo la sociedad pública”.
En esta ciudad, a la que son obligados a trasladarse los habitantes de una comarca en guerra, entre quienes se encuentran el protagonista, su mujer y un niño al que han adoptado como suyo, no hay espacio para la privacidad ni la intimidad: todo es de cristal, o sea, absolutamente transparente, de modo que todos se pueden ver desnudos, bañándose, o satisfaciendo sus necesidades más personales, todo el tiempo.
“Volviendo al tema de las redes sociales, y de esa exposición voluntaria y entusiasta de lo que antes considerábamos privado, único e íntimo, me produce esta extrañeza. Antes cada uno en su alcoba cerraba las cortinas, ¿no?, y era una parte privada, sagrada. Sin embargo, ahora esta sociedad entregada a exponer constantemente, desde lo más íntimo a lo más frívolo, a lo más intrascendente, los entierros de los muertos, todo el dolor, todo parece que tiene que estar a la vista de todos”.
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