El engaño circular

  • El escritor sabe que no es un escritor, que sólo es un lector que engaña, que funge como escribano para describir la gran coartada que significa la vida; Jorge Luis encuentra en la lectura su mejor forma de diversión, su voz poética. 

Por Marcos Daniel Aguilar
Ciudad de México, 14/06/16, (N22).- Borges fue un gaucho que vivió en
el siglo XIX en una quinta a la orilla del Río de la Plata y que murió al recibir
una cuchillada por parte del hijo de un hombre a quien había asesinado décadas
atrás. También se tienen registros de que un hombre con el mismo apellido fue
un filósofo lusitano que viajó a Islandia para estudiar la poesía nórdica –los
kenningars- y que en algún instante de 1778 se perdió en el bosque y nunca más
se le volvió a ver. Lo que sí es seguro es que un descendiente de alguno de
estos hombres nació el 24 de agosto de 1899 en la ciudad de Buenos Aires, y que
se dedicó, por más de 80 años, a reescribir las historias de sus antepasados,
su nombre era Jorge Luis Borges.
En su juventud, e inspirado por
los movimientos artísticos que estaban surgiendo a principio del siglo XX,
Borges cultivó la poesía de la vanguardia ultraísta, del verso corto y directo,
y el poema de corte nacionalista que intentó reivindicar figuras míticas de la
identidad argentina como el criollo citadino y el gaucho campirano.
Durante la década de 1920 entre
lecturas de Stevenson, Dumas y El Quijote,
conoce a Macedonio Fernández, autor de cuentos que rayan entre la realidad y
la fantasía desbordada. Algunos estudiosos, hoy en día, aún se preguntan si
Macedonio existió o si fue un producto de la imaginación del joven Borges. Desde
temprana edad este escritor se interesó con fervor por los temas fundacionales
de su país, quiere entenderlos y reinterpretarlos, se apropia en sus primeros
ensayos de la figura del cuchillero, del gaucho, del compadrito porteño a la
par que habla en sus primeros libros en prosa, como Inquisiciones, de temas tan diversos y fuera de tiempo como la obra
de Quevedo.
Jorge Luis fue forjando su
carrera literaria en polos tan dispares conforme fue acrecentando su
biblioteca, la cual, es una guía de ruta para entender su obra, pues ésta
comenzó a albergar Las mil y una noches
y el Martín Fierro de José Hernández,
los tratados de filosofía de Schopenhauer, así como los tomos de Evaristo
Carriego o Estanislao del Campo. Para
Borges cada libro era un universo que en las puntas se conectaban con otro
universo en el que el lector podía transitar a través de su imaginación.
Al terminar su etapa ultraísta, que
dejó plasmada en revistas como Ultra
y Proa, y tras fundar sus propias
publicaciones -algunas sin pena o gloria como lo fue Prisma– el escritor argentino inició un momento de autoexploración.
¿Qué ocurrió en Borges?, ¿habrá madurado?, ¿viajado?, ¿tal vez devorado
bibliotecas? Ésta última no es una idea descabellada. Se aleja poco a poco de
la escritura de tono personal, emocional, para acercarse a la escritura
reflexiva; los ensayos se fueron convirtiendo en su arma fundamental para dejar
un tanto relegada a la poesía.  
Hacia 1930 con El idioma de los argentinos, Cuaderno San
Martí, Evaristo Carriego
o Discusiones,
piensa que la vida es una reescritura constante, por lo que casi nada ocurre
por creación espontánea. La racionalidad,
antes que la exaltación, había encontrado en la mente de Borges el mejor lugar
habitable.
De pronto se puede ver al poeta
que camina de prisa por calles francesas, españolas e italianas; después se
observa al ensayista que con paso lento, mesurado, recorre una avenida de
Buenos Aires y al dar la vuelta se encuentra en un jardín laberíntico en
Londres. Borges está parado y no mira hacia un lugar en específico, parece que
está observando para todas partes. Justo en ese momento se da cuenta que la
historia de la humanidad es sólo una reinterpretación circular de actos que
pasaron hace dos mil años o que pasarán en otros nueve mil.
El escritor sabe que no es un
escritor, que sólo es un lector que engaña, que funge como escribano para
describir la gran coartada que significa la vida; Jorge Luis encuentra en la
lectura su mejor forma de diversión, su voz poética. Puesto que todo está dicho
y no hay nada nuevo por inventar -estudia con cuidado los seres fantásticos de
las mitologías y se da cuenta que sólo son burdas adaptaciones de seres
previamente creados, así el minotauro, así Quetzalcóatl- en 1935 publica Historia universal de la infamia, libro
en el que vacía y confunde sus ideas con breves historias de Las noches árabes, de los libros de Mark
Twain, de Ricardo Güiraldes, de la
Biblia y el Corán. ¿Qué son estos escritos? Son reseñas, ensayos, casi son
cuentos.
Su biografía afirma que antes de
llegar el año 1940 Borges recibe un duro golpe en la cabeza. Al borde de la muerte, decide que se
atreverá a escribir algo que nunca quiso: una historia propia.
En la revista Sur –fundada por él mismo, al lado de
Adolfo Bioy Casares, Victoria Ocampo, Waldo Frank y José Ortega y Gasset-
aparece su cuento “Tlôn, Uqbar, Orbis Tertius” (después publicado en el libro Ficciones, 1944), y en él se sumerge a sus
profundas obsesiones. Tlón, Uqbar… no sólo es un planeta, sino un universo
completo, con sus propias filosofías, idiomas, religiones y literaturas; un
universo extraño, diferente a éste, y sin embargo conserva un parentesco al
mundo en el que habita la humanidad. Borges lleva al lector de la mano a
recorrer espacios, a viajar por el tiempo, pero de regreso a casa, el lector cae en la trampa del argentino
y se da cuenta que aquel universo ficticio es el mismo y único que el hombre ha
conocido desde el principio de su existencia. Al ver la reacción del lector, Jorge Luis Borges ríe.
Entonces, el autor nunca sale de
la realidad, de esa razón que explica el engranaje de la vida; simplemente la
amplía, acciona su creatividad para mover realidades enteras hacia otro plano;
descontextualiza; mueve el tiempo como pieza de ajedrez para crear la pantalla
de nuevos universos, por lo que la muerte, el amor y la estética sólo son
elementos interesantes a comparación de lo verdadera y eficazmente importante.
Este mecanismo falso de ficción, sin sentimientos de por medio, lo sintetiza en
otros escritos como El libro de arena,
Historia de la eternidad, El hacedor, El Aleph.
Jorge Luis se encuentra sentado
en la biblioteca municipal que dirige. Sobre su escritorio sabe que tiene las
puertas para entrar a misteriosos planetas; por un lado sostiene un
caleidoscopio: es el aleph; por el otro una enciclopedia británica: la Biblioteca de Babel que
contiene el catálogo de catálogos. Esta actitud contundente, y a la vez
abierta, ante la vida provocó que Borges se convirtiera en un tipo conservador,
es decir, de costumbres estables, por lo que su conocimiento sobre política o
fútbol no fue actualizado. Por ello en alguna ocasión recibió un galardón de
manos de Augusto Pinochet; por ello tal vez la academia sueca le negó el Nobel
de literatura.
Aunque, probablemente, el autor
de Fervor de Buenos Aires no buscaba
actualizarse, sino lo contrario, buscaba que el resto de la humanidad lo
hiciera a través de sus escritos, realizados a base de otros escritos. Tal vez
éste sea sólo el recuerdo de un instante narrado por Borges, ya que Borges es
todos los escritores de la historia del hombre encontrados en este inconmensurable
viejo que poco a poco cerró los ojos.

Borges, dice un papiro hallado
en el desierto africano, murió un 14 de junio de 1986.     

Imagen:http://bit.ly/1ZOxUVV
             http://bit.ly/1S47RDZ
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             http://bit.ly/1YpbvQ4
               
16AM                 

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