«El último preso» o cómo el desobediente es el verdadero civil

Por Marcos Daniel Aguilar
Distrito Federal, México, 07/01/15, (N22).- Los primeros días de enero
son fríos, a veces nos olvidamos que el Invierno no es diciembre y que la Navidad
y el fin de año no son sinónimo del término de la estación, al contrario, los
fríos vientos apenas comienzan. Camino en este enero por la colonia Condesa,
hace mucho que no visitaba el Foro Shakespeare. La verdad es que necesitaba ver
una obra de teatro, no es que me hayan hartado el cine o los conciertos, pero
creo que a veces el teatro revitaliza, te mueve sensibilidades que de otra
forma no podrían tener cauce.
En la pobre cartelera de
principio de año sólo había una pieza para ver, se trata de El último preso, una obra literaria
escrita por el polaco Slawomir Mrozek, montada en México por el patriarca de
los Bichir, Alejandro Bichir, e interpretada por sus hijos Odiseo y Bruno, con
la colaboración de actores como Saandra Cobián Bichir y Hassif Fadul como
alternante. La trama es un encanto y tremendamente retadora, se trata de lo
siguiente: ¿qué pasaría con el sistema judicial y de seguridad si es que nunca
más existe un preso?, ¿qué clase de Estado sería éste?
El último preso de un país X
o Y es un antiguo anarquista y revolucionario que firma el acta en que acepta
al gobierno y le es fiel a las autoridades reales de dicho Estado. El jefe de
la policía entra en pánico, porque perdería el empleo, por ello utiliza a un
ingenuo y fiel agente del mismo cuerpo de seguridad para hacerlo pasar por un
desobediente civil y así impedir el derrumbe del sistema.
Por otra parte, el antiguo
prisionero es contratado por el general máximo del Estado para descubrir a los
posibles ataques anarquista –que ya nunca sucederán por cierto-, pues quién
mejor que un anarquista para descubrir a sus iguales. La obra tiene todo el
sentido del mundo y me recuerda El hombre
que fue jueves
de Chesterton, ya que el supuesto delincuente es la persona
más honesta y más moral de mundo, pues sabe que está cometiendo un crimen y aún
así lo efectúa para desafiar a ese mismo sistema.
Los hipócritas, los
verdaderos estafadores son los que fingen no serlo, los que mienten y no son
castigados. Al declarar su obediencia, el último prisionero cumple su objetivo
de desestabilizar la justicia, y el hipócrita sistema político al contratarlo
muestra su verdadera cara represora y engañosa. Curioso, el policía que es
convencido de fingir ser un revolucionario y quien no tenía dudas de la “honestidad”
de su gobierno comienza a reflexionar tras las rejas y se da cuenta que nada
está bien, que hay pobreza, que hay injusticias –él mismo es una víctima- y que
tal vez la lucha anarquista sí tenía un sentido.

Al final de cuentas estamos
ante una obra de teatro que critica el monopolio de los políticos que tienen
todo el poder y en especial es una crítica a los gobiernos totalitarios y
autoritarios que aún sobreviven en diversas partes del planeta. Debo confesar
que el tema me encantó; sin embargo, la adaptación es literariamente pobre, que
las actuaciones del clan Bichir son improvisadas y a veces torpes, y que pesaba
más el nombre de los actores que su misma actuación.

Lo mejor de esta noche
gélida fue la presencia de un invitado especial, se trató de Rafael López,
padre de uno de los 43 desaparecidos, alumnos de la norma de Ayotzinapa, quien
al lado de Alejandro Bichir, invitaron al público a reflexionar sobre nuestra
condición social, política y de justicia.
El diálogo como siempre es
el alimento que nutre la vida civil que tanto hace falta en esta sociedad
mexicana. El movimiento de fibras sensibles no se da en internet, se da en los
espacios públicos, en la convivencia, en el verse cara a cara con aquél, en la
conversación y en la empatía o desacuerdo con el otro que es diferente a ti, y
a la vez es uno mismo.    

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