poemario del joven escritor Javier Moro Hernández tiene una arquitectura
similar al título de su libro, es un vaivén; un sube y baja de intensidades
poéticas de principio a fin.
La voz que se escucha a lo largo del texto es la de un joven que se topa con el desencuentro y con el irremediable
dolor que ello implica. Es el hallazgo del drama vital, es saber que hay un
fin de la existencia y que en el camino habrá amores que aminoren este trauma,
pero también ausencias que acrecentarán el sufrimiento. El amor y la
soledad juegan un papel principal en el poemario de Javier Moro.
A pesar de este oleaje de
poemas -divido en tres partes- la primera sesión del texto, llamada “Bajamar”, es la más intensa de
todas. Por ejemplo, el poema “Y se casaron y fueron muy felices” es una
muestra del arte amatorio en el siglo XXI, alejado de clichés; sólo es el
encuentro de dos amantes en un cuarto.
Cigarros, películas de culto y los
silencios que son soportables entre dos seres que se comunican emotiva y
corporalmente, corre el cauce de este poema que tiene de fondo
música de Radiohead sonando en un iPod. Tal vez la presencia femenina no esté
allí físicamente, pero sí en los recuerdos del poeta que rememora la figura de
la amada con cigarro en mano y con los diálogos de una película francesa.
energía posible, aquí se entiende que el escritor ha experimentado y refleja en
sus letras lo vivido en compañía de alguien, pero también lo que siente y
piensa en la soledad y en el agudo silencio.
En “Antecedentes” y en las
siguientes partes de “Bajamar”, Moro Hernández contrasta la potencia del amor
en el ser humano, que puede lograr que una persona dé la vida por conquistar y
conservar ese sentimiento (ahí donde el tiempo es eternidad y el espacio es
infinito) y lo hace chocar con el abismo oscuro, el silencio estridente y
agonizante de la soledad. En momentos una respiración en solitario o las gotas
al caer en la noche pueden causar más ruido que una explosión atómica.
libro, Moro relaciona al desamor con una guerra, con una urbe empolvada que está a
punto de derrumbarse. Él mismo dice que la soledad “es una ciudad que
construimos”, un sitio hecho pedazos cuando el corazón se rompe y la voluntad
flanquea ante la ausencia de lo querido.
El poemario tiene momentos lúcidos,
muy sonoros, imparables, pues a partir de un verso el lector puede cantarlo
hasta el final, como en el poema “Piel”, cuando a partir de “Piel que exhala alientos,
/ se escondía, se desnudaba. Piel que absorbía la memoria atrapada en mis
palabras. / Piel que olía, / sabía a silencios. / Ahora soy su esclavo y solo
me queda su sabor, / atrapado en la punta de mis dedos. / Sabor que me retumba
en los labios, / me quema las pupilas. / me enerva la sangre. / Piel con saber
a café,/ a labios encendidos. A hierba y amaneceres”. Un ritmo penetrante y
grave, muy a lo Xavier Villaurrutia en sus “Nocturnos”.
este ritmo contundente no siempre está en los poemas de Mareas. Muchos de ellos son sólo buenas ideas y buenas intenciones. A veces, un poema sólo tiene
un buen verso que parece más aforismo que otra cosa, como en “Una nota a pie de
página”, que dice: “Nunca hay respuestas exactas para las
preguntas”; o en “Morir”: “Porque el silencio es una
respiración”.
Éste último recuerda a la forma en que el filósofo colombiano
Fernando González veía las diversas etapas de la vida, al decir que respirar es
una forma de conformar una estructura moral, pues en la forma en que respiramos
es la forma en que caminamos o entendemos la existencia según sus
circunstancias.
Hernández ve al silencio como un estado del ser en el que el individuo es capaz
de reflexionar sobre su condición ante el mundo, es decir, su posición moral
entre su bien y su mal. Ahí el recuerdo y la memoria, juegan un papel
importante, en donde perderla o conservarla puede cambiar la manera en que la
persona dirigirá su camino.
Hay versos dispersos que alcanzan la narración de
una historia total, como si fueran minificciones: “Un millón de hormigas que pasan caminando junto a ti en fila india:/ tan
serias y concentradas que pareciera que sólo ellas conocen el funcionamiento
secreto del mundo”. Y otros en que se acuerda que
la poesía se trata de idea + ritmo como “Olor a mandarinas, / silencios
anegados./ agua que cae, / te golpea, / te moja la cara.”
Mareas es un libro citadino sobre el amor y el desamor de un joven
que vive en cualquier urbe. Donde la noche y el silencio son el refugio de la
memoria de aquellos días brillantes y estruendosos que provocó la pasión que
ahora ha huído. Es un poemario sincero y vital. Irregular. Hay poesía en
algunos poemas completos y en ocasiones sólo en unos versos, pero lo que no se
puede negar es que hay un proceso reflexivo y creativo, y que el arrojo de este
libro tiene más violencia y ternura que muchos otros de “plumas consagradas”
que han llegado a las manos de este reseñista.
Me resta aconsejarle al editor de Casa
Editorial Abismos que cuide el texto, sobre todo en la puntuación y acentuación, esto nunca está de más.
Javier Moro Hernández, Mareas, Casa Editorial Abismos, Estados
Unidos, 2013.