Granada: mujeres bailaoras y hombres pretenciosos

  • Hay que ser poco pretenciosos cuando se visita una ciudad. No esperar mucho de nada, pero siempre hay que tener los ojos abiertos para cuando se nos venga la sorpresa de una voz de un idioma incomprensible


Por Marcos Daniel Aguilar

GRANADA, España, (N22).- 
Granada es una tierra calurosa, llena de turistas y de colinas que producen un vaivén de callejones, que aquí no serían coloniales sino provinciales. Calles empedradas que al paso se le entierran a uno hasta el alma. Tejas pueblerinas y ojos de buey en las paredes. Así es la vieja Granada. La de los turistas sonrientes. Esto es y a la vez no la ciudad real. Pues la Granada de verdad vive de sus visitantes, por ello es gente amable pero distraída. Su dispersión se asemeja más al desparpajo latinoamericano que a la España de adentro, que es más civilizada, más organizada y más europea.  

Le digo sin querer a un amigo que América Latina comienza en Sevilla y se vive tal cual en esta joyita nocturna granadina. Como cereza de un pastel delicado la Alhambra vigila el valle un tanto árido. Pero hay algo que sobresale en cada rincón al alzar, la vista o al mirar el piso de esta tierra: el imponente elemento árabe que se respira, no en la gente ni en la comida sino en la masa petrea de sus paredes. Sus fuentes internas que le dan a cada patio un fresco aliento a nostalgia mediterránea. Carmen es el nombre de estás casitas con el chorrito central rodeado de abetos. 

Pero en medio de tanta hispanidad arabezca está el elemento gitano que en forma de flamenco se exhibe a los ojos de sus amantes. Sí, es un acto para el turismo y sin embargo en cada baile que se realiza cada noche en el sacro monte frente a la Alhambra hay un misterio y una forma de ser que estos gitanos poseen. 

Vi el baile de dos bailaoras y bailaores. La primera una maestra en toda la extensión: mujer morena que al término de sus pasos dejaba un aire de subjetividad creativa que daba a la imaginación un baile o una historia más por hacer. La segunda era más joven, una hermosa gitana con ojos aceituna pero menos enérgica, tenía timidez y el entusiasmo por aprender y aprehenderlo todo. Una esperanza en sus labios. 

Pronto llego un bailaor, reencarnación apocada de El Camarón de la Isla. Muy sobrado. Muy pretencioso. Me recordó al torero JJ Padilla cuando al desborde, tras una cornada, hace del arte un circo. El último, un jovencito morocho, sin risa y sin tanto pisoteo dejó en las tablas el buen sabor de boca de haber conocido el sonido real de Granada. Un tac, tac, tac, sin estridencia. 

Queda claro que el flamenco como el toreo son igual en su esencia y como dijo aquel intelectual llamado Manolete: «en la vida como en los toros el que no construye simula». En la gitanería flamenca es igual. Pero lo mismo es en el turismo. Hay que ser poco pretenciosos cuando se visita una ciudad. No esperar mucho de nada, pero siempre hay que tener los ojos abiertos para cuando se nos venga la sorpresa de una voz de un idioma incomprensible. De un aroma perverso. De una comida o un trago sexy y desconocido. Todo radica en el misterio que es lo que nos atrae siempre a los latinos, cuyo ejemplo estuvo y estará en Granada.

Imagen: http://bit.ly/1mXQwin
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