Por Marcos Daniel Aguilar
Ciudad de México, 06/ 05/14, (N22).- Cuando comenzó la película empezó también una larga secuencia de escenas que me hicieron reír. La parodia del ascenso nazi en Europa del Este me pareció acertada e incluso la evidencia del absurdo de una escenografía para recalcar los paisajes montañeses me resultó de buen gusto. Los colores pastel, lindos. Pero al final de la película, lo primero que pensé fue ¿por qué las palomitas sabían tan malas?
Esa pregunta, esa primera pregunta después de ver un filme me hizo un hueco en el estómago, porque quería decir que algo había faltado y que la afamada El gran Hotel Budapest no me había agradado del todo. Iré de principio a fin.Esta caja china de insertar una historia dentro de otra es un recurso muy socorrido, a veces funciona, a veces no. En este caso es prescindible la participación del escritor que cuenta la anécdota que un lobby boy venido a dueño de uno de los hoteles más importantes de Europa le había contado. A la mitad de la película se desvanece la figura tanto del escritor joven, como la de él mismo viejo. ¿Era necesario este recurso? Tal vez no.
Efectivamente, al contar las travesías del conserje Gustave H. y de su Sancho Panza, Zero, se suscitan diversas historias que provocarán que no haya un sólo gran clímax, sino varios momentos que definirán sus destinos dentro del hotel y en sus vidas. Aunque la trama se debe al misterio en torno al asesinato de la Madame D, creo que en realidad la película de Wes Anderson es una serie de sketches cómicos, divertidos, cierto, pero que caen en el chiste simplón y poco creativo. No dudo en la buena actuación de Ralph Fiennes y de Tony Revolori, y esa escena excepcional en donde un agresivo Adrien Brody camina con el deseo de reto y venganza; sin embargo, apostar por el sentimentalismo y a la gracia trillada nunca darán magníficos resultados.
A mi mente, algunas horas después de sentir el hueco aquél por las palomitas rancias y por el filme gris -a pesar de los colores estridentes-, vino el recuerdo de cómo me hacía reír de niño y de cómo con el tiempo comenzó a aburrirme la forma en que la Pantera Rosa huía del inspector o de la nube cargada de tormenta. Al ver algunas escenas divertidas del filme de Anderson no pude, por más que quise, dejar de pensar en el Chavo del Ocho y de cómo éste trata de sacarnos una sonrisa a través de su comportamiento despistado o su estupidez.
En fin. Sé que está basada en un libro del gran Stephan Zweig y el anterior filme de Wes es maravilloso, pero El gran hotel Budapest me pareció soso y convencional. Había momentos en que pensé que estaba viendo Inglourious Basterds, y aún ahí extrañé el mediano filme de Tarantino. Quizá esperaba más de esta historia y de este guión y de esta producción. Quizá esperaba mejores palomitas o quizá sólo tenía hambre. Pero las buenas cosas siempre se notan en la gula o en la anemia. Buen provecho.