Por Marcos Daniel Aguilar
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Distrito Federal, 06/03/14, (N22).-
Tenía muchos años que no hacía tantas anotaciones al margen, que no subrayaba tanto una novela como lo hice con Toda la sangre de Bernardo Esquinca. Debo confesar que tardé más de tres meses en terminarla. Y es que cuando agarraba la novela para la lectura en el transporte público o en una sala de espera de algún aeropuerto o autobús, me daba cuenta que había olvidado mi lápiz o mi pluma, y así, desarmado, no podía continuar con estas letras. Platicando con el joven crítico literario Héctor Iván González me decía que la última novela cuyo protagonista era la Ciudad de México fue Réquiem por un Ángel de Jorge F. Hernández; pero el año pasado se editó esta historia de Esquinca, que contada a manera de novela policíaca, los protagonistas no son los que intervienen en el caso del llamado «asesino ritual» -quien coloca a sus víctimas en templos prehispánicos a manera de ofrenda-, sino la ciudad misma.
El autor consciente o inconscientemente sabe que la capital del país oculta la esencia de lo mexicano. El tema con destino trágico inunda el recorrido de los personajes: el asesino que se cree heredero de la tradición mexica y quiere volver a ese ayer «idealizado» por el nacionalismo a través de sacrificios humanos; su amante, una arqueóloga del Templo Mayor; un periodista quien trata de resolver el caso y un comandante de policía de apellido Mondragón que vive entre la corrupción política y el sistema de justicia. Bernardo Esquinca, en primer lugar, expone sus conocimientos de la historia de la literatura de este país, pues Toda la sangre además de narración esconde una parte de ensayística dura en el que trata de explicar la identidad del mexicano por medio de su historia e impacto con la modernidad occidental, a lo Ramos, a lo Octavio Paz. Además, este autor avecindado en el Centro Histórico realiza una exploración filosófica de nuestra manera de entender la vida. Lejos del racionalismo o el estructuralismo anglosajón y francés, los latinoamericanos y en especial los habitantes de México ven la vida, la política y la cultura por medio del cristal místico-religioso, ese algo divino al que no se puede escapar a pesar de no desearlo.
Por ello, en la novela, la Ciudad de México cobra una personalidad propia, un ambiente entre palacios y templos que son más poderosos que los millones de habitantes de la urbe. No importa qué ocurra, este Valle de Anáhuac va a sobrevivir con o sin nosotros, asegura el mismo Esquinca. Las coincidencias entre las fechas como el 2 de octubre, que va de la Matanza de Tlatelolco al día en que fue reencontrado el monolito de Tlatecuhtli, muestran otra faceta de superstición histórica que deambula en la corriente oculta del lago subterráneo. Hay además en este libro una guía de ruta nostálgica por aquella ciudad que se nos ha ido de las manos. El escritor coloca a sus personajes caminando o comiendo por aquellas calles por todos conocidas como Artículo 123, Donceles, Madero, Bucareli; se meten a echar cerveza o café al Salón Corona, la Mascota, Café La Habana, la decadente La Faena, la extinta cantina El Nivel. El libro tiene algo de revelación, pues describe las columnas que sostienen a esta ciudad, a la de la novela y a la real: los vagabundos y niños de la calle, habitantes verdaderos de este sitio, ellos son los que sostienen la dinámica social y Bernardo Esquinca da en el clavo al narrar la vida de estos sujetos fantasmales, ya que los defeños están tan acostumbrados a ellos que desaparecen de su vista.
Hay también en Toda la sangre referencias a personajes que existen y le dan forma a la intelectualidad mexicana como Sergio González Rodríguez o el propio Eduardo Matos Moctezuma, y otros históricos como el arqueólogo Manuel Gamio. Este libro es como la continuación desde el siglo XXI de aquella escrita por Enrique Serna –Ángeles en el abismo– que se sitúa en plena Nueva España. Al final de cuentas no hemos cambiado demasiado. Seguimos destruyendo los espacios y el paisaje de esta ciudad-valle. Los dioses del subsuelo siguen reclamando volver y nosotros nos seguimos aferrando a la vida barroca que nos embellece al igual que nos humilla. Dice Esquinca que por las noches, a veces, escucha las entrañas del DF, y debo confesar que en algunos paseos nocturnos yo también me he embriagado con el aliento de esta ciudad de ciudades que es la imperial y majestuosa México.
Bernardo Esquinca, Toda la sangre, Almadía, México, 2013.