Crónica de una marcha de San Lázaro a la vallas

  • San Lázaro: una felicidad entre el gas lacrimógeno

Por Rafael Cervantes


CIUDAD DE MÉXICO, México, 03/12/12, (N22).- Apenas son las ocho de la
mañana y las enormes vallas metálicas y las calles desoladas hacían pensar en
Palestina o en alguna ciudad africana; sin embargo, se trataba de la zona
aledaña al Palacio Legislativo de San Lázaro, en la Ciudad de México. Primera violación a la Carta
Magna
: obstaculizar el libre tránsito.
La Avenida Congreso de la Unión
es la frontera entre dos países distintos: de un lado, el metrobús deja a los últimos
pasajeros en la estación Morelos y del otro, el olor a vinagre es evidente.
Conforme se camina con dirección al oriente las mucosas se aflojan y los párpados
se sienten hinchados; las lágrimas no tardan en caer, el gas pimienta comienza
a hacer efecto.

¿La causa de estas manifestaciones? Algunos creen que hubo una imposición
consumada y legitimada por mero protocolo. 

Sobre la calzada Eduardo Molina,
a unos pasos de la antigua cárcel de Lecumberri, frente al puente de la Línea B
del metro, se han congregado varias organizaciones: anarquistas, maestros de la
sección 22 de la CNTE, miembros de #YoSoy132, entre otras, quienes buscan la manera de
romper el cerco, apoyados en el artículo 39 constitucional que dice, palabras más,
palabras menos: “el pueblo tiene la facultad de modificar su forma de
gobierno”.

Sin embargo, los más enjundiosos
son los anarquistas, los demás no quieren violencia. Vuelan palos, piedras,
botellas, bombas molotov y hasta cohetes con el fin de vulnerar las altas
vallas de la Policía Federal, que con gases “de distintos colores y sabores” y
chorros de agua buscan repeler los ataques.

Mientras eso sucede afuera,
dentro de la Cámara todo es felicidad, los priistas lanzan sonrisas y se frotan las manos porque han regresado al poder.

El verdadero agarrón está afuera.
Los federales comienzan a lanzar balas de goma, y ante el desvanecimiento de algún herido por éstas o por las latas de gas, inmediatamente los manifestantes
piden “¡un médico, un médico!”, a la vez que sacan a los heridos del campo de
batalla.

El agua embotellada, el vinagre y
la Coca Cola pasan de mano en mano, de ojo en ojo. Cubrebocas, bufandas,
playeras, incluso gorros y una que otra máscara antigás ayudan a resistir el
olor. En cuanto una lata cae es devuelta al muro metálico de donde salió, o
lanzada al otro lado de una barda donde no hay viviendas, o a las vías del
metro con el fin de suspender el servicio.

Suenan truenos, pueden ser
petardos, cohetes. Por ahí anda entre los
inconformes Epigmenio Ibarra quien, en cuanto cae algún herido o algún
temerario, se acerca a la barrera con el fin de lanzar una bomba,
inmediatamente captura los hechos con su tablet. El teléfono suena e informa a
su interlocutor de lo que está sucediendo, de los heridos, y el rumor de un
posible muerto.

Poco después de las diez de la mañana
se sabe que Peña ya no está en el Congreso. Habrá que ir a “cazarlo y darle su
bienvenida” al Palacio Nacional.
Batalla en Bellas Artes

Poco a poco, diversos contingentes
avanzan por el Eje 1 Norte con dirección al Eje Central. Luego de cruzar el
barrio de Tepito, jóvenes con tubos destrozan semáforos y casetas telefónicas.
Al llegar al cruce de Madero y Lázaro Cárdenas, ya al mediodía, los granaderos
capitalinos son los invitados no esperados en la fiesta.  
Los manifestantes corren sobre
avenida Juárez ante un posible encapsulamiento; son muchos más que los
policías, pero sólo unos cuantos jóvenes hacen frente a la fuerza pública. Las
vallas que protegían la recién inaugurada Alameda Central se convierten en
barricadas y nuevamente comenzaron las hostilidades: gases lacrimógenos de un
lado y botellas, piedras, palos y bombas molotov, del otro.

La policía avanza poco a poco.
Corretizas entre mentadas, rostros cubiertos, risas de puros nervios y cascos
azules –nada que ver con la ONU–, cualquier cosa sirve como proyectil:
adoquines, láminas, sillas, tapas de coladeras y huacales, mientras que las
bancas se convierten en parapetos.

Hoteles, bancos, franquicias trasnacionales y
dependencias gubernamentales resintieron la ira varios grupos hartos del sistema
neoliberal. La tempestad dejó vidrios rotos, mobiliario inservible, y locales
incendiados.

«No se puede generalizar que todo
sea vandalismo, tampoco se justifica, pero se trata de una reacción lógica ante
los contrastes entre la opulencia de estos lugares con el día a día de millones
de personas sin oportunidades ni acceso a los servicios
fundamentales para vivir dignamente; esto sí es una provocación», aseguran algunos de los manifestantes.  

Poco a poco la masa se dispersa,
luego de más corretizas y una bandera de los Estados Unidos consumida por el
fuego. Unos se van a la Acampada Revolución, otros a la columna de la
Independencia. Frente al Senado, la policía dice “presente”, ya
que los azules intentaron someter a un joven con su “amabilidad” característica.
Inmediatamente, simpatizantes del Morena entraron al quite. Uno que otro
macanazo, empujones, patadas, zancadillas con el fin de evitar el paso de los
uniformados con dirección al Centro Histórico.

Ante esto muchos se preguntan: ¿Qué es más bárbaro? ¿Romper vidrios
o una sociedad descompuesta por la violencia, la injusticia y la desinformación
de los medios? ¿Autoridades que usan la policía o la política para solucionar
los problemas? Y las dudas continúan…
Imagen http://bit.ly/SHhTiH
12MAG 

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