El CCE fue el escenario del último concierto de La Barranca en este 2012


Por Rafael Cervantes



Ciudad de México, México, 30/11/12, (N22).- “Yo no les voy a decir ‘¡qué viva
el rock mexicano!’ sino ‘¡qué viva la gente con el rock mexicano!’”. Armando El Cucurrucucú
Vega-Gil habló y la respuesta del público fue un fuerte aplauso para él, para
los que salvaron el pellejo como el Señor González, para los que se adelantaron
en el camino como Rita Guerrero, y para todos aquellos que han aportado un poco
de lo que saben para forjar la historia musical del rock hecho en México.


La presentación del libro Antes de que nos olviden. 100 discos
esenciales del rock mexicano
 fue el pretexto para que el Centro Cultural
de España, que además celebra sus primera década, abriera sus puertas a una
de las bandas con más camino recorrido dentro de este género en los últimos
años –aunque ellos no quieran encasillarse dentro de él–, la cual ofreció su último
concierto de este 2012: La Barranca.

El público ya estaba inquieto, pues
había esperado poco más de una hora para ver a José Manuel Aguilera, voz y guitarra, en compañía de los demás integrantes de la agrupación arriba del escenario. De repente apareció Federico Fong,
quien comenzó a golpear su bajo con una baqueta; sus compañeros siguieron y
tomaron sus instrumentos: Adolfo Romero la guitarra rítmica y Navi Naas el
banquillo de su batería Yamaha.

Así, con una sección rítmica
contundente, la banda abrió el recital con una versión más fresca y rockera de Reptil. Inmediatamente, asistentes y
músicos se conectaron en una misma comunión gracias a cortes como «Atroz», «El Fluir» y «En el fondo de tus sueños», al mismo tiempo que las peticiones se
hacían presentes: “¡La Rosa!”,
gritaba una chica al frente, mientras en medio otros pedían “¡Hendrix!”; los más “sabios” sólo decían
“¡toquen lo que quieran!”.

“Nosotros somos La Barranca… y
ustedes también”, presentaba Aguilera y eso le gustó mucho a la concurrencia,
gente en su mayoría joven y con facha de estudiantes, aunque también estaba
presente uno que otro “Godínez” que volvía de su jornada laboral en la oficina. 

“Esta canción es de hace como 35 años”, bromeó, para luego pedirle al mar que devuelva tus sueños muertos y los castillos que
hiciste en la arena
… «El síndrome»
había llegado.


Las cuerdas de la blanca Fender Stratocaster
vibraban, gritaban alegres al ser tocadas por los dedos de José Manuel, en una
especie de masturbación para ellas y para los oídos de los fanáticos; las
distorsiones lo hacían más exquisito. Además, porque el libro anteriormente
presentado, al que ahora llaman realidad,
alguna vez fue sólo un sueño
. Posiblemente
imposible
, de su último disco, Piedad
Ciudad
, continuó, con una evidente la influencia grunge.

Piedad, piedad y más piedad es lo
que se pide, no sólo en esta ciudad, sino en todo el país, ante la violencia,
la inseguridad, la corrupción, en fin, la ausencia del estado de derecho; sin
embargo, ya para cerrar el sexenio, esta antigua ciudad enclavada en junto al
corazón de alguien, nos entregó a una banda que retrocedió en el tiempo para
traer al presente versiones frescas de temas como «Joya», «Estallido interno» y «Quémate lento».

En una cabalgata sobre el «Córcel» –que con sus síncopas marcaba el
paso–, las canciones anteriores recordaron la época en la que el caifán-jaguar
Alfonso André era baterista de la agrupación; la noche y la velocidad del mundo aguardaban una sorpresa. Por su parte, «Toña La Negra» regresó del más allá como un Zafiro que nunca ha dejado de brillar,
mientras la música la recibía con un toque nostálgico.

No eran un día común, no, pero
tampoco un «Día negro» como los de todo
el año, donde la realidad muestra su
rostro siniestro;
esta noche nadie se robó la luz que significa la cultura,
el arte, la música en específico. El coro unísono fue prueba de ello.

Los batacazos precisos,
contundentes, hacían suponer que a Navi Naas le era difícil controlar la fuerza
con que aporreaba los cueros; esto, aunado a la hermandad entre las guitarras
de Aguilera y Romero, consiguieron que se agitaran las cabezas, los largos
cabellos, que como la cola de un cometa, iban de un lado a otro en «La lengua del alma».

Después de esto silencio,
oscuridad. Presentado por Fong, apareció Alfonso André, con intenciones de
destruir platillos y tambores a punta de batacazos;
sin embargo, el éxtasis y ensimismamiento que denotaba su rostro hacía recordar
aquello que dijo alguna vez acerca de tocar en vivo: “es un pasón de
adrenalina”. Ya más tranquilo y abrazando un djembé, entabló un diálogo con Naas en la batería, mismo que
acompañó a «El alacrán», sin duda su
canción más popular.

“¡Qué chingón que hagan libros,
que hagan cosas!… ¡que hagan algo!”, dijo Aguilera refiriéndose a Antes de que nos olviden. Así concluyó
el sexenio –dirían algunos– para ellos. 

Y es que como ya lo había dicho antes
el Cucurrucucú: “terminamos una
pesadilla para entrar en otra peor”. Pero no todo está perdido, ya que
manifestaciones culturales como la música y la literatura serán ese halo de luz
que ayude a caminar durante los siguientes seis años; y si se conjuntan como en
este caso, mucho mejor. 

12PV

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *