CIUDAD DE MÉXICO, México, (N22/Conaculta).-
La investigadora japonesa del Colegio de México y del Centro de Estudios de Asia y África Eiko Ikegami presentó la tarde de este sábado 6 de octubre la conferencia “La realidad del espíritu samurái. Individualismo y honor” en el Auditorio Fray Bernardino de Sahagún del Museo Nacional de Antropología.
La especialista puso de relieve que en la actualidad Japón es una nación en la que conviven la tradición y la modernidad, donde ensalzan valores arraigados desde siglos atrás como el respeto y la humildad.
La doctora Eiko Ikegami destacó que buena parte de la filosofía que persiste en Japón proviene de los samurái, una poderosa clase de guerreros cuyo esplendor ocurrió entre los siglos X y XIX.
Durante dicho periodo, dijo, ocurrieron numerosas batallas, lo que propició una cultura bélica que culminó con la unificación de ese país a inicios del siglo XVII.
“La etapa de paz alejó a los samurái del poder y las armas, acercándolos a la administración, las artes, la justicia y la filosofía”.
Luego de que Jorge Ruvalcaba, jefe del Departamento de Promoción Cultural del Museo Nacional de Antropología, agradeciera al Museo Nacional de la Ciudad de Nagoya el haber proporcionado las 185 piezas expuestas en la exposición Samurái Tesoros del Japón, que permanecerá hasta el 22 de octubre de 2012, la doctora Ikegami señaló que un samurái no sólo tenía que abstenerse de adquirir bienes materiales o riquezas, sino demostrar que toda su vida se apoyaba en perfeccionar su paz interior y sus habilidades marciales.
“Y es que la vida de un samurái era como la de una flor de cerezo blanco, hermosa pero breve. Porque se tenía que esperar una muerte no sólo natural sino incluso gloriosa”.
Ikegami indicó que un samurái sabía que el hombre que había elegido las armas debe primero calmar su alma y mirar en la profundidad de los demás. Y que lograrlo es la esencia de las artes marciales, ya que sin conocimiento, un samurái no podría conocer jamás las victorias.
“Un samurái verdadero no debe sentir envidia de alguien que logró gloria y reconocimiento por méritos propios. Porque no hay guerrero en el mundo actual que no entienda el camino de la estrategia”.
Mencionó que, en la tradición de esta cultura, el guerrero es la espada de doble filo y no debe olvidar que si el enemigo piensa en las montañas, ataca por el mar, y si piensa en el mar, atacará por las montañas.
Añadió que la katana era el instrumento más elegante, ya que su delicada figura contrastaba con su mortal efectividad. Los artistas grababan su nombre, lugar y año de producción en cada arma.
“Vimos a lo largo de la historia a guerreros de otras escuelas discutiendo teoría y concentrándose en diversas técnicas, pero no olvidemos que aunque parezcan hábiles, no poseen el verdadero espíritu de un samurái”.
Y agregó: “En la filosofía samurái, una persona que se dice experta en algo es ilusa, no vale la pena. Y si una persona ve que otra actúa mal y no hace nada por detenerlo, ¿cómo puede seguir llamándose hombre?”
Finalmente la doctora Ikegami concluyó que los códigos samurái son simples pero específicos: Optar por la muerte antes que por el deshonor, pues un samurái no le teme jamás a ésta.
Ellos optan por la autoeliminación, un acto al que se le conoce como seppuko. Los japoneses piensan que el abdomen o “hara” es el centro espiritual del cuerpo y por ello el lugar natural para cortar y causar la muerte. Para evitar prolongar el sufrimiento era ayudado por otra persona conocida como Kaishaku, su rol era cortar la cabeza cuando el acto era ejecutado.
“El código de los samurái establecía que los combatientes debían permanecer siempre alerta y estar preparados para la batalla y la muerte, principios que han regido desde entonces la senda militar”.
Y concluyó: “El final de la era de los samurái ocurrió en 1868, cuando el emperador retomó el poder total de Japón, hecho conocido como la Restauración Meiji, y los privilegios de los guerreros fueron abolidos. Diversas legislaciones disminuyeron la posición de los samurái, quienes desaparecieron a final del siglo XIX”.
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