CIUDAD DE MÉXICO, México, 20/09/12,(N22/Conaculta).-
Ulalume González de León se valió de la palabra para dejar testimonio y huella de su trayectoria creativa e ideología. Vivió gran parte de su vida en México, a partir de 1940, porque lo consideró su casa ya que pensaba que el lugar donde se nace la primera vez no determina nuestro hogar, sino la segunda vez ya que cobramos conciencia en ese segundo momento. En el caso de la poeta uruguaya, todas sus segundas veces fueron mexicanas, dijo alguna vez en entrevista con Elena Poniatowska en 1971.
A propósito del 80 aniversario de su nacimiento, Conaculta recuerda a la poetiza considerada como una de más representativas de la poesía nacional del siglo XX, quien arribó a México para quedarse y fuera pareja del arquitecto y pintor Teodoro González de León.
Fue hija de los poetas Roberto y Sara Ibáñez, de quienes heredó la tradición y el espíritu de la poesía. Comenzó a escribir desde los cuatro años poemas, cuentos y versos. Tradujo desde los 16 años a más de 50 poetas de cuatro lenguas. Se cuenta que de niña fue tan inteligente que podía recitar poemas de memoria, dar clases de historia, resolver complicadas ecuaciones matemáticas, acertijos y sopas de letras, con mucha habilidad.
En general, su obra fue muy prolífica. Escribió ensayos, novelas, cuentos, pero se destacó por sus poemas, que aunque fueron escasos, son muy originales y están llenos de ingenio. También fue muy reconocida como traductora de grandes autores como Lewis Carrol y Gérard Nerval , además de su labor como editora.
Entre su obra literaria podemos encontrar los cuentos: Las tres manzanas de naranja (1996) y A cada rato lunes(1970); poesía: Plagio (1968-1971), Ciel entier (1978), Plagio II (1970-1979) y una antología que recopila su poesía de 1968-1979, titulada Plagios (2001); ensayos: El uno y el innumerable quién (sobre E. E. Cummings, 1978), y El riesgo del placer (sobre Lewis Carroll, 1979).
Además tradujo varias obras como El pulso de las cosas: Antología poética, de Henri Michaux (1998), Definición hermética de Hilda Doolittle (1997), por mencionar algunos.
Muchas de sus obras permanecen inéditas porque no le convencían, sin embargo, las conservó porque le interesaban, como confiesa en el poemario Lugar común, contenido en Inventario 1970-1980. Colaboró para importantes publicaciones como Alphée, Escaldar, Le Courrier, Le Journal des Poètes, Plural-Vuelta y Letras Libres.
Recibió innumerables distinciones como el Premio de Narrativa, Uruguay, 1970, por su libro de cuentos A cada rato lunes. El Premio Xavier Villaurrutia, México, 1978, en la categoría de traducción, por su libro El riesgo del placer. Recibió el Premio “La Fleur de Laure”, París, 1979, por su libro Ciel Entier (Plagio) y el Premio Alfonso X de Traducción, México 1971. Así mismo participó en coloquios, simposios y conferencias magistrales.
La importancia de su obra es sin lugar a dudas la línea filosófica con la que trazó su escritura. Ulalume pensaba que la palabra se convertía en representación del sujeto, y que por ello lo que decimos es una continuidad de lo que otros ya dijeron. Plagio es a Ulalume como luna a la noche o el sol al día. La palabra “plagio” para la escritora es como “reflejo” o “eco”; pues sostenía que “todo es creación: yo elijo decir aun lo que fue dicho: que es ahora diferente porque lo transforma ese cúmulo de datos convergentes en cuyo punto de intersección me encuentro. Y todo es plagio. Toda ha sido ya dicho”, expresó sobre su obra, de la que pocas veces habló.
Para el poeta, ensayista, editor y crítico literario Adolfo Castañón, González de León “nació con la estrella de la poesía marcada en la frente. Alquimista alborozada de la palabra, Ulalume deja, además de una huella transatlántica en la literatura mexicana e hispanoamericana, la herida irrestañable del deseo despierto en la poesía y en la muy alta poesía de la traducción.”
Sobre la autora, Octavio Paz escribió para el prólogo de Ciel Entier: “Cierto, sus poemas son, como todos los de los verdaderos poetas, objetos hechos de sonidos (…). Al oírlos, los vemos: son una geometría aérea. No obstante, si queremos tocarlos, se desvanecen. La poesía de Ulalume no se toca: se ve. Poesía para ver.”
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