Por Sebastián Pineda Buitrago
Distrito Federal, 13/05/15, (N22).- El licenciado Fausto Vega (1922-2015) era el ángel guardián de El
Colegio Nacional. Su despacho estaba en la tercera planta, encima del segundo
patio interior poblado de naranjos en flor, y uno subía por una escalera doble
–única en su género– como en un cuadro de Escher.
2007 (yo tenía 25 años y acababa de llegar por primera vez a México). Me
hicieron pasar a su despacho la maestra Marisela y la maestra Rosa Campos de la
Rosa. Me recibió un hombre de estatura mediana, de ojitos risueños y gestos
firmes. Hecho para la conversación. Dado todo a ella. Había formado parte del grupo Hiperión, un
grupo de filósofos en lengua española entre quienes estaba también Luis
Villoro. Don Fausto no escribió mucho por una amarga experiencia que al rato
contaré. Lo cierto es que aquella vez me hizo sentar en su amplio escritorio. A
platicar.
tan frecuente en México y tan infrecuente en Colombia y en España– tiene un
leve matiz distinto a «conversar». O eso quiero creer. Si plática
viene del griego platikós y si, por sucesivos préstamos del latín, de él se
derivan plato y plaza, eso quiere decir que platicar es un verbo civilizador.
Nació con el alimento y con la ciudad. Nutre en todo el sentido de la palabra.
ocasión, entre muchas otras cosas, Fausto Vega me platicó de una novela perdida
en el diluvio. Una inundación arrasó con sus manuscritos, debido a una fuerte
lluvia registrada quién sabe en que año de la década de 1970 en pleno Valle del
Anáhuac. Don Fausto contaba aquella anécdota con una resignación tal, que uno
sabía si lamentarse o asombrarse. Agregó que la novela se iba a llamar Domingo
Siete, y que versaba sobre un hombre que pudo haber evitado la conspiración de
la Decena Trágica, de los diez días de terror que padeció la Ciudad de México
entre el 9 y el 19 de febrero de 1913.
ensayo homónimo de Alfonso Reyes, «Domingo siete», incluido en El
cazador (1921, Obras completas III, pp. 89-91). Es un ensayo de casuística –y
don Fausto era también abogado. En ese ensayo, Reyes dice que «la verdad
admite matices de mentira», y refiere un cuento infantil sobre un niño
que, perdido en el bosque, se sube a un árbol para esconderse de las brujas;
las oye cantar abajo una ronda de seis versos con base en los primeros seis
días de la semana: «Lunes, martes, miércoles, tres; / jueves, viernes,
sábado, seis». El niño, molesto por tal inexactitud, les grita a las
brujas desde la copa del árbol: «domingo siete». Ellas advierten su
presencia, y se lo comen.
respondió si sí o no se había inspirado en el ensayo de Reyes. Sólo se rió. Se
fue por las ramas, y celebró que en aquel ensayo se atacara a las mentes
simétricas que necesitan completar la semana a toda costa, aun a costa de su
seguridad –y lo que es peor– a costa del ritmo del verso. Si la verdad no es
vital, si no ayuda para la vida, no sirve para nada. ¿Mejor una mentira que nos
reconforte si la verdad nos aniquila? De ahí la importancia de los novelistas,
de la ficción…
mediodía de aquel octubre de 2007, y salimos de su despacho. Me enseñó –el
verbo es preciso– los pasillos, los arcos, los semiarcos, los patios, la
biblioteca, los salones de actos, la gran sala de conferencias del espléndido
palacio de El Colegio Nacional, remodelado por el arquitecto Teodoro González
de León. Yo estaba embelesado. Agradecido de haber sido bendecido por el visto
bueno de José Emilio Pacheco para que mi primer libro, La musa crítica, saliera
allí. Me sentía panteísta: parte del aire o de la arquitectura.
antiguo convento uno se vuelve habitante de un poema sufí –comprende mejor a
Santa Teresa o a Sor Juana, pues los patios cobran un raro misticismo. Tienen
una conexión directa con el sol y con las nubes. Ignoro qué se sentirá a
medianoche. El antiguo Convento de la Enseñanza, luego de las Leyes de Reforma
de Benito Juárez, también fue una escuela de ciegos –y esos invidentes han
debido grabarse la distribución de los pasillos y las escaleras y los patios
con tanta o más precisión que una computadora high tech.
José Emilio –y quizás me lo volvió a platicar el Lic. Fausto Vega– que el
antiguo convento se había erguido sobre
el templo de Cihuacóatl –la más misteriosa de las diosas aztecas–, justamente a
un costado del Templo Mayor en donde ahora está el Zócalo. Las piedras nos
aleccionan.
me falla –y qué más da: la verdad admite matices de mentira– fuimos a comer en
compañía del maestro Adolfo Castañón al restaurante Ehden en la calle Gante 11,
cerca al metro San Juan de Letrán. Castañón recordó que la ciudad de Gante, en
la Bélgica flamenca, debería ser cara a la memoria mexicana: además de ser la
ciudad natal de Carlos V, Hernán Cortés envió hasta allí los primeras ofrendas
de Moctezuma Xocoyotzin. Fausto Vega nos platicaba varias anécdotas. Recuerdo
que se negó a pedir una botella de vino rosado de Baja California, a pesar de
la recomendación del mesero, aduciendo que el olmo no tiene porque dar peras.
hablando de no sé qué escritor de su tiempo a quien la esposa le ponía el
cuerno con su consentimiento. Dijo que no hay mujer guapa que no haya sido o no
vaya haya pensado ser, en algún momento, infiel. Es un llamado de la
naturaleza. Ya se si tolera y hasta si se anima, ese es otro asunto, dijo. Yo
me acordé de Pastor López: «Eres muy bonita, pero mentirosa…».
ficción reconfortante, vital, bella.
Fausto Vega, entre platos de comida árabe y vino italiano, con un tequila
reposado como antesala y un anisado como sobremesa, tejen la memoria de mis
días.
*Sebastián Pineda Buitrago: Leo (de agosto de 1982) toda suerte de cosas y escribo en este blog sobre lecturas, viajes y reflexiones al paso. Mientras, termino un doctorado en Literatura Hispánica en México, donde me publicaron mi primer libro: La musa crítica: teoría literaria de Alfonso Reyes (2007). Mi segundo se llama Breve historia de la narrativa colombiana (2012). Contacto: sebasconection@gmail.com