El artista mexicano pone a dialogar varias de sus obras con el acervo del museo a través de interpretaciones espacio-temporales y la entropía
Ciudad de México (N22/Ana León).- “Todo el arte es contemporáneo”, sentencia Graciela Speranza en el prólogo de sus Cronografías. Arte y ficciones de un tiempo sin tiempo (2017), para continuar: “el arte de ayer dice otras cosas hoy”, y rematar: “el pasado fue un presente que anticipó un futuro”. Aquellos asiduos a la pintura seguramente han recorrido las galerías que albergan las obras del barroco novohispano en el MUNAL, cuadros que ocupan paredes de piso a techo o una superficie modesta del muro pasando, casi, desapercibidos. Ahora, todo ese acervo que abarca desde la época virreinal hasta los primeros años del siglo XX se vuelve contra nosotros con la potencia de más de quinientos años de historia.
Si bien con Melancolía el museo llevó a cabo un ambicioso ejercicio curatorial que aspiraba a reactivar su acervo, con Por los siglos de los siglos consigue saldar las deudas pendientes que una intrincada museografía y una narrativa casi forzada dejó aquél intento. Este nuevo ejercicio pone en diálogo la colección permanente del museo de la primera y la segunda planta con obras del artista plástico mexicano Bosco Sodi (1970).
Frente a la preparación, los bocetos, los ensayos, los arrepentimientos en las pinturas y esculturas de los grandes maestros del arte de cinco siglos atrás, entre los que se encuentran Sebastián López de Arteaga, Baltasar de Echave y Rioja, José Juárez, Nicolás Enríquez, Enrique Guerra y Felipe Valero, se contrapone lo azaroso de la naturaleza de los materiales, la experimentación, lo intuitivo y la entropía en la obra de Sodi. Basta ver La incredulidad de Santo Tomás o Cristo en la cruz, ambas de López de Arteaga, ambas del siglo XVII, y contraponerlas con un cuadro en técnica mixta realizado en 2013, de Sodi, que exhibe una superficie negra craquelada y surcada al centro, para reavivar la potencia matérica y narrativa del trabajo de López de Arteaga, así como la agresividad de la pintura barroca.
Bosco Sodi es un artista que a lo largo de su carrera se ha centrado en la experimentación y lo intuitivo de los materiales. Su obra no responde a una planeación obsesiva, sino a una búsqueda exhaustiva sobre las cualidades de los materiales (orgánicos) que en ella ocupa. Toca, mezcla, examina y permite que las condiciones del ambiente jueguen un papel relevante en sus resultados: Sodi propone y el azar dispone. En este sentido, las piezas del artista son irrepetibles.
Sin embargo, el diálogo que orquesta Sodi con sus pares novohispanos no responde al azar. Las piezas dialogan de manera evidente, directa, con las obras en las salas. Sodi consigue sacar las obras de los muros para punzar sobre la mirada del espectador lo matérico, lo real, lo violento de muchos de estos cuadros. En una sala, una enorme roca volcánica policromada en rojo y un cuadro en técnica mixta que exhibe un salpicado en craquelado rojo revelan el horror de La flagelación (1729), óleo de Nicolás Enríquez. Pareciera que la sangre del que es golpeado con furia ha salido del lienzo y salpicado la sala.
Pero la voz de Sodi también sabe suavizarse y entrar en comunión con esculturas como San Sebastián (1857), de Felipe Valero, mediante sus cubos de barro apilados. Las siluetas y las curvas de las esculturas suavizan la rigidez y la verticalidad de los bloques. O en Rocas (1894), de José María Velasco, donde una piedra volcánica recubierta con pintura cerámica y bañada en oro, entra en comunión con el cuadro del paisajista mexicano.
Lejos de ahondar en conceptos rebuscados, las piezas del artista contemporáneo consiguen construir un diálogo directo con la colección del museo, buscan develar esas otras cosas que ese “arte de ayer” busca decirnos hoy.
Por los siglos de los siglos. Exploración matérica con la colección del Museo Nacional de Arte, del 30 de junio al 5 de noviembre.