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A propósito de las muestras Hágalo usted mismo, de Iván Trueta, y de Orozco y los Teules
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Imagen: Orozco y Los Teules, 1947
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Ciudad de México (N22/Ana León).- Hay una pintura de Caravaggio que me obsesiona, David vencedor de Goliat, pintada en el último año del siglo XVI, 1599. En ella se ve a David con la rodilla izquierda sobre la espalda de Goliat y a éste con la cabeza desprendida del cuerpo. El lienzo que es una de las obras juveniles del llamado “genio maldito” está cargado de un fuerte realismo: se observa el rostro de Goliat con una herida en la frente arrugada y la mirada abismada, la boca entreabierta; David, mucho más joven, aunque vencedor, muestra un gesto de pesar, mientras que la luz destaca el volumen de su cuerpo. El cuadro, ilustra la portada del libro Una historia de la violencia (2010), de Robert Muchembled, que hace un mapeo de la violencia física y la brutalidad que han permeado las relaciones humanas desde el siglo XIII hasta nuestros días. Y es que la violencia es una de las protagonistas de la vida pública y privada, a nivel global.
Es precisamente este tema el que abordan dos exposiciones alojadas en la primera planta del Museo de Arte Carrillo Gil: Hágalo usted mismo, de Iván Trueta; y Orozco y los Teules, de José Clemente Orozco. Ignoro si la decisión de colocar ambas muestras en un mismo espacio sea azarosa, pero si bien cada una responde a una temporalidad específica –la de Trueta es una obra creada en 2016 y la de Orozco en 1947, aunque la temática nos lleva hasta el siglo XVI–, las dos nos remiten al mismo contexto: a violencia y la impunidad: ambas, una muestra de la naturaleza predadora y mortífera del ser humano.
Antes de 1650 la brutalidad del hombre, ese “culto” por la sangre, no había sido sometido por la fábrica occidental que, como señala Muchembled, “modifica los comportamientos individuales, a menudo brutales, a través de un sistema de normas y reglas de educación que desprestigia los enfrentamiento armados, los códigos de venganza personal, la rudeza de las relaciones jerárquicas.” La relevancia de este ¿azaroso? encuentro expositivo, está ahí, en el antes y el después de que el monopolio de la violencia perteneciera a las instituciones.
La de Orozco, enfocada en su trabajo de caballete, es una serie producto de un encargo hecho por El Colegio Nacional al artista jalisciense que comprende pinturas y dibujos y que se inspira en la crónica de Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la Nueva España, el enfrentamiento entre españoles e indígenas. La serie, que consta de alrededor de setenta obras, estalla frente al espectador por la potencia de las pinceladas y el manejo del color con el que el muralista aborda las masacres, las decapitaciones, los desmembramientos, en resumen, la violencia de la conquista, el poder deliberado ejercido sobre el otro.
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Imagen: Hágalo usted mismo, 2016
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Mientras tanto, encerrada en una pequeña caja blanca con puertas de cristal, rodeada por el estruendo de las pinceladas de Orozco, la muestra de Iván Trueta es una suerte de manual de la violencia higienizada, donde no hay flujos, donde no hay sangre, donde no hay hedor de muerte. Dibujos en grafito de obsesivo detalle sobre fondo blanco superpuestos en una pared blanca, muestran al propio artista en un diálogo en el que es víctima y victimario. La pequeña sala que se recorre en cuatro zancadas resulta suficiente para enunciar la “violencia, la inseguridad y la impunidad extrema”. La de Trueta más que relatar la masacre, ofrece una “guía de supervivencia para un país irritado y salvaje”. Aquí, al mirar los trazos uno se ríe, o por lo menos esboza una mueca al reconocer situaciones que en lugar de ser extraordinarias o poco comunes, forman parte de la realidad de un país que duele, que se conduele. Escapar, amagar, amordazar, insultar al otro con todo el cuerpo, someter, someterse, son algunos de los pasos a seguir en este manual de la normalización de lo extraordinario, en su acepción de lo que debería ser poco común.
La civilización en su imparable avance más que sublimar la violencia, la ha desbordado, “¿cómo explicar esta incontestable regresión de la agresividad?”, se cuestiona Muchembled. Sin respuesta ante tal pregunta, vale la pena echar un vistazo a este par de exposiciones que la abordan desde perspectivas y temporalidades diferentes, pero no por ello extrañas al espectador.
Hágalo usted mismo, hasta el 9 de julio; Orozco y los Teules, 1947, hasta el 6 de agosto, ambas en el Museo de Arte Carrillo Gil.
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