Alejandro Luna es un arquitecto que construyó su mundo

  • Ésta es una crónica de un día frío en la Ciudad de México. En el Palacio de Mármol, donde el escenógrafo y dramaturgo recibió la Medalla Bellas Artes por su histórica contribución al universo histriónico mexicano


Por Alberto Cruz

Distrito Federal, 14/01/16, (N22).- El miércoles 13 de enero de 2016 fue un día frío, lluvioso y nublado, no así el ánimo de Alejandro Luna quien llegó al Palacio de Bellas Artes una hora antes de las siete de la noche, acompañado de su pareja, la coreógrafa Adriana Castaños.

Fue bienvenido por un séquito de personas que brindaban la comodidad al maestro Luna, y también lo felicitaban, porque esa noche recibiría la Medalla Bellas Artes, un reconocimiento por su gran trayectoria en el mundo del teatro.

La Sala Manuel M. Ponce fue el recinto donde se dieron cita familiares, amigos, colegas y la comunidad teatral que acompañó al escenógrafo. A su llegada, Alejandro fue conducido a una sala donde ya lo esperaba su hijo Diego Luna, sus dos nietos y Camila Sodi. A pesar de haber recibido en su casa a periodistas con muchos días de antelación, Alejandro contestó por celular una entrevista más, media hora antes de que comenzara su homenaje.

Mientras el maestro hablaba por teléfono, sus nietos contaban chistes y se divertían jugando. Pocos minutos antes de las siete, Alejandro no estaba nervioso porque a él no le tocaría hablar, sino a la crítica de teatro Luz Emilia Aguilar Zinser y al director escénico Alberto Villarreal, quienes fueron los que compartieron experiencias y anécdotas de la vida del maestro.

Vestido con un traje negro, corbata color vino y camisa blanca, Alejandro se miraba en el espejo que estaba instalado en la pequeña sala de espera, el backstage. Diego le dijo que no se preocupara de nada, que disfrutara su noche, porque lo que realmente importa es el significado de este premio. La calidez del recinto hizo olvidar por completo la razón de los abrigos y los paraguas que portaban todos los asistentes, incluyendo Luna.

Colegas y amigos pasaron a saludarlo; reporteros buscaban a Diego, pero respondía que no era el momento adecuado. La noche era de su papá y él tenía que ser el foco de atención. Una noche antes Alejandro comentaba que su hijo atraía masas, “capaz y le entregan la medalla a él”, bromeó.

A la pequeña antesala llegó María Luna, hija mayor del escenógrafo, acompañada de su hija, lo felicitaron y tuvieron tiempo de tomarse una fotografía para las redes sociales de Bellas Artes.

Poco a poco empezaron a oírse los murmullos de la gente que comenzó a entrar a la Sala Manuel M. Ponce, los camarógrafos instalándose en la parte posterior y fotógrafos amontonándose cerca de la puerta de donde saldría Alejandro.

La directora del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), María Cristina García Cepeda también acudió a saludar al maestro, que en ese momento recordaba que el pasado viernes le robó cámara a Joaquín “el Chapo” Guzmán, ya que él apareció en primera plana. A su vez llegaron Aguilar Zinser y Villarreal, todos preparados para cuando fuera el momento de salir y compartir con los asistentes historias acerca del gran hombre de teatro.

Sus dos hijos salieron para sentarse en primera fila, una serie de luces de cámaras siguieron a Diego y a Camila Sodi, tal como lo predijo su papá una noche antes: él atrae masas. Posteriormente, las cámaras volvieron a destellar cuando salieron Alejandro Luna, acompañado de García Cepeda y sus dos anfitriones.

Iniciada la ceremonia, un video preparado por el INBA fue proyectado, donde aparecieron grandes figuras del teatro que brindaron su testimonio, como el director Luis de Tavira, el dramaturgo y director David Olguín, así como el escenógrafo Jesús Hernández.

Al termino de esta semblanza audiovisual y tras el aplauso del público, subieron al frente Alejandro Luna con Aguilar Zinser y Villarreal. Entre risas, con reiteradas ovaciones al también arquitecto, las anécdotas retrataron a un hombre detallista, con un gran sentido del humor y una gran pasión por su trabajo.

El público reía, al igual que Luna, cuando Aguilar recordó que Martín Zapata cuenta que “a Alejandro no le gusta diseñar casas porque el cliente que entra en esa casa le pone muebles horribles, los habitantes se visten mal y dicen tonterías. En cambio, en el teatro las paredes y los muebles los escojo yo, a los habitantes a veces los visto o sino alguien que sepa hacerlo y les decimos lo que tienen que decir”.

Su hijo Diego soltó algunas lágrimas mientras recordaban a las personas con las que trabajó su padre, entre los que se cuentan Hugo Hiriart, Ludwik Margules, Paul Leduc, Juan José Gurrola, Héctor Mendoza, entre muchos otros.

Alberto Villarreal destacó ser amigo de Alejandro “a primera vista”, sin saber aún si serían colaboradores. Recordó que el maestro le cambiaba toda la escena que él planificaba como director, pero no había forma de negarlo. Más de 200 puestas en escena durante más de 50 años, Luna ha dejado enseñanzas a un sinfín de personas, mismas a las que dedicó su Medalla Bellas Artes.

Finalmente, la directora del INBA le dedicó unas palabras y afirmó que la huella que ha plasmado en el teatro mexicano es imposible de borrar. El público estalló en aplausos cuando García Cepeda hizo entrega del reconocimiento y el galardón. Tras unas breves palabras, el maestro Luna agradeció y pidió que dejarán de aplaudir para poder ir al coctel.

En la terraza de la Sala Manuel M. Ponce se reunió la familia del escenógrafo, quienes esperaron pacientemente a que se desocupara de atender reporteros, de recibir felicitaciones y tomarse fotografías con quien se lo solicitara. Diego pasó rápidamente a tomarse una foto con su papá, pero tuvo que “escapar” sin poderse tomar una copa de vino tinto ya que los fotógrafos y fans no le permitieron avanzar más.

Amigos que le esperaron lo felicitaron, con halagos interminables, la velada había sido, más que satisfactoria, un éxito. El homenajeado es una estrella del teatro. Tal como él mismo lo aceptó, esta medalla refrenda la unión que tiene con Bellas Artes, donde ha dado clases y ha trabajado desde hace muchas décadas.

La noche fue fría en la Ciudad de México, le antecedió un día nublado y lluvioso. Al salir por la puerta principal del Palacio de Bellas Artes, acompañado de Adriana, el resto de su familia y amigos, se dirigieron a un restaurante en alguna parte del centro de la ciudad, a brindar por este gran reconocimiento.

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