Al cerebro lo que le interesa es sobrevivir y por ello, en materia de alimentos, le importa qué le aporta energía y qué puede enfermar al cuerpo
Redacción/CDMX
La conexión entre la alimentación, el intestino y el cerebro es compleja y multifacética. Algunos alimentos, como los probióticos o los que afectan al microbioma intestinal, han mostrado cierto impacto en la salud mental, especialmente en casos de ansiedad y depresión.
Esto se debe a que un microbioma menos diverso puede enviar señales al cerebro a través del nervio vago, el sistema inmunológico y otros medios, influyendo en el estado de ánimo.
Sin embargo, estas relaciones no son lineales, ya que muchos otros factores, como los genes, el uso de medicamentos, las interacciones sociales y la historia de vida, también afectan la salud mental y el microbioma.
El cerebro no es un receptor pasivo; filtra y modula las señales del intestino según su estado, prioridades y experiencias pasadas.
De manera evolutiva, el cerebro procesa la información de los alimentos para aprender qué buscar y qué evitar, basándose en recompensas (como calorías o hidratación) o castigos (como náuseas o enfermedades).
Este aprendizaje, que es inconsciente, influye en nuestras decisiones alimenticias y puede variar entre individuos debido a diferencias genéticas y ambientales.
Por ejemplo, algunos genes relacionados con la obesidad afectan directamente al cerebro, mientras que las señales de recompensa o aversión también dependen de la sensibilidad de cada persona.
Las aversiones aprendidas, como el asco después de una intoxicación alimentaria, son especialmente persistentes porque protegen la supervivencia, aunque pueden ser una carga al generar fobias o evitar ciertos alimentos.
Las señales adversas del intestino también están asociadas con síntomas de estrés, ansiedad y depresión, lo que resalta la conexión entre el estado mental y las señales internas.
El eje intestino-cerebro es plástico, es decir, puede ajustarse a nuevas experiencias y señales.
Aunque alimentos específicos pueden modificar el microbioma o el estado de ánimo, los efectos dependen de cada individuo, considerando su genética, experiencias pasadas y entorno.
No existe una solución universal, y es crucial ser crítico con afirmaciones absolutas sobre alimentos y su impacto en la salud mental. Lo que está claro es que el cerebro está en constante comunicación con el intestino y responde a lo que comemos.
(Con información de The Guardian)