Claudia González/CDMX
A la mayoría de nosotros nos fascinan las historias de espionaje, solemos imaginar a estos personajes como James Bond, pero ¿realmente son como él?
Desde la Antigua Roma a la Segunda Guerra Mundial, pasando por la era de los imperios, los espías siempre han estado presentes en la historia.
Recurrir a este recurso se hace desde la antigüedad, encontramos que egipcios, griegos y romanos obtuvieron datos valiosos sobre la cantidad o los movimientos de tropas de sus rivales o sobre la administración de los pueblos antagónicos.
Desde robar cartas, interceptar comunicaciones, escuchas clandestinas, entre otras cosas, son actividades de esa profesión que es de las más antiguas.
El cine, la televisión y la literatura nos han contado grandes historias sobre espías que se han convertido en parte de la cultura popular, nos han romantizado está actividad siempre envuelta en un gran misterio, intrigas y engaños en el que cualquiera puede ser un traidor; un movimiento en falso puede provocar el desastre.
Los espías tienen encanto, fascinan por el riesgo que asumen y por su carácter aventurero.
Con el tiempo, los avances tecnológicos han ido ampliando las posibilidades de acceder a más información hasta extremos que hoy superan nuestra imaginación.
Entre los muchos espías conocidos podemos encontrar a la famosísima Mata Hari.
Mujer fatal e irresistible, vivía en Champs Elysées, antes de ser espía era una stripper famosa, con contactos en los más altos círculos militares y políticos de su tiempo.
Margaretha Geertruida MacLeod, nació el 7 de agosto de 1876, fue bailarina y cortesana holandesa.
Era la hija de un próspero sombrerero que perdió el dinero de la familia cuando Margaretha era una adolescente, sus padres se divorciaron y tras la muerte de su madre en 1891, vivió con unos parientes.
Más tarde asistió a una escuela de profesores en Leiden.
En 1895 se casó con el Capitán Rudolph MacLeod, un oficial del ejército colonial holandés, quien era abusivo e infectó a Margaretha con sífilis, la pareja tuvo dos hijos, poco después su hijo murió, precisamente de sífilis, posteriormente al regresar a Europa la pareja se separó y finalmente se divorció en 1906.
Margaretha inicialmente tenía la custodia de su hija, pero Rudolph se negó a brindarle asistencia financiera, lo que la obligó a dejar a la niña a su cuidado.
A partir de aquí adoptó una nueva vida en los salones y casinos parisinos, explotando su conocimiento de los sensuales bailes malayos que ejecutaba con gran pericia y desenvoltura.
Sumados a su provocativa y natural belleza y desinhibida actitud para aparecer semidesnuda en los escenarios, la llevaron a ser conocida por muchos y amada por todos.
Con el paso de los años la atractiva bailarina adoptó el nombre artístico de Mata Hari, que significa «ojo del día» en malayo, es decir, «sol», además pasó de los sucios tugurios a los ostentosos cabarets y teatros.
Transformándose así, en un ícono sexual de los escenarios parisinos y en cortesana de lujo que le permitió entablar numerosas relaciones con militares y políticos de la época.
A partir de aquí todo es suposición, lo cierto es que ella aprovechó los contactos a su favor, en la primavera de 1916, el cónsul alemán en Holanda empezó a ofrecerle importantes sumas de dinero a cambio de información.
Se cree que en ese verano, Mata Hari aceptó convertirse también en espía al servicio de Francia, en la Bélgica ocupada por los alemanes.
Descubierta como agente doble, los servicios de espionaje británicos alertaron a las autoridades francesas, quienes la vigilaron y el 13 de febrero de 1917, Mata Hari fue detenida en París.
Después de un juicio breve, en el que no se presentaron pruebas concluyentes, fue condenada y fusilada en la fortaleza parisina de Vincennes el 15 de octubre de 1917.
Agitando la mano elegantemente se despidió de los soldados del pelotón que la fusiló, todo el misterio que envuelve a esta mujer y su posible inocencia la ha llevado a ser recordada en la historia como prototipo de la femme fatale.