Este ejercicio editorial buscó «preservar ese comentario en fresco de lo que estaba pasando»; una antología por la que recorremos la experiencia de más de cien autores alrededor de mundo
Ana León / Ciudad de México
Empezó a finales del año pasado. Tal vez un poco antes, pero no lo sabíamos. Luego los rumores, la información que llegaba a cuentagotas. Los familiares de algún conocido que habían viajado a China y no podían volver. Algo pasaba allá y en aquél entonces no dimensionamos la magnitud de aquella zoonosis. En febrero se comunicaba el primer caso confirmado en América Latina. En ese mismo mes, la OMS calificó como “muy elevada” la amenaza que el virus significaba a nivel internacional. El 11 de marzo, la enfermedad era ya catalogada como una pandemia. En México, doce días después nos volcábamos a nuestras casas, hacia nuestro mundo al interior, para resguardarnos de ese enemigo invisible. Primero el encierro era algo nuevo para algunos, algo catastrófico para otros y una amenaza constante para quienes viven al día o son víctimas de violencia doméstica. Luego, el subidón y la posterior caída de emociones y situaciones: angustia, ansiedad, incertidumbre por el futuro y por la economía, soledad, comunidad, sana distancia, teletrabajo, autoexplotación, la nada… Mientras, una avalancha de información se nos venía encima junto con más responsabilidades y el reconocimiento de ese espacio diario que es la casa y también de esas personas con las que vivimos día a día. Llegó la pandemia y la distopía difícil de imaginar, no sólo la imaginamos, la vivimos. ¿Cómo se hace para vivir acá?
Para lo angustiante del momento, se ha escrito mucho acerca de lo que se vive a nivel global, desde la información de los medios hasta la generación de proyectos editoriales en torno a. Ahí están los tres números que circulan libremente de ASPO (Sopa de Wuhan, La fiebre y Posnormales), que condensan la voz de pensadores como Franco Berardi “Bifo”, Žižek, Giorgio Agamben, Judith Butler, entre otros; o las columnas del escritor nacido en Angola, Gonçalo M. Tavares; se desató también una hiperproducción de contenidos digitales. La sobre oferta cultural digital y de entretenimiento vía streaming como salvavidas, como paliativo, y la pregunta constante: ¿necesitamos seguir con este nivel de producción rampante o es necesario parar, pensar en otros modos de vida posibles, en otros modelos de economía posibles, en otras formas de consumo menos viles?
En junio, la Revista de la Universidad dedicó su número a la emergencia sanitaria. El Diario de la pandemia reunió entonces las voces de escritores, periodistas y especialistas de diferentes partes del mundo en un dossier que contiene (se puede leer en la página de la revista) reflexiones en torno a lo que les interesaba contar sobre esta emergencia a cada uno de sus autores. Como es la vocación de una revista, el número aloja un comentario del tiempo presente, una cierta mirada de los días transcurridos. Pero el ejercicio también devino un libro del mismo nombre que se presentó en la FIL Guadalajara el día de ayer.
Algunos textos reflexionan sobre el asombroso silencio de las calles, que en muchas ciudades como la Ciudad de México, son un hervidero; otros, se preguntan qué es lo esencial a nivel personal y para la sociedad, y si la vida que vivíamos antes nos apetece tanto o nos parece tan buena mirada desde el encierro y a tantos meses de distancia.
Entre esos autores, está Yael Weiss, quien es parte del equipo de la Revista de la Universidad, pero es también conductora y escritora. En “Un rayo de Sol” (texto que además recuerda aquella canción de Los Diablos), una narración con guiños autobiográficos, la protagonista de Yael va surfeando por las olas del reconocimiento de una vida que era suya, pero que no conocía tan a detalle, por la convivencia con el esposo con el que había vivido muchos años, pero que a ratos se le revela un completo desconocido: un jefe con un lenguaje que no le es familiar, un empresario que se debate con todo lo técnico y lo humano que implica el perder la empresa que había construido con décadas de trabajo. Y ella misma, también, se le revela en el confinamiento. «Lo que yo quería en este texto era mostrar algo que me tocó en particular vivir», me cuenta la autora en entrevista, «en todos los textos del Diario de la pandemia cada escritor relató lo que tenía cerca, lo que la pandemia o la cuarentena, este encierro e incluso este voluntariado, porque tenemos gente que fue voluntaria o doctores que son tambien escritores, cada quien narra lo que había en su círculo inmediato de experiencia y me parece que eso fue el acierto, quizá, o por lo menos el reto que nos impuso la pandemia: ver cosas que no veíamos antes, y que resume muy bien el título de un texto de Óscar Martínez: “Pst… Eso ya estaba allí”. Ya estaba ahí la miseria, ya estaban ahí muchos de los problemas que descubrimos.»
El texto de Óscar Martínez es breve y ágil en su narración, y hace que el lector se pregunte, espero, ¿dónde demonios estábamos nosotros si esta pobreza, esta crisis social y esta desigualdad nos parecen nuevas o algo enorme? Ya lo eran. Ya existían desde mucho antes.
En el caso del texto de Yael, ella está mirando hacia adentro, a un mundo más privado. Para ella, lo que no estaba ahí, me dice, era «la nueva convivencia en la casa con mi marido. Los escritores, generalmente, estamos lejos del mundo de los empresarios. A mí me pareció que descubrí todo el mundo empresarial de mi marido por el hecho de que tuvo que instalar su oficina en casa. Y todo lo que estaba sucediendo de terrible al mundo empresarial cuando en México tuvieron que cerrar todos los negocios, cuando se congeló la economía, salvo lo más básico. En este caso se trataba de construcción. Esa parte es totalmente real. Ahora, siempre hay un elemento de ficcionalización en la escritura. […], yo quería mostrar dos cosas: esta convivencia de dos personas que no están acostumbradas a trabajar juntas en casa; llevar a la oficina a casa tiene consecuencias en esa pareja. Lo segundo, es descubrir ese mundo de la oficina de la pareja. Y descubrir, en este caso, algo que me parecía se podía extenderse a la experiencia de muchos mexicanos, que eran las fábricas que cierran, los despidos, la baja de salarios; algo que me angustiaba sobremanera. Quería expresar este desamparo que no era culpa de nadie, pero no había un tejido social suficiente para rescatar a toda esta gente.»
Su texto, también tiende a remarcar lo importante que es la experiencia en colectivo y el reajuste de las experiencias al interior, y cómo éstas se vinculan con el exterior.
Este corte de tiempo que se presenta en este libro nos lanza a otras realidades y a otros mundos, como el del guayaquileño que come, bebe, baila y blasfema «como si fuera el fin del mundo porque siempre lo es», escribe María Fernanda Ampuero en “Guayaquil”. Pero detrás de esa carcajada y esa partida ganada al diablo, está una realidad que golpea día a día sin tregua y que en pandemia anula las palabras y esa risa estoica que los mantiene de pie. Un texto poderoso el de la autora ecuatoriana y al mismo tiempo doloroso.
Escribir resultó difícil para muchos. Era pedir demasiado en medio de tanto caos. Mariana Enriquez lo describió bien en “Ansiedad”: «casi todo el tiempo no sé qué decir y constantemente me piden que diga algo. […] Todo es contradictorio y angustiante Un escritor, un artista, debe poder interpretar la realidad, o intentarlo al menos. Como persona que trabaja con el lenguaje debería colaborar en la discusión pública. Pensando, escribiendo, interpretando. Pero cada día que pasa, pensar en esta pandemia se convierte en una neblina pesada: no veo, estoy perdida, apenas alcanzo a distinguir mis manos si las extiendo.» ¿No nos sentíamos todos así? No porque trabajemos también con el lenguaje, sino porque simplemente articular la experiencia, ponerla en palabras, expresar lo que nos provoca, resulta, incluso ahora, a casi un año del inicio, algo complejo.
«Pero estamos compensando», me dice Yael respecto a esos vínculos que se guimos estableciendo, a esas redes que seguimos construyendo con amigos y vecinos, incluso en la distancia y a través de la pantalla; «la mitad de nuestras relaciones es nuestra imaginación, la otra mitad, es la imaginación del otro.» Y de eso también bebe este libro, de la imaginación y de la construcción y el fortalecimiento de esas redes, en este caso con escritorxs y editoras. Más de cien miradas convergen en esta publicación que se escribió entre el 28 de marzo y el 30 de junio de este 2020.
«Queríamos acompañar la experiencia de la pandemia a quienes siguen a la revista o a quienes podíamos llegar. Esto pertenece a todo un proyecto de Cultura UNAM que tomaba en consideración el hecho de que la cultura tenía un rol, un papel que desempeñar en esta pandemia, que era de acompañamiento, de abrir la imaginación, de hacer que la experiencia en casa tuviera ciertas ventanas, tuviera aire, entretenimiento, en fin, tratar de llevar la cultura nos parecía un papel esencial cuando las familias están encerradas en casa. Y es el momento de regresar a la intimidad y uno se tiene que nutrir de las intimidades de otras personas. La experiencia en el mundo.»
Enmarcado en la tradición del diario, este ejercicio editorial buscó, como me cuenta Yael, «preservar ese comentario en fresco de lo que estaba pasando. […] como notas de acompañamiento», que «creemos, sí dan el sentimiento de una época.»