La única constante de nuestro paisaje urbano es la impermanencia. Ya sea por factores naturales o humanos, la urbe se transforma. Muchas de esas transformaciones han sido producto del control del agua
Ciudad de México (N22/Redacción).- La única constante de nuestro paisaje urbano es la impermanencia. Ya sea por factores naturales o humanos, la urbe se transforma.
Rodeada por un sistema montañoso que comprende el Eje Volcánico Central, la cuenca del Valle de México ha sido y es centro cultural, político, económico y social, pero también espacio de grandes desafíos. Uno de ellos es el manejo y el uso del agua para consumo humano. ¿Cómo satisfacer la demanda de una urbe que actualmente cuenta con más de 21 millones de habitantes entre ciudad y Zona Metropolitana?
En el Cárcamo de Dolores está narrada parte de esta historia. Dedicado a los trabajadores que perdieron la vida en la construcción de esta gran obra hidráulica iniciada en 1941, entre serpientes prehispánicas, pequeñas torres que constituyen el remate de los tanques de almacenamiento de ésta, un edificio, una fuente escultórica dedicada a Tláloc, un mural y un instalación sonora, a través del arte se dimensiona lo que significaron las obras del sistema de Lerma, cuya construcción culminó en 1951.
Aquí se narra la historia de un sistema cuya misión fue llevar aguas del Río Lerma, en Toluca, a la Ciudad de México. Una estructura de 2.5 metros de diámetro cruzó la Sierra de las Cruces y culminó justo en este punto de la Segunda Sección del Bosque de Chapultepec.
Un edificio funcionalista, obra del arquitecto Ricardo Rivas, que conjuga arte y utilidad, alberga el mural de Diego Rivera, El agua, origen de la vida y la Cámara Lambdoma, de Ariel Guzik, que evoca la presencia del agua en el mural de Rivera, originalmente subacuático.
Pero, ¿qué historia está contenida ahí? Básicamente, la del uso del agua en la cultura mexicana. El conjunto de esta obra fue concebida por Diego Rivera, Ricardo Rivas y el ingeniero Eduardo Molina.
Frente al edificio, nos da la bienvenida la monumental fuente de Tláloc. Dos caras reciben a los visitantes, una mira de frente al edificio y otra, al cielo y lanza agua en forma de penacho. Cubierta de mosaico de colores, la fuente está llena de detalles que hacen referencia a la agricultura, [como las mazorcas en una mano y semillas en otra que se regresan a la tierra], y un espejo de agua con motivos marinos. Completa, se puede ver desde arriba, desde unas “gradas” frente a ella que emulan los prehispánicos taludes y que fueron una adición hecha por Alberto Kalach en una restauración del año 2010.
Cuatro enormes tanques de almacenamiento están detrás de esta estructura hidráulica, que se indican por cuatro torres estilo neoclásico y que en su tiempo funcionaron como respiraderos y que hoy están rematados con obras de Leónides Guadarrama. Enormes serpientes con gestos dentados dan forma a circunferencias adornadas con motivos dentados también, que dialogan con las gargolas que rematan el edificio de Rivas.
La obra es de una belleza tal, que no debe hacernos olvidar todo lo que conlleva y lo insostenible que ahora resulta el traer el agua de tan lejos hacia a la Ciudad de México. Y lo pertinente que es cuestionarnos otras alternativas más sustentables y el ahorro mismo e inmediato del consumo desmedido de agua que tenemos actualmente.