Historias personales, anónimas o colectivas en la ruidosa y estridente ciudad
Ciudad de México (N22/Ana León).- Decía H. D. Thoreau que caminar es argumentar, pero para Emmanuel Peña caminar es dibujar. Un espacio para el pensamiento. En una sociedad en la que el sueño se vuelve uno de los últimos espacios de resistencia, el caminar lo es también. Para caminar y observar, realmente ver, mirar, se necesita tiempo y el precio de éste está a la alza.
Me encuentro con Emmanuel en una librería de la Condesa una tarde de viernes. Salimos sin mirar mucho y recorremos las calles de este barrio buscando una mesa y comida. Llegamos a un lugar argentino donde devoramos un pollo relleno y ensalada, una especie de banquete medieval, mientras platicamos de diferentes cosas y nos ponemos al día después de la Navidad. Lo conozco desde hace tiempo, compartimos gustos sobre libros, lugares, personas y cosas de diseño, pero la verdadera razón para verlo es su más reciente novela gráfica, Nada aquí (Malpaís Ediciones, 2018). Emma, como le dicen muchas personas, entre ellas yo, es ilustrador. Y aunque dedica mucho de su tiempo a diseñar e ilustrar los libros de otros, trabaja también en los propios. Ésta no es entonces su primera novela, antes publicó, Libro del metro (Caja de Cerillos, 2011), El mundo y los detalles (Ediciones Acapulco, 2015) y Color de hormiga (La cifra Editorial, 2018).
“Llené libretas con dibujos”, me dice Emmanuel, cuando le pregunto cómo inició este proyecto. “Tomo fotos en las que me baso para hacer los dibujos”. Pero no se trata sólo de hacer capturas, instantáneas azarosas del caos del centro de la ciudad, se trata de mirar y él es un observador atento, paciente. Camina desde hace mucho por estas calles y es que como él no nació aquí sino en Hidalgo “el caos del centro no me es cercano”, aunque lleve viviendo ya varios años en esta metrópoli. Pero Peña se sigue sintiendo ajeno y así, con esos ojos separados de la rutina, de la costumbre de las cosas que siempre han estado ahí para muchos otros, descubre caminos, rutas, detalles y en consecuencia historias.
En Nada aquí está todo. “El título es engañoso”, me dice, “es como cuando pones ‘no leas». Los trazos llenan las páginas que se colorean por secciones al tiempo que revelan historias personales -su madre y una antigua novia aparecen en alguno de los capítulos- y otras muchas son anónimas.
En los dibujos de Emmanuel reconocemos espacios por los que hemos pasado, que ya hemos recorrido, y que lo delatan como un voyeur en el mejor de los sentidos de la palabra. También como un flâneur que sustituye las palabras por trazos. Y justo en esta novela no hay ni una palabra, porque “el mismo centro es abrumador, los dibujos eran suficientes para narrar, de haber puesto diálogos tendría que haber eliminado dibujos, haberlos limpiado.”
El ruido de la ciudad también está contenido en estas páginas, en la paleta de colores elegida, en la textura del trazo. Todo suma para crear una armonía narrativa que nos acompaña en este recorrido que mira desde la horizontalidad, a contrapicado o desde las alturas. Vistas privilegiadas de esta urbe sonora, estridente, estrambótica, caótica y, algunas veces, tan solo una plácida tarde ambarina.