Una charla con la escritora de relato corto a propósito del humor y de la esencia de la vida cotidiana en su obra
Querétaro (N22/Alizbeth Mercado).- Antes de que muchas personas lanzaran tuits sobre sus experiencias —algunos más creativos que otros— están los relatos de Lydia Davis, escritora estadounidense que comenzó a publicar en la década de 1970, cuentos breves, cotidianos y consistentes; unos llenos de humor y otros de ironía.
En su narrativa hace lo que muchos solo pensamos, aceptar lo que no deseamos: “No quiero más regalos, tarjetas, llamadas de teléfono, premios, vestidos, amigos, cartas, libros, souvenirs, animales de compañía, revistas, tierras, coches, casas, fiestas, honores, buenas noticias, cenas, joyas, vacaciones, flores, ni telegramas. Solo quiero dinero” (“Dinero”, Cuentos completos, Seix Barral, 2011).
The End of the Story (1995) es su única novela, pero su bibliografía se nutre por relatos lo suficientemente sustancioso para ser breves. Entre algunos títulos están The Thirteenth Woman and Other Stories (1976), Break It Down (1986), Samuel Johnson Is Indignant (2002) y Varieties of Disturbance (2007).
La brevedad de Davis encierra una mirada mordaz y son los pequeños destellos u objetos que dentro de los cuentos (una línea telefónica o un calcetín) los que llevan a análisis profundos de las relaciones y lo que consideramos habitual.
En tu familia había gusto y dedicación a la escritura. ¿Cuándo decidiste ser escritora? ¿Tuviste algún conflicto en la decisión?
Decidí ser escritora muy joven, probablemente tenía doce años, tuve dudas en la universidad y me costaba trabajo escribir, la música para mí era más fácil y la disfrutaba más. Me tomó unos años disfrutar la escritura, pero estaba decidida a hacerlo desde muy joven.
En este proceso ¿cuándo te decantas por los relatos breves?
No recuerdo haberlo decidido, excepto porque mi madre escribió relatos breves y mi padre tiene un libro de relatos cortos cuando era joven; quizá fue una manera natural. Escribí una novela porque tenía una historia tan larga que contar que no pude contenerla en relatos.
Algunas opiniones suscriben a tu trabajo dentro de la poesía, y otras del cuento ¿tienes alguna definición propia?
A todos los llamo relatos, pero es cierto que algunos son cuentos breves tradicionales, otros son poemas en prosa, algunas son meditaciones filosóficas, otros son epigramas, pero no me preocupo mucho por ello; lo único que digo es “voy a escribir” nunca decido hacer un epigrama filosófico, sólo escribo y a lo que resulta le llamo relato.
En No puedo ni quiero escribes sobre algunas circunstancias que no podríamos pensar como material narrativo, ¿qué utilizas como insumo de escritura?
La mayoría de mis historias provienen de mi propia experiencia, no maquillo historias, no estoy interesada en eso. Es como un poeta que crea desde su propia vida; escribo prosa desde alguna idea o desde un encuentro con una mascota, sobre mis políticos locales, lo que sea. Si me interesa, si me mueve lo convierto en una historia accesible.
Has comentado que tu padre tenía un interés particular en el origen, significado y uso de las palabras, ¿te sucede lo mismo cuando escribes y traduces?
Él amaba ir al diccionario y encontrarlo todo, para eso trabajaba, y ciertamente heredé eso. Cuando traduzco del francés no observo de dónde vienen las palabras, pero cuando empecé a traducir a Proust, comencé a estudiar los orígenes de las palabras francesas, ahora estoy completamente interesada en cómo las lenguas están interrelacionadas; siempre estoy aprendiendo un idioma.
La mayoría de tus personajes no tienen nombre ¿por qué?
Creo que, desde niña, me resisto a darle a los personajes nombre, porque serían nombres de extraños. Me gusta no hacerlo porque así evito cierta artificialidad. Cuando recuerdas episodios conmovedores de tu vida, a tus amigos, o seres queridos, no los nombras a menos que sea necesario, solo dices “él hizo esto, él dijo aquello” o “me dijo que teníamos que romper”, siempre es sobre “él y ella” y creo que eso ayuda a los lectores a identificarse con los personajes.
Pero para mí es natural hacerlo así, no tengo una razón, las razones las hago después de escribirlo.
¿Cuál es el papel del humor en tu narrativa? ¿Es incidental?
Sucede. No toda historia es divertida, pero el humor es una parte importante de mi vida, todo el tiempo, con mi familia, mis amigos, siempre está en mí. Veo algunas situaciones como graciosas y tristes al mismo tiempo; otras veces son conmovedoras y divertidas; y eso me gusta, me gusta reír, es bueno.
¿Necesitamos más historias que nos hagan reír?
Siempre es muy bueno tenerlas y sí, creo que la gente las necesita, es una forma de alivio, así como llorar lo es.
Mencionaste que, entre los temas que te provocan para escribir, se encuentran los encuentros de los políticos, en este sentido, ¿cuál debería ser el papel de los escritores y los intelectuales en tu país ante el actual gobierno?
Es muy importante, más ahora que nunca, hablar y hablar fuerte; escribir y escribir muchas opiniones, columnas en los diarios, escribir libros, ser críticos, porque estamos en un periodo de shock, estoy tentada a decir que nunca había sido tan malo, por supuesto que ha habido momentos malos en otras administraciones, pero esta se siente como una de las peores porque, además, la situación alrededor del mundo es igual de complicada, está el cambio climático… Tuvimos malos presidentes antes, pero éste es… [ríe]. Nada como esto.
¿Qué estás leyendo ahora? ¿Algún escritor mexicano?
Traje para leer en este viaje a Amparo Dávila, por razones obvias de mi visita, quería entender mejor la cultura mexicana, también traje a Borges, pero es sólo para practicar mi español. También he leído a Juan Rulfo, es tan extraño, Pedro Páramo es tan realista e imposible, tan claro y conmovedor, por eso estoy muy enganchada con ese libro.
De Amparo Dávila tengo Cuentos reunidos, no sé cuál fue la primera versión en inglés, pero en ese caso, con solo leer la primera historia me di cuenta de que sus cuentos son tan apasionados, tan personales, el tono es trágico, conmovedor y el final de esa primera historia es surreal; así que Dávila y Rulfo tienen algo en común que me interesa.
Otra cosa que leí recientemente fue Bajo el volcán, de Malcolm Lowry y sucede en México, lo leí antes de ir a Oaxaca el año pasado, es un libro extraordinario. Ahora estoy leyendo libros de la década de 1950. Nunca había leído a William Faulkner, no me gustaba, pero la gente cambia al crecer y ahora lo leí y me gustó. De Borges estoy leyendo Ficciones, mi lectura en español es mejor que la comprensión que tengo del idioma [ríe].
Borges es un autor que podría parecer complicado para alguien que está aprendiendo español ¿te parece así?
No, no es difícil, es un autor raro, pero no me resulta complicado, o quizá no lo estoy entendiendo bien [ríe de nuevo].
Volviendo a tu labor como traductora, ¿cómo fue el proceso de encuentro con Marcel Proust y sus cartas?
La mujer que escribió esas para Proust era su vecina, ella estaba casada con un dentista y el ruido del consultorio le molestaba, así que empezó a escribir para evadir el ruido y después ambos establecieron una relación afable por esta correspondencia. Y el nieto de la mujer donó las cartas al Museo Francés de cartas y nadie había prestado mucha atención, hasta que alguien las vio y dijo “vamos a publicarlas”, así que me tocó traducirlas.
Sobre la traducción, ¿es una forma de creación?
Tienes que ser creativa para resolver problemas. No me gusta traducir desde mi propia voz o añadiendo material al original, pero debes ser creativa para pensar soluciones. Encuentro la traducción como un ejercicio muy satisfactorio, es como resolver un rompecabezas con palabras.
¿El traductor se puede convertir en la voz del autor en otro idioma?
Sí. Cuando traduje a Proust me sentía muy cercana a él y después traduje Madame Bovary, de Flaubert y me sentí muy cómoda. Cuando traduces estás hablando en las palabras del otro.
A propósito de traducción, los textos de Davis, traducidos al español son Samuel Johnson está indignado de Emecé; Cuentos completos, de Seix-Barral; El final de la historia en Alpha Decay; y Ni puedo ni quiero de Eterna Cadencia.
Lydia Davis es profesora de creación literaria en la Universidad de Albany, pertenece a la American Academy of Arts and Sciences y en 2013 recibió el Man Booker International Prize. También escribió una carta para el invierno.