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Este 28 de junio se celebra el Día Internacional del Orgullo LGBT y el pasado fin de semana se cumplieron cuatro décadas de la primera Marcha por el Orgullo en la CDMX: ¿celebrar o resistir?
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Imágenes © Ana León
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Ciudad de México (N22/Ana León).- Es el último fin de semana de junio y estoy parada en avenida Paseo de la Reforma con otras miles de personas que, como yo, observan pasar contingentes y tráilers unidos por seis colores, aunque ahora son más, bajo los cuales se aglutina la comunidad LGBTTTI. El siguiente fin de semana, tal vez, la gente volverá a volcarse a la calle pero no será por la misma razón y realmente, en este momento cuando papeles brillantes y pigmentos en polvo colorean el ambiente, creo que pocos o ninguno piensa en eso. Así que celebramos. Celebramos cuatro décadas desde la primera vez (1979) que en la Ciudad de México algunos –el Frente de Liberación Homosexual– se atrevieron a salir a la calle para rendir un homenaje a la diversidad sexual, a la inclusión, a la tolerancia, al respeto, a la otredad, a la diferencia. Aunque todo es fiesta, no siempre fue así. Y, aunque todo es fiesta, entrados ya en el final de la segunda década del siglo XXI seguimos cayendo en actos de violencia primitiva y de discriminación.
Se habla de sus 250 mil asistentes, de lo carnavalesco de su aura, de lo polémica que resulta para algunos, de lo “obscenos” que llegan a ser algunos gestos a nivel de calle que ofenden ciertas conciencias; se habla también del mar de banderas de colores, de esta ciudad como un espacio para el ejercicio libre de los derechos, pero ¿realmente es así? En 1928 se fundó la Liga mundial por la reforma sexual, pero tiempo antes diferentes personalidades alemanas ya luchaban por los derechos de la comunidad LGBT, en aquel entonces. Durante la Segunda Guerra Mundial se difuminaron estos esfuerzos y tras su fin se restablecieron para alcanzar un espacio de igualdad e inclusión. A más de un siglo de distancia, ¿qué hemos conseguido? ¿El derecho a salir a la calle en masa y agitar algunas banderas? El gesto no es poca cosa, claro, pero ¿y en la vida cotidiana, en la calle, en el día a día, agitamos las mismas banderas, somos igual de entusiastas?
Recuerdo una tarde de domingo caminar por una de las calles de mi barrio y ver cómo un sujeto agredía verbalmente a otro por su apariencia y preferencias. No hice ni dije nada. ¿Por qué? ¿Por miedo, por creer que sería agredida también? ¿Hasta dónde hemos normalizado esa violencia verbal y física que ha trascendido todas las esferas de nuestro entorno? ¿Por qué somos capaces de salir y ver, aplaudir y festejar la diferencia e incapaces de hacer algo “real” para no promover acciones como la que he mencionado?
El conservadurismo en nuestro país avanza, información publicada por Reuters en marzo de este año refería al nerviosismo de la comunidad LGBTI debido a las alianzas de grupos conservadores con los principales candidatos a la presidencia. Hay temor, no a perder los derechos ganados sino a que no haya más avance y a que desde el próximo gobierno se promueva una cultura de la discriminación. En 2010, en la Ciudad de México se legalizó el matrimonio igualitario, y otros estados del país hicieron lo mismo. Tres años más tarde se consiguió que familias homoparentales en todo el país adoptaran niños. Pero falta más, aún más, porque no celebramos 40 años de libertad, sino 40 años de resistencia.
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