- Desert Trip no es un concierto, es una experiencia que se mantendrá como una de las más envidiadas. Los organizadores lo tuvieron claro y cuidaron hasta el mínimo detalle
Por Itzel Noguez
Día 1. No siempre tienes lo que quieres
Coachella, 12/10/16, (N22).- A kilómetros de distancia la emoción ya se hacía evidente. Mientras unos buscaban un boleto que los llevara al lugar que sería testigo de la mejor experiencia de sus vidas, otros llamaban por teléfono a sus familiares para anunciar que todo iba bien; ninguno paraba de hablar del evento que los reunía ahí.
En un ambiente de entusiasmo donde todos parecíamos conocernos, comenzó el segundo mejor fin de semana en la historia de la música, después de Woodstock, cuyo contexto político y social le da plusvalía en todo ranking -sin menospreciar su importancia-, Desert Trip pasará a ser leyenda y nosotros los testigos.
Las puertas del Empire Polo Club abrieron a las 14:00 horas para dar la bienvenida a los miles de asistentes que llegaban sonrientes, ansiosos por ver la exposición fotográfica, la tienda de viniles, la oferta gastronómica, los escenarios y más. Pasar los puntos de seguridad era un pretexto más para que asistentes y organizadores compartieran expectativas.
Aún faltaban un par de horas para que Bob Dylan hiciera el honor de inaugurar la parte musical del festival; el tiempo se aprovechaba para reconocer el lugar, comer algo e incluso apaciguar con una cerveza los más de 30 grados centígrados del clima desértico. Las pantallas del escenario mostraban el atardecer en vivo, ninguna manecilla de reloj sería tan emotiva al indicar la hora.
De pronto, con la poca luz del sol que aún permanecía se prendieron las luces negras y las pulseras se convirtieron en algo más que el pase de entrada, eran accesorios fluorescentes que le daban un toque de psicodelia al ambiente. Unos minutos más tarde las pantallas se apagaron, los gritos comenzaron, había llegado el momento esperado: Dylan salió al escenario con «Rainy Day Women #12 & 35».
Como buen poeta salió a ganar a su audiencia haciendo lo suyo. Sin mayor producción, ni discursos que hicieran estallar los gritos del recinto, el músico regaló un setlist de clásicos. «Highway 61 Revisited», ‘»Lonesome Day Blues» y «Ballad of a Thin Man» llenaron de nostalgia a sus fans, especialmente a quienes comparten generación con el músico.
Con «Masters of War» Dylan se despidió de Desert Trip, y aunque nos quedó a deber éxitos como «Like a Rolling Stone», «I Want You» o «Hurricane», el compositor cumplió su cometido. ¿Podrá alguien quejarse de haberlo visto? ¿Su talento necesita valerse de grandes producciones o de diálogos directos con el auditorio para ganar adeptos? Como bien diría él: «The answer, my friend, is blowin’ in the wind».
El primer acto de la noche terminó y aún faltaba otro plato fuerte: The Rolling Stones. Como es costumbre, sus Satánicas Majestades honran la puntualidad inglesa y la guitarra de Keith Richards irrumpió en las bocinas de todo el lugar. «Start Me Up» puso a todos de pie. Uno a uno los temas del grupo inglés fueron demostrando que la edad nunca ha sido pretexto para ellos. Su sola presencia llena el escenario de energía y la agilidad de Mick Jagger nos hace olvidar el paso de los años.
The Rolling Stones son garantía, nunca decepcionan. Conocen a su público y son capaces de llevarlos al éxtasis para después hacerlos cantar con melancolía. Desert Trip no fue la excepción; de la emotiva «Wild Horses» pasaron a «It’s Only Rock and Roll» y de ahí llegó la sorpresa de la noche: un maravilloso cover de «Come Together» nos dejó boquiabiertos. Qué delicia escuchar a Jagger en la armónica acompañando los icónicos acordes de guitarra en una versión que nos recuerda que también el rock se disfruta poco a poco.
La noche siguió y los fuegos artificiales en «Sympathy For The Devil» anunciaron la parte final del concierto. Dos canciones más tarde las luces se apagaron. Nadie quitó la sonrisa de su rostro, nadie hizo gesto de tristeza; sabíamos que The Rolling Stones regresarían a interpretar el tema que todos conocen. Y antes de escuchar «Satisfaction» los músicos salieron a decir que no siempre tenemos lo que queremos, el día uno de Desert Trip concluía. Quisiéramos que no terminara pero hoy será otro día. Paul McCartney y Neil Young nos esperan y Bogart Magazine te espera a ti, en su cobertura en vivo.
Día 2. Rockeando en un mundo libre
El segundo día de Desert Trip llegó, con él los miles de fanáticos que añoran a la banda que marcó un antes y un después en la música. The Beatles rompió la barrera del tiempo para trascender en todas las generaciones y Paul McCartney como máximo representante del cuarteto más famoso era el atractivo principal para muchos.
El ambiente de camaradería se mantuvo. Desde la entrada se creaban grupos que marcaban el paso al ritmo de «Hey Jude» para hacer del largo camino al recinto, un paseo ameno. El cansancio de la noche anterior y el aumento de la temperatura pasaban desapercibidos pues el buen sabor de boca que dejaron The Rolling Stones y Bob Dylan sólo consiguieron aumentar el entusiasmo de los asistentes.
Una vez más había tiempo de sobra para disfrutar de las amenidades. La galería Desert Trip Photography Experience era la parada obligada. Una carpa dedicada a la exposición de más de 200 imágenes de Bob Dylan, The Rolling Stones, Neil Young, Paul McCartney, The Who y Roger Waters resultó ser una grata vivencia para todos pero un tesoro para conocedores.
Desde la imagen de McCartney que parece desafiar la lente hasta una foto de Jagger sosteniendo un vinil de Dylan eran las protagonistas. Por si algún necio aún tenía dudas, la exhibición las aniquilaba: Desert Trip no es un concierto, es una experiencia que se mantendrá como una de las más envidiadas. Los organizadores lo tuvieron claro y cuidaron hasta el mínimo detalle.
Cuando el anuncio de la app oficial del festival indicó que se aproximaba el momento para que Neil Young se apoderara del escenario, la gente comenzó a buscar el lugar con la mejor vista. La espera se alargó por 30 minutos o quizá por más tiempo pero eso no importó porque Neil Young salió a dar muestra de su talento al mero estilo folk y country. A «After The Gold Rush» le siguió «Heart of Gold» y en ese momento supimos que el día dos superaría las expectativas.
Los fieles seguidores de Young coreaban cada tema. Su armónica iba anunciando cada canción y para «Harvest Moon» ya tenía a su audiencia con la piel de gallina quienes le cantaban de vuelta “when we were strangers I watched you from afar”. No, ahí nadie era extraño, nos unía el gusto musical, el amor por Neil Young y sí, todos seguimos enamorados de él bajo la luna.
Pero esa noche era de fiesta, el compositor canadiense lo sabía; para la segunda parte del concierto cambió los tonos melancólicos y enamoradizos por poderosos riffs, esos que después utilizó el grunge. Su lado más rockero se apoderó del recinto para conquistar a los pocos que se habían mostrado renuentes a su música. Un aire de sorpresa, satisfacción y emoción tenía a todos gritando.
Neil Percival Young hipnotizó a su público. Su trabajo en la guitarra se sentía, literalmente las notas retumbaron en las cajas torácicas de miles y miles de personas estupefactas. El cierre no podía bajar los niveles de éxtasis, «Rocking in the Free World» fue monumental. Un cierre que se prolongó en tres ocasiones para dar rienda suelta a la magia que sus dedos logran al tocar las cuerdas. Las luces del escenario se apagaron y unos minutos pasaron antes de poder digerir lo que habíamos presenciado.
¿Podría nuestro corazón soportar más dosis de dopamina y endorfina? Tendría que hacerlo, Paul McCartney nunca decepciona. Durante la espera escuchábamos Paul por aquí, The Beatles por allá, Abbey Road a la derecha, Lennon a la izquierda. Datos curiosos y recuerdos del cuarteto de Liverpool se compartían de un lado a otro. El cover que una noche antes hicieron los Stones de «Come Together» también era tema de conversación.
Las pantallas se prendieron y con un recuento de los temas de The Beatles y McCartney comenzó la cuenta regresiva. «A Hard Day’s Night» fue la entrada hacia las más de dos horas de concierto que nos esperaban. La juventud regresó al cuerpo de toda una generación que ahí se encontraba. «Day Tripper», «Love Me Do», «Back in the U.S.S.R» puso a los más grandes a brincar, girar el cuello y gritar como si tuvieran veinte.
En medio de playeras multicolores que iluminaban las cabezas canas se gestaba una poderosa energía. Se respiraba felicidad y armonía, bien dicen que la música es un lenguaje universal. Y llegó la cumbre, Neil Young regresó al escenario; junto a Paul interpretó «A Day in the Life», «Give Peace a Chance» y «Why Don’t We Do It in the Road». Todos los medios hablarán de ese momento, pero sólo quienes lo vivimos comprendemos que no hay palabras que expliquen con precisión las emociones de ese instante.
Dos canciones después sonó «Ob-La-Di, Ob-La-Da» para cerrar el pacto de hermandad. En un abrazo comunal saltamos y cantamos. Ya no había conversaciones, solo sonrisas y miradas de complicidad. Pensábamos que ya lo habíamos visto todo, incluida la versión que hizo el Beatle de «In Spite of All the Danger» de The Quarrymen. Con «Live and Let Die» se hicieron presentes los efectos de producción; explosiones en el escenario y fuegos artificiales eran la descripción gráfica de lo que pasaba en el interior de cada ser ahí presente.
«Hey Jude» fue el himno de entrada al evento y también lo sería al salir. Sir Paul se despidió en falso, minutos más tarde regresó para darnos cuatro temas más entre ellas «I Wanna Be Your Man» dedicada a sus Satánicas Majestades. Al final, el amor que se llevó Paul a casa es igual al amor que nos entregó esa noche. Desert Trip nos regaló una noche de euforia, el reto se queda hoy para The Who y Roger Waters.
Día 3. Los días más felices
Desert Trip fue el lugar de los sueños. El festival logró lo que muchos pensaban imposible: recrear la época que todo “rockanrolero” añora y reunir a seis grandes leyendas. Muchos de nosotros no conocimos sus días de oro pero algo nos acercó a lo que se vivió en aquellos años, fue el ambiente que durante tres días se respiró. El valle de Coachella se transformó en una comuna que abrazaba a gente de todo el mundo para hacerla sentir como en casa. Ahí todos éramos amigos, sin importar edad, nacionalidad o creencias, estábamos unidos por la música.
Hombres y mujeres entrados en los sesenta tuvieron lo que muchos desearían: un viaje en el tiempo. Se convirtieron en jóvenes de nuevo. La galanura se desempolvó mientras que la sensualidad despertó. Los matrimonios dejaban atrás la costumbre a sabiendas de que el cortejo es parte importante en el rol de un veinteañero. Los gritos, el baile y los puños arriba eran la expresión de su alma. Vestidos estilo a-go-go, sombreros como los de Dylan o Young, y atuendos estilo hippie lucían por tercera noche. No eran disfraces ni poses, era un homenaje.
El cansancio ya se hacía evidente. Las caminatas eran más lentas y pausadas. Los asistentes ya dominaban la ubicación de tiendas, restaurantes, escenarios, centros de carga y otros puntos de interés así que no había prisa. Los ánimos de los organizadores se valoraban aún más. Frases como “Welcome to The Dark Side of The Moon!” “Who is playing tonight?… The Who?”, se escuchaban en el altavoz e inmediatamente después los encargados apretaban el botón de reproducción en sus celulares para que la música alcanzara los oídos de todos.
Una vez adentro las bocinas del lugar daban continuidad a la tarea de complacer los oídos. Entre las canciones más sonadas del fin de semana se encontraban «Wild Thing» de The Froggs, «God Only Knows» de The Beach Boys y «You Really Got Me» de The Kinks; el domingo se sumaron «My Generation» y «Another Brick in the Wall» de The Who y Roger Waters, respectivamente. Se trataba del día más competido, tanto la banda inglesa como el ex integrante de Pink Floyd se dividían la audiencia. La mayoría tenía las mismas ganas de ver ambos espectáculos.
Cuando el reloj marcó las 18:00 horas se prendieron las pantallas, datos curiosos, fotografías y mensajes con dedicatoria aparecieron. El más emotivo fue al recordar a David Bowie y los intérpretes de «Silas Stingy» firmaron “The Who have always loved David and vice versa, you are always in our thoughts and hearts, David… we miss you”. Tras un breve silencio se pidió paciencia a la audiencia “Keep calm, here comes The Who” mensaje que sería más significativo para los jóvenes pero igual las ansias no se apaciguaban.
Ahí conocí a James, un hombre de 66 años que vive de lo que gana en un taxi. Con las manos dentro de sus bolsillos no paraba de mover los pies de la emoción. Era el ejemplo perfecto de los sueños que Desert Trip cumplía. Me preguntó sobre la noche anterior, no entré en detalles solo compartí mi momento favorito, asumí que él había estado ahí. Su sonrisa, sus ojos verdes saltando de entusiasmo y el “brincoteo” de sus extremidades me ponían nerviosa hasta que me confesó que la noche anterior un pasajero le había regalado la pulsera de entrada. Él no pudo pagar un boleto pero el destino le permitió estar ahí y seguía sin poder creerlo.
Cuando The Who arrancó el concierto con «I Can’t Explain», James se convirtió en un niño y todos a su alrededor lo alentábamos a disfrutar su momento “Come on James, sing” le gritaban. Juntos coreamos «My Generation», «The Kids Are Alright» y «Behind Blue Eyes». Conforme avanzó la noche nos dejamos llevar por estallido instrumental ese donde dominan las percusiones en sus temas. Cuando Pete Townshend dedicó unos minutos para presentar y agradecer a sus compañeros de banda se evidenció el cariño entre ellos. Con el mismo sentimiento los despedimos al sonar de «Baba O’Riley» seguida de «Won’t Get Fooled Again».
Tocó el momento de Roger Waters, el oído genio. Su entendimiento de la música va más allá del estallido de un instrumento; él genera ambientes. Envuelve al público con recreaciones acústicas, tan reales que toma unos minutos comprender que el sonido del helicóptero que nos sobrevuela al fondo con dirección a la salida, es un efecto de su producción. Tampoco se acercan patrullas, mucho menos hay una voz que nos susurra en la oreja izquierda y nadie se ríe cerca de nuestro lado derecho. Lo que sí es real es el perfeccionismo de Waters y su dominio absoluto sobre los sonidos.
Sus éxitos complacieron a los fans. «Money», «Pigs», «Wish you were here», «Time» y «Welcome to The Machine» no podían faltar en el repertorio de la noche. Si la guitarra se la llevó Neil Young y la batería le pertenecía a The Who, Roger Waters nos dio una lección de bajo, nunca subestimen el poder de este instrumento, mucho menos cuando esté en manos del maestro. Verlo en vivo permite entender que sus muecas y gestos no son fastidio ni pedantería, el rock de Waters viene de sus entrañas, lo que parece una mala cara en realidad es muestra de un goce profundo.
Debemos reconocer que ni Paul McCartney ni Roger Waters escatimaron, ambos ofrecieron más de dos horas de su música. La luna también quiso dar un mensaje y guardó su mejor cara para acompañar los sonidos de Pink Floyd y The Dark Side of The Moon. El tiempo pasaba y el característico mensaje político del músico se había limitado a imágenes en contra de Donald Trump y su ya famoso cerdo que en esta ocasión también dedicaba mensajes en contra del candidato presidencial de EUA. Pero ninguna palabra se había dirigido sobre el tema.
Fue hasta el final que Roger Waters se expresó, decidió leer una carta que había dicho no sacaría pero poco le importó, él sintió que era el momento y no es hombre de dudas, al contrario, tiene convicciones firmes. Apegado a sus ideales habló del conflicto en Palestina para después concluir la noche con “Comfortably Numb”. Un golpe de realidad nos llegó a todos. El festival más prometedor del año, de la década y probablemente del siglo había terminado.
Adiós Empire Polo Club, adiós desierto, adiós amigos que aquí conocimos, adiós rock and roll, adiós querido Desert Trip. Algunos te verán el próximo fin de semana y tendrán la oportunidad de vivir la gran experiencia. Mientras tanto nosotros regresamos a casa.
Bien lo dirían algunos protagonistas del evento: han sido los días más felices de nuestras vidas, es solo rock and roll pero nos gusta, en un giro del destino salimos de fin de semana y fue un viaje asombroso, tanto que quizá seguimos asombrados.