Mónica Lavín, Antonio Santa Ana y Adriana Malvido compartireon con los niños el momento en que fueron atrapados por los libros
Por Alizbeth Mercado
Distrito Federal, 19/11/12, (N22).-
Frente a la Escuela Superior de Música en el Cenart había un Hada que portaba alas estáticas, ella fue nuestra guía. El grupo de niños se veía entusiasmado, uniformados de azul brincaban y reían sin preocuparse por el mañana, tenían razón ¿para qué hacerlo?
Tres escritores al costado del grupo infantil conversaban, quizá compartían experiencias literarias o disertaban sobre el ambiente que se apreciaba en las tiendas que, repartidas en las áreas verdes del Centro Nacional de las Artes, conformaron la Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil (FILIJ).
Caminamos unos cuantos metros y doblamos a la izquierda, llegamos al estante de Random House Mondadori y detuvimos el paso. El Hada presentó a Mónica Lavín y a su libro La más faulera, historia de una chica torpe en el baloncesto y en la vida rutinaria. Mónica tomó el micrófono y relató cómo fue su acercamiento a la lectura:
“A los 9 años tuve hepatitis después de morder una manzana con caramelo rojo. Le debo a la hepatitis y a estar tumbada en la cama que empecé a leer mis primeros libros gordos. Una tía me regaló libros que no tenían dibujos y el libro del que decía yo: ¡qué flojera está de este tamaño! (abre el dedo pulgar y el índice indicando el grosor del volumen), pero como la Tv empezaba hasta la tarde y la mañana era muy larga y muy aburrida, y mi hermana estaba en la escuela y nadie me hacía caso, eso hizo que yo agarrará aquel libro que se llama Robinson Crusoe… Mientras leía, mi cama se volvía una isla y yo me sentía como Robinson Crusoe, que yo ya no era una niña de la Ciudad de México sino que también podía ser otras personas y es más, alguien que podía vivir en otra época, y que yo tenía sed cuando Robinson la tenía, o me sentía contenta cuando podía comer algo o aparecía un barco a la distancia… Robinson Crusoe me enseñó que los libros no vienen de lejos, te llevan lejos.”
Los niños escucharon atentos a Lavín, acaso se preguntaban ¿quién será Robinson?, ¿por qué las manzanas rojas dan hepatitis?, ¿qué tan lejos lleva un libro?
Acto seguido el Hada (de la que nunca supe su nombre, sólo que sus alas brillaban a los rayos del sol) comenzó a leer un fragmento de La más faulera.
Al terminar la lectura los niños, emocionados, pedían autógrafos a Mónica, actitud que se repitió con cada escritor y llamó mi atención. ¿Por qué pedir una firma si no han leído aún el texto? Entonces pregunté a Yamir -un niño de ocho años- ¿cuál era su libro favorito? Y él contestó: “Pues hay muchos: como etcétera, etcétera o etcétera”. Después me dirigí a otra niña y ella respondió: “Aún no llega, pero lo esperaré”.
Saber cuál es “el libro favorito” es quizá una pregunta tosca para un niño de ocho años, primero hay que saber si les agrada leer. Con esto, recordé las constantes iniciativas que el gobierno o empresas privadas emprenden para acercar a los niños a la lectura, como “Leer 20 minutos al día”. ¿Realmente sirve?
Mientras continuábamos el recorrido, pregunté a Mónica Lavín cuál es su opinión acerca de estas propuestas de fomento a la lectura.
“A mí me parece que todo lo que se haga va dejando una huella, un puntito, les hará bien; pero esta idea de los 20 minutos es, por lo menos, dedicarle un tiempo a los libros, tocarlos, que leas. Lo que no creo que sea bueno es pedir reseñas, mejor juegos creativos con la apropiación de la lectura. Lo importante de la lectura es apropiarte de ella, imaginar cosas que le suceden al personaje, extender la experiencia, ver algo de uno en ellos, dialogarlos. Y que el maestro sea lector me parece fundamental.”
Navegar por las letras y anclar en algún puerto seguro llamado libro muchas veces es una experiencia circunstancial y motivada por la inquietud.
Nos detuvimos otra vez, ahora en el estante de la editorial Norma. Un hombre alto con acento sudamericano dijo: “Después de 40 años como lector me di cuenta que me acerco a los libros buscando cosas sin saber cuáles son, comencé leyendo Robin Hood, soy de la generación donde te decían ¿por qué no dejas de leer y sales al parque que es más saludable?”.
Se trataba de Antonio Santa Ana, escritor argentino que presentó Nunca seré un superhéroe, que es la historia de Julián, un niño que le demuestra su amor a su compañera Julia. Santa Ana escribe también libros protagonizados por adolescentes, sin embargo, este escritor trabaja con referencias que no les son propias.
¿Qué referencias no son propias?, el autor se refirió a que no habla de la música que los adolescentes escuchan, como el “reguetón”. No obstante, en el proceso de lectura hay tantas cosas impropias que posteriormente se vuelven cercanas.
Caso parecido le sucedió Adriana Malvido, periodista quien contó dos hallazgos que marcaron su vida: la lectura y la tumba de una reina maya. Permanecimos atentos en el estante de Conaculta, la última parada de nuestro recorrido.
“Mi papá trabajaba toda la mañana y toda la tarde, entonces pidió cambio de horario para tener tiempo de leer, yo veía que se devoraba los libros, en esa época yo leía cómics, pero no un libro. Le pregunté a mi mamá qué hacía mi papá, me dijo: ‘Te voy a dar algo para que veas qué hace tu papá’. Me regaló un libro de cuentos clásicos infantiles; cuando empecé a leer Aladino, Ali baba, entendí por qué mi papá se podía pasar así toda la tarde. El camión escolar pasaba por mí a las 7:00 am entonces para poder leer me salía una hora antes, aunque fuera de noche con una linterna. Como mi papá se dio cuenta de que me había contagiado el virus, se empezaron a preocupar, hasta pensaron que era sorda… Sin querer me fascinó ese mundo fantástico al grado de que construí mi propia biblioteca y debajo de una mesa que tenía un mantel me ponía a leer cómics y cuentos, y así fue el principio de un gusto por la lectura… Me hice periodista porque me gustaba mucho contar a los demás lo que me decían en entrevista.”
Probablemente los lectores asemejen a los arqueólogos que encuentran reinas mayas, joyas, restos fósiles, cosas que estaban en el subsuelo directas para descubrirse y ser signo de otros tiempos, de otra historia.
La edad para descubrir historias no está definida, si las grandes historias son atemporales, ¿será necesaria la división entre literatura “infantil” y literatura así a secas? -pregunté a Adriana:
“Un buen libro para niños es un buen libro para cualquiera, soy lectora de libros para niños, me gustan y me ayudó mucho a la hora de escribir este libro [La Reina Roja].
“En este libro hay dos voces: la reina cuenta la historia y hay un narrador en tercera persona, quise escribirlo como un relato donde hay elementos que la historia real me dio: aventura, suspenso, reflexión, todo eso de la vida real me dio elementos para hacerlos historia para niños. Es un libro contado como relato dentro del cual está metida, (no con fines didácticos), la cosmogonía maya y cómo miraban el cielo; la reina les explicará qué significa el 2012.”
Al final desapareció el hada y el grupo de niños, pero tuve presente en ese momento que las grandes historias están latentes, prestas a ser visibles sólo necesitan un narrador y después lectores que las descubran.
Al final del recorrido decidí buscar en la FILIJ algún ejemplar de mi primer lectura Las zapatillas rojas, cuento de Hans Christian Andersen, del que por cierto, no recuerdo el final.
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