La casa de fieras de Isabel Zapata, una preocupación política

Una ballena es un país es el libro de poemas más reciente de la escritora, editora y traductora mexicana, editado por Almadía, los poemas alojan un muestrario de animales tan increíbles que parecen sacados de la ficción 

Ciudad de México (N22/Ana León).- «La palabra mensaje es un poco arrogante. A mí el tema de fondo de este libro me importa mucho. No es una exploración estilística. Es un libro que tiene una preocupación política detrás y que tiene una postura ideológica y un llamado, de algún modo, a compartir una preocupación que no es postergable: el trato que le damos a los animales, por un lado, y el tema de la extinción, de la destrucción de hábitats, de la deforestación. No podemos dejarlo más de lado o para después. Estamos en la sexta extinción masiva, con la peculiaridad de que es la primera causada por una especie terminando con las demás especies. No es que yo quiera aleccionar, pero sí dialogar con mis lectores», me dice Isabel Zapata al final de nuestra charla cuando, redundante, le vuelvo a hacer la pregunta con la que inicié la entrevista, sobre la intención de este libro. Y es entonces más tajante en su respuesta y la preocupación lo amerita. No hay un futuro posible si los seres humanos no cambiamos nuestras prácticas respecto a nuestro diálogo con el planeta y las otras especies que lo habitan. 

Zapata ha publicado en la editorial Almadía un nuevo libro de poemas, el tercero: Una ballena es un país. Es una joven concienzuda en el ejercicio de la escritura. Ordena el pensamiento a través de las palabras, pero al mismo tiempo sabe jugar con ellas, con su estilo y con sus formas. Y es ese punto medio entre la disciplina y el juego en la escritura, a través del cual logra hacer lo que hace: observar el mundo y derramarlo en otros. 

¿Por qué escribir sobre animales? 

La razón más básica y simple es porque me gustan. Es un tema que me ha gustado desde muy niña, que me llama la atención, me da curiosidad, me gusta leer de eso. Una parte es como muy arbitrario, el gusto; y la otra es porque me parece políticamente importante hacerlo. Para mí hablar de animales de esta manera tan cercana y apelando quizá a la empatía y al vínculo que nos une con ellos, es también una manera de expresar una ideología, quizá, no sé si sea esa la palabra correcta, pero una postura política frente al trato que les damos a los animales y la manera en que decidimos qué hacer con ellos, esa visión utilitaria de que son vidas que están a nuestra disposición y no vidas que valen por sí mismas. 

Hay una parte inocente, de gusto; y esta otra que tiene un poco más de filo. Intenté que el libro no tuviera un tono de regaño, de superioridad moral, porque eso no le gusta a nadie y no funciona, pero creo que es importante que se muestre. 

Hay una cosa que me llama la atención y es la sensación de que el libro es como una especie de espejo, los animales como una vía para equiparar situaciones humanas… 

Sí, sin la intención de antropomorfizarlos. De hecho uno de los epígrafes del libro, que es de David Foster Wallace, dice justo eso, que al preguntarnos por los animales nos estamos preguntando necesariamente por nosotros y que nos hace humanos a nosotros a partir de ellos. Y sí, hay una parte de ello, una manera de qué dice de nosotros cómo los tratamos a ellos. Hay algunos poemas que van más de eso, pero otros van más sobre la vida animal en sí misma; y en otros intenté ni siquiera meter la mirada humana. Sí está presente, pero no era la intención principal del libro. Yo quería ser una observadora lejana, no ponerme al centro. En algunas sí estoy yo y sí hay humanos y todo, pero no ponernos al centro. Yo quería hablar de ellos. 

Algunos más que poemas dan la sensación de historias cortas, ¿los pensaste así en un inicio o cómo fue tu manera de trabajarlos? 

Más bien yo no pensé mucho en lo que estaba haciendo en términos de género. Cada tema o cada animal o cada situación exigía su propia forma en mi cabeza y no me preocupé demasiado por meterlos en un género. Al principio sí, algunos de esos que son más narrativa o el diccionario o la carta, que tienen otra forma, en un principio yo sí quería meterlos en la forma como calzador, pero al final acabé dejándolos un poco más libre porque también imaginé que cuando ves a muchos animales juntos, son variados. Como si el libro en sí mismo fuera una colección de animales y los animales también hacen diferentes sonidos, entonces no me preocupé tanto por meterlos en su cajita. 

Al final es un libro de poesía porque mi intención principal es poética por lo que quiero causar en el lector, pero en formato es un libro muy libre y creo que es lo que están haciendo poetas de mi generación, formatos mucho menos rígidos en términos de género. 

¿Cómo los trabajas, de inicio sabes que todos esos poemas van a caer en un libro o vas escribiendo como un ejercicio diario y a veces haces un poema o te sale un ensayo? 

Éste sí lo trabajé como libro con la beca de Jóvenes creadores y cuando metí el proyecto sabía que iba a ser un libro. Hay otras cosas que hago que no necesariamente surgen así, pero éste sí. 

A pesar de que los poemas tienen una temática de animales, no se siguen uno tras otros, son, digamos, textos que funcionan aisladamente. No necesitas haber leído todo para entender uno. Pero sí están pensados como una colección, como una casa de fieras. 

El libro sí está escrito bajo la tradición del bestiario, pero quería darle una vuelta, porque también el bestiario cae generalmente en lo que platicábamos hace rato: gente escribiendo sobre animales para hablar de sí mismo, y puede resultar un poco trillado. 

Escuchaba una entrevista vieja que le hicieron a Lydia Davis, y me acordé de ti porque ella escribe historias cortas que pueden ser poemas o viceversa, y ahí decía que tiene como regla escribir una historia diaria, y a veces le sale una o siete, ¿para ti cómo funciona la escritura?

Escribo por proyecto. Ahorita acaba de salir este libro y por ahora estoy trabajando en dos traducciones y eso me deja muy agotada. Sí necesito estar muy concentrada por varios días o varios meses. Hay gente que no. Yo tengo colegas que escriben diario y quizá la mitad de eso nunca  lo usan y es una disciplina que, la verdad, estaría bien adquirir, pero no la tengo. Cuando ya estoy en un proyecto me puedo pasar tres semanas sin hacer nada más que escribir de eso, pero mi mente es por compartimentos, si estoy trabajando en algo me concentro completamente en eso. 

Entre el ensayo y el poema, porque salen estos dos libros muy juntos, Alberca vacía y Una ballena es un país, ¿dónde te sientes más libre? 

Pues mayor libertad no sé, pero siento que el ensayo es un género en donde caben más cosas. Creo que los poetas nos preocupamos mucho por las convenciones poéticas. Es mucho más común que a un poeta le muestres algo y te diga “eso no es un poema” a que un ensayista te diga “eso no es un ensayo”. Todo es un ensayo, en el ensayo caben más cosas. Y, en ese sentido, sí creo que el ensayo es más amplio, más bondadoso. Me cuesta más trabajo la poesía que el ensayo. Me toma más tiempo, me rompe más la cabeza, la paso peor. 

¿Hasta dónde está la ficción y la no ficción en tus poemas?

Nada es ficción. No estoy inventando nada. El único animal inventado que hay ahí, pero no inventado por mí, es el lebrílope que es este animal mitológico, pero el mismo poema dice que es mitológico. Justo esa pregunta me hacía alguien en Oaxaca, como si hubiera una parte de inventiva, y es  muy interesante que la gente piensa a menudo eso, porque los animales son muy mágicos. Como con el tardígrado que encontraron uno en una nave espacial y dices, “no, ése lo inventó”, pero no, todo tiene su fuente. Leí muchos libros y artículos. 

Tus poemas se leen fácil, no digo que sean fáciles, pero no son crípticos. ¿Para ti la poesía tiene que ser entendida, el lector debe entenderla, piensas en que el lector va a entender tus poemas?

Supongo que depende el libro y depende del proyecto. En este libro sí me interesaba que fuera un libro claro porque yo quería que no pasara tanto por una cuestión de estilo, de forma, o sea, sí está ahí y es una preocupación que forzosamente existe, pero siento que a veces los escritores tendemos, para mal, volver algo críptico. Como si un poema que es simple, fácil de entender, con lenguaje directo, fuera necesariamente algo malo. 

Hay poetas que tienen esa postura. Yo no. Mis poetas favoritos tienen un lenguaje muy sencillo. No creo que la poesía se encuentre en que tan intrincado sea el lenguaje. En realidad no es una preocupación que tenga muy presente cuando escribo, pero tampoco me interesa hacerlo complicado para adornarlo, para que suene más poético o falsamente poético. 

Ahorita mencionaste tus poetas favoritos y uno cuando inicia en la escritura siempre se imita hasta que se encuentra la voz propia o el estilo propio. ¿Cuáles fueron tus referencias?

La voz propia es un misterio. Es algo que se usa mucho, pero tampoco sé si cambie de un libro a otro. Yo creo que una cosa importante como escritora, para mí, es justo no encontrar esa voz. Me interesa seguir. El libro que escribo ahora es distinto a los dos anteriores. Entonces, ojalá no la haya encontrado todavía. No siento que lo haya encontrado y no me interesa encontrarlo por ahora. 

Para mí uno de los principales referente para este libro fue la poesía de animales de José Watanabe, es un poeta peruano increíble que escribió mucho sobre animales y no es muy leído. Cuando pienso en alguien que pensé en imitar de cierto modo, sería a él. Y leí mucho a Wislawa Szymborska, que escribió mucho sobre animales, a Ted Hughes; a Pacheco que es como de cajón. 

¿En qué radica la poesía?  

Ah, pues esa pregunta es incontestable. No me atrevería a dar una respuesta. Pero sí sé que la poesía no está en las palabras que usas nada más. Tú puedes hacer un poema técnicamente perfecto y tener un poema completamente vacío. Supongo que la poesía está en lo que transmite, en el efecto que tiene. Si no te golpea de algún modo, no te conmueve de algún modo, para bien o para mal, no tiene poesía, creo.

Imagen: Tomada de Facebook / © Pablo Ramos