«Sinfonía del placer» (Fragmento)

Editorial Turner nos comparte un fragmento del nuevo libro de la periodista especializada en música, Verónica Maza Bustamante

Ciudad de México (N22/Redacción).- La periodista especializada en música, Verónica Maza Bustamante, nos lleva por un recorrido «por algunas etapas de la historia en donde se irá desgranando el papel del sexo y de la música para entender sus características, definiciones, los cambios que aportaron o el significado que le dieron a fenómenos culturales, sociales y
hasta médicos» en Sinfonía del placer. Lo que nos enseña la música en el sexo y viceversa.

I

LA PREHISTORIA

Ringo Starr, transformado en un pequeño Homo sapiens del clan Tonda en la película El cavernícola, de 1981, descubre la música en un espontáneo ritual alrededor del fuego en el que ancianos, niños, mujeres y hombres participan haciendo sonar lo que tienen a la mano: huesos de animales, esqueletos completos, caparazones, varas y sus propios sonidos guturales, creando una armonía más parecida a la de una canción de los Beatles que, seguramente, a una de las primeras composiciones que se hayan hecho en la historia de la humanidad.

Diez años después, en Criaturas olvidadas del mundo, cinta dirigida por Donald Chaffey para la casa productora Hammer, la invención de la música tiene un propósito: acompañar una danza “sexual” en torno a una fogata donde se ofrecerán dos mujeres rubias a unos machos morenos que las miran con deseo como si ellas fueran Raquel Welch, con su diminuto bikini sesentero de piel de Tyrannosaurus rex y su peinado de salón, en Hace un millón de años, del mismo director.

En la idea de la prehistoria de Chaffey hay algunos elementos primordiales, más allá de la insistencia en unir a los dinosaurios con los cavernarios: las mujeres son voluptuosas, usan poca ropa, atraen de manera incomprensible a los varones, danzan como si no existiera un mañana y buscan que el hombre no solo las penetre velozmente, sino que les dé cuando menos un besito de amor a ritmo de una primitiva y lúbrica melodía.

Esta idea del amor prehistórico nos ha acompañado desde las primeras décadas del siglo XX en las que, gracias al cine, libros y diversas novelas, hemos tenido visiones de todo tipo sobre la prehistoria. No obstante, han sido los paleoantropólogos quienes, desde el siglo XIX, nos han iluminado al respecto: lo cierto es que la música y la sexualidad han existido desde los albores de la humanidad.

Hace dos millones y medio de años, los humanos evolucionaron por primera vez en África oriental a partir de un género de primates homínidos llamado Australopithecus o “simio austral”. Cerca de quinientos mil años después, esta especie fue una de las que dio origen al género Homo en África.

Transformada en Homo erectus (hombre erguido), comenzó a moverse hacia diversos puntos del planeta. Esto provocó que cada población cambiara y creciera en direcciones diferentes y en especies distintas: los erectus se instalaron en Asia oriental; surgieron los famosos neandertales en Europa y Asia occidental; el Homo soloensis en el valle del Solo de la isla de Java, y el Homo floresiensis en la isla de Flores, ambos en Indonesia; el Homo “denisova”, mejor conocido como homínido de Denisova, en Siberia y muchas otras especies de humanos primigenios que fueron mutando hasta llegar a ser los llamados Homo sapiens sapiens (término que comienza a estar en desuso), con las características principales que definen al hombre moderno.

En su libro Sapiens. De animales a dioses, Yuval Noah Harari explica que no es verdad que sea una línea de descendencia directa como se creía antes, que empezaba con los erectus, seguía con los neandertales y acababa con los sapiens. Ahora se sabe que desde hace dos millones de años y hasta hace diez mil, el mundo fue hogar de varios tipos de homínidos. Cada uno evolucionó con sus propias características y llegaron, incluso, a reproducirse entre sí. El movimiento de genes de una especie a otra se comenzó a dar; eso cambió, junto con otras mutaciones, las conexiones internas del cerebro de las especies, principalmente de los sapiens, lo que revolucionó sus capacidades cognitivas y les permitió pensar y comunicarse de manera más efectiva.

En este larguísimo proceso, la sexualidad –con todo lo que integra, no solamente el asunto reproductivo–, junto con el cambio de postura y las modificaciones en el tamaño del cerebro, tuvo un papel decisivo que marcó la división con los grandes simios.

I.1

SER UN SER HUMANO

Un tambor suena suavemente antes del temblor que generan varios instrumentos de aliento, entre los que destacan las trompetas, que truenan de forma expansiva. Retumba un par de timbales. Las trompetas insisten en jugar con los modos mayor y menor mientras las cuerdas de 16 violines vibran bajo los arcos. La intensidad sube gracias a los trombones y las tubas. Un contundente platillo le da la entrada a dos timbales que estallan antes de dar pie a seis cornos franceses en fa y un órgano apenas perceptible. Todo se fusiona para el remate del einleitung o final de la introducción de Así habló Zaratustra, el poema sinfónico compuesto por Richard Strauss en 1896.

Inspirado en la obra homónima del filósofo alemán Friedrich Nietzsche, este capítulo inicial representa la salida del sol o el momento primigenio en que el pensamiento surge como un factor decisivo en la historia del hombre. Para Strauss, su fanfarria es el comienzo del desarrollo de la raza humana; sin embargo, esta sinfonía ha sido guardada en el inconsciente colectivo gracias a la capacidad del cineasta Stanley Kubrick de plasmar, en su cinta de culto 2001, odisea del espacio, una visión del momento en que el primate descubre su capacidad de destrucción.

La gran pregunta, aderezada por esta obertura, es: ¿qué factores transformaron a un simple simio en un ser humano? Pareciera, si vemos el famoso esquema de la evolución del mono (el cual siempre está representado por un macho), que los cambios principales están relacionados con caminar erguidos, el aumento de la altura, la pérdida del pelaje y la posibilidad de sostener una herramienta entre las manos. Si bien estos cambios fueron de suma importancia para la transición, son muchos los aspectos que se modificaron con el paso de los milenios –particularmente en las mujeres– para pasar de animales a seres humanos. En casi todos ellos, la sexualidad tuvo un papel transformador.

El hecho de caminar erguidos parece algo sencillo, un mero asunto postural, pero liberar las extremidades superiores del suelo implicó poder ver hacia el cielo y ubicar a las bestias enemigas a mayor distancia al ampliarse el campo de visión, lo que significó un ahorro de energía relacionado con la movilidad. Además, permitió realizar nuevas e insospechadas actividades, algunas de ellas relacionadas con la capacidad de escuchar sonidos que antes eran difíciles de captar.

La posibilidad de andar de pie tuvo una secuela: cambió la orientación espacial de la anatomía genital femenina, pues la vulva y la vagina pasaron de la zona posterior de las hembras animales a la delantera en las mujeres, estrechando la cadera propia de los primates en los ejemplares de ambos sexos. Estas modificaciones complicaron la salida de las crías durante el parto y cambiaron la forma de copular. La solución evolutiva para lo primero fue el nacimiento prematuro, es decir, que las criaturas surgieran menos formadas que las de otras especies; ello fomentó un mayor vínculo entre la madre y los hijos o hijas, además de que el nacimiento se convirtió en un acto social.

La nueva ubicación del útero complicaba la fecundación del óvulo: si las hembras se movían tras la eyaculación, perdían gran parte del semen depositado en su interior, así que era necesario que se quedaran quietas cuando terminaba la cópula. ¿Cómo se logró esto si cuando eran primates acababan la faena y caminaban hacia otro lugar? Dicen los teóricos de la evolución que apareció entonces el orgasmo femenino para que ellas no se pusieran en pie tras el coito. En teoría, el placer que genera llegar al clímax erótico les impediría moverse, pero sabemos que no todas las mujeres alcanzan el orgasmo vía vaginal, así que se desarrolló en ellas –bendita mutación– un órgano único: el clítoris. La misión de ese pequeñuelo de entre ocho y 13 centímetros de largo (exteriormente solo se aprecia su glande) es maravillosa, pues únicamente sirve para generar placer y, con ello, facilitar el orgasmo. Poseedor de más de ocho mil terminaciones nerviosas, desde su aparición ha ofrecido la colección más grande de sensaciones en los cuerpos femeninos (y masculinos, pues no hay una zona semejante en los de ellos).

Además, los senos se hicieron de mayor tamaño, con lo que ganaron notoriedad para atraer al varón, aunque también resultaron útiles para prolongar la lactancia de las crías prematuras. Su cuidado se repartía entre las madres y las abuelas, sobre todo cuando los Homo comenzaron su recorrido por el planeta. El surgimiento de la menopausia fue muy útil para el proceso de la división del trabajo. Se cree que los hombres iban a cazar mientras las mujeres recolectaban plantas, frutas y cereales; las postmenopáusicas poseían un rendimiento mayor al no poder embarazarse, pues este ciclo de varios meses limitaba el trabajo comunal de las jóvenes.

Los factores que provocaron el crecimiento de la especie no son exclusivamente anatómicos. Tras unos cuantos milenios de cambios se terminaron las temporadas de celo; las hembras dejaron de experimentarlas como otras especies animales, para vivir una receptividad sexual constante que funciona a la par de una ocultación de la fertilidad, es decir, ellas adquirieron la posibilidad de tener intercambios sexuales en cualquier momento, sin anunciarlo.

Con esto surgió el sexo por y a placer. Los hombres comenzaron a copular cuando así lo deseaban y las hembras lo permitían; era un buen plan para conservar a un mismo macho que ayudara en la crianza de los hijos. El sexo recreativo en la intimidad (y también, imposible negarlo, por interés) se comenzó a explorar, pero no a destajo, pues apareció la menstruación como un subproducto accidental de la evolución, apenas investigado en años recientes. En realidad, son pocas las hembras de otras especies que la tienen, pero las mujeres se las ingeniaron rápidamente para usar los periodos menstruales como un primitivo método anticonceptivo.

Tanto los machos como las hembras perdieron el pelaje casi en su totalidad. Las teorías más recientes afirman que fue para erradicar parásitos externos –como piojos, pulgas y garrapatas–con sus respectivas enfermedades y como elemento propicio para la selección sexual: la piel desnuda puede mostrar el estado físico de alguien, particularmente el de los genitales. Conservamos algo de vello –un poco más en el pubis–porque, según afirman Mark Pagel, de la Universidad de Reading en Reino Unido, y Walter Bodmer, del Hospital John Radcliffe de Oxford, esas regiones húmedas están llenas de glándulas sudoríparas, las cuales provocan que las feromonas viajen por el aire transmitiendo señales sexuales [1].

Esta pérdida fue recompensada con dos ganancias; la más importante, que el cerebro haya pasado de medir 400 centímetros cúbicos en los primates a 1,300 centímetros cúbicos en los Homo sapiens. La mayoría de las nuevas células nerviosas se ubicaron en la cubierta externa del cerebro, al tiempo que se modificó la corteza cerebral; los lóbulos frontales se agrandaron, los hemisferios se especializaron. Con estos tres avances surgieron el lenguaje humano, el reconocimiento facial, la racionalidad, el lenguaje, la apreciación musical y el pensamiento consciente. Todo esto ayudó a tener la habilidad mental para ejercer control sobre el acto sexual.

Y bueno… el pene de los varones también creció. Pasó de medir 3.4 centímetros en los gorilas y orangutanes, estar escondido entre el pelaje y en un lugar posterior poco visible, a tener una longitud promedio en erección de 13 centímetros en los humanos, estar al frente y ser notorio. El pequeño detalle es que, se dice, evolucionó no para enriquecer el coito, sino como una forma de amenaza u ostentación de estatus hacia otros machos y, curiosamente, se quedó con el papel protagónico a pesar de todas las transformaciones evolutivas originadas en las mujeres.

Imagen: Jacob Jordaens, The Feast of the Bean King (1640-1645)