Walt Whitman: contener multitudes

A 200 años del nacimiento de este autor imprescindible considerado el máximo poeta de EEUU, algunas de sus palabras en Hojas de hierba

Ciudad de México (N22/Redacción).- Tenemos muchos autores queridos en esta redacción y Whitman es, sin duda, uno de ellos. No somos expertos en su obra, pero sí grandes seguidores de sus palabras, de su canto al Yo y a la naturaleza, al cuerpo y al alma, a la igualdad del hombre y la mujer.

En su introducción a Hojas de hierba, en la edición de Alianza, Manuel Villar Raso escribe:

«Walt Whitman es la gran figura de la transición entre Inglaterra y América, el poeta más influyente y universal, la voz profética por excelencia de toda clase de dudas, y el padre, un padre difícil de muchos infelices escritores del siglo XX. Es el poeta de la naturaleza, el supremo poeta de la naturaleza americana y, al mismo tiempo, el primer poeta que se da cuenta de la importancia creciente de la ciudad. Un hombre complejo, lleno de elementos contradictorios, razón por la que poetas tan diversos emana de él. Canta la virilidad de la Nueva América y canta a la mujer, sin interesarle personalmente. Tan extrovertido como introvertido, celebra la vida y su mayor tema es la muerte».

Una mujer me espera

Una mujer me espera, ella lo contiene todo,

                               nada le falta;

mas todo le faltaría, si no existiese el sexo

y si no existiese la vida del hombre necesario.

El sexo lo contiene todo: cuerpos y almas,

ideas, pruebas, purezas, delicadezas, fines,

difusiones,

cantos, mandatos, salud, orgullo, el

misterio de la eternidad, el semen;

todas las esperanzas, bondades, generosidades;

todas las pasiones, amores, bellezas, delicias

                                      de la tierra.

Todos los gobiernos, jueces, dioses, caudillos

                                      de la tierra

existen en el sexo y en todas las facultades

del sexo y en todas sus razones de ser.

Sin duda, el hombre, tal como lo amo,

sabe y confiesa las delicias del suyo.

Así, nada tengo que hacer con mujeres

insensibles;

yo quiero ir  con la que me espera, con esas

mujeres que tienen la sangre cálida y

pueden enfrentarse conmigo.

Veo que ellas me comprenden y no se

desvían de su propósito.

Veo que ellas son dignas de mí.  De estas

mujeres quiero ser el robusto esposo.

En nada son menos que yo.

Ellas tienen la cara curtida por los soles

               radiosos y los vientos que pasan;

su carne tiene la antigua y divina ingravidez

la hermosa y vieja y divina elasticidad.

Ellas saben nadar, remar, montar a caballo,

luchar, cazar, golpear, huir y atacar,

resistir, defenderse.

Ellas son  extremadas en su legitimidad,

son tranquilas, límpidas, en perfecta

posesión de sí mismas.

Te atraigo a mí, mujer.

No puedo dejarte pasar, quisiera hacerte un bien.

Yo soy para ti y tú eres para mí, no solamente

por amor a los demás:

en ti duermen los grandes héroes, los

más grandes bardos,

y ellos rehúsan ser despertados por otro

hombre que no sea yo.

Soy yo, mujer, veo mi camino.

Soy austero, áspero, inmenso, inmutable,

Pero yo te amo.

Vamos, no te hiero más de lo necesario;

vierto la esencia que engendrará muchachos y

doncellas dignas de Estados Unidos;

                    voy con un músculo rudo y atento,

y me enlazo muy eficazmente, y no escucho

                                           ninguna súplica,

y no puedo retirarme antes de haber depositado

                    lo que está acumulado hace mucho tiempo en mí.

A través de ti, liberto los ríos represados de mi ser

en ti deposito un millar de años anteriores,

sobre ti injerto lo más querido de mí y de América;

las gotas que yo destilo en ti, crecerán en

                   cálidas y potentes hijas, en artistas de

                   mañana, en músicos, en bardos;

los hijos que yo engendre en ti; engendrarán a

                                                           su vez.

Yo exijo que hombres perfectos y mujeres

               perfectas surjan de mis expansiones amorosas.

Espero que ellos se desposen como nosotros nos

                            unimos en este instante;

cuento con los frutos de sus resplandecientes riegos,

como cuento con los frutos de los riegos centellantes

que doy en esta hora.

Y yo vigilaré las mieses del amor, del nacimiento

         de la vida, de la muerte, de la inmortalidad,

         que yo siembro en esta hora, tan amorosamente.

¡Adiós, mi Fantasía!

¡Adiós, mi Fantasía! 

¡Adiós, querida compañera, 

amada mía! 

Me voy, no sé adónde, 

ni a qué fortuna o si alguna vez te volveré a ver, 

así pues, adiós, mi Fantasía. 

Ahora, por última vez, déjame mirar atrás un momento;
el tictac del reloj que hay en mí, es más lento y

débil,
salida, caída de la noche y, en seguida, el cese de los

latidos de mi corazón.

Mucho hemos vivido, gozado y acariciado juntos;
!delicioso!, ahora la separación. Adiós, mi Fantasía.

Pero no permitas que me apresure,
mucho en verdad hemos vivido, hemos dormido, nos hemos filtrado, nos hemos acrisolado, nos hemos armonizado realmente

en uno;

así, si morimos, morimos juntos (sí, permaneceremos uno),

si vamos a alguna parte, iremos juntos al encuentro de

lo que sea,
quizá nos vaya mejor, seamos más felices y aprendamos

algo,

quizá eres tú quien realmente me conduce ahora a las

verdaderas canciones, (¿quién sabe?)

quizá eres tú quien le da la vuelta y descorre el cerrojo

mortal; así pues, por última vez,

adiós y, ¡salve!, mi Fantasía.