“La memoria para un escritor es prácticamente todo”: Ray Loriga

El ganador del Premio Alfaguara 2017 pisó la Feria Internacional del Libro de Coahuila y desde ahí nos habló de su más reciente novela, Sábado, domingo

Coahuila (N22/Huemanzin Rodríguez).- «Me siento excesivamente bien tratado aquí en Coahuila, cuando gané el premio Alfaguara (por Rendición, 2017) viajé mucho por México y por toda nuestra lengua de Miami a la Patagonia, y varias veces en este país; nunca había pasado por esta feria y la verdad me ha hecho mucha ilusión venir. Me siento honrado», comenta el escritor madrileño en su paso por el norte del país

Traes una novela editada hace un par de meses Sábado, domingo título que nos remite a cierta resaca, con años entre una noche y la siguiente mañana. Me recordó a esa pregunta recurrente en algunos filósofos: “¿Y después de la orgía, qué sigue?”. ¿Qué sigue después de esa noche loca de tu protagonista adolescente?

El título no puede ser más sencillo, Sábado, domingo, solo que el que despierta lo hace 30 años después, despierta los hechos, no es que haya estado en coma, no, es que no ha querido mirar lo que sucedió en un sábado concreto y al pensar en ello se enfrenta a todo el tiempo transcurrido y por ende a los cambios que ha tenido. Por eso el libro está en dos voces, la voz del adolescente que vive ese sábado y del hombre que no tiene más remedio que reflexionar, recapacitar y casi juzgar ese sábado lejano, ese maldito sábado como dice el narrador. Es la idea de no poder escapar del juicio propio para saber quién es uno mismo. Y cómo ha cambiado, cómo han cambiado sus expectativas e incluso cómo ha cambiado su visión cosmológica alrededor del mundo y de todo lo que lo rodea. Y de eso va el libro.

Es una novela dividida en dos partes, ambas narraciones están en primera persona, es el mismo personaje pero uno con voz adolescente y otro con voz adulta. No es una forma que usaras en tus otras novelas recientes.

Ese era para mi primer desafío: con 52 años y casi 30 de publicar libros, recuperar una voz que tuve muy joven para acoplarla en esta historia en concreto, porque me era necesario. Y no sentirme como el Chavo del Ocho, un señor que se pone pantalones cortos para parecer joven. No verme disfrazado de adolescente. Tenía que conseguir naturalizar esa primera voz y conquistarla, para ponerla en contraste con una voz que ya me es más a natural para la edad que tengo y el tiempo que llevo escribiendo.

Cuando leemos crónicas desde el siglo XVI hasta las noticias actuales, vemos en nuestras sociedades la impunidad de quienes poseen cierta riqueza. En Sábado, domingo leemos eso, un adolescente cuya posición social le permite equivocarse y seguir adelante sin cuestionarse nada, solo le queda su propio juicio treinta años después.

Es absolutamente inevitable en la condición humana, pero quizá en nuestros países hay cierta laxitud legal en ciertos asuntos que dependen mucho de la condición y no del hecho. Quien roba siendo pobre es un ladrón, quien roba siendo rico es un cleptómano. Esa diferencia se aplica incluso en crímenes tan horribles como abusos sexuales, violaciones… Si tienes la posibilidad y el ejército de abogados adecuado y una condición económica superior al contrario o al caído, siempre prevalece la ventaja. Por eso hablo de la condición humana. Hasta en una cárcel quien tiene tabaco o enseres mínimos de la necesidad, tiene una posición superior que ejerce un poder. Desgraciadamente así es nuestra realidad. Se supone que vivimos en Estados que tienen las mismas leyes para todos, desgraciadamente una y otra vez enfrentamos que no es así.

Tu personaje reflexiona treinta años después de esa noche de sábado, ¿a qué te confronta?

La novela es una indagación del interior. Uno escribe de recuerdos, invenciones que intentan capturar las sensaciones provocadas, ¿pero hasta qué punto la memoria es un notario traicionero? Puede ser eufórica, excesivamente rencorosa o excesivamente culpable y auto flagelante. Me interesa cómo esos sucesos y sensaciones que uno tuvo en un instante de su vida se impregnan y se van transformando como metal maleable de acuerdo a la manera en que recordamos la experiencia de lo vivido. Esa maleabilidad de la memoria es lo que a mí como escritor me resulta fascinante. Ya había escrito sobre el tema en un parámetro distinto en Tokio ya no nos quiere (1999), y en algún otro libro. Me parece fascinante porque tendemos a decir que algo es verdad porque uno estuvo ahí, y a la hora de escribir este libro recordaba aquella película maravillosa de Rashomon (Akira Kurosawa, 1950), donde un mismo suceso es visto por siete testigos más el muerto, son ocho historias disparadamente diferentes y, a veces, opuestas. Quería jugar con esa estructura de Rashomon pero sólo con dos testigos que son la misma persona, que con el paso del tiempo se convierte en fiscal, abogado defensor, en testigo, en víctima, finalmente en juez.

¿Otras circunstancias y otra ética de la misma persona?

Y cómo avanzamos sobre suelo el resbaladizo de nuestra propia experiencia. Por eso es que es tan difícil juzgar a los demás. Algunas personas creen tener un juicio claro por leer dos o tres informaciones que bien pueden ser “fake news”, o simplemente mentiras. Y se da uno cuenta que lo que uno siente e imagina, es un piso resbaladizo.

La memoria tiene un lugar importante en tu narrativa.

La memoria para un escritor es prácticamente todo, es tu caja de herramientas, no es solamente lo leído que es fundamental, la memoria de lo imaginado, la memoria de las impresiones que tuviste y por muchas libretas o blocs de notas nunca todo se puede apuntar. Y muchas de las cosas que se apuntan, se pierden. Uno depende mucho de su banco de dato que es la memoria, todo lo que uno va guardando por si puede ser útil.

Cuando uno va escribiendo una novela, uno pinta con un montón de colores que has guardado en tu banco. Es interesante cómo buscas en la memoria esas herramientas cuando las necesitas, es como cuando en un taller mecánico buscas una llave Allen no. 7, que sabes que tienes pero que no has usado en años, la buscas cuando la necesitas y ahí está.

En la novela hay varios guiños a cosas de ti, ¿una bolsa de memorias y unos cuantos traumas están en la mesa de dormir?

Cuando uno habla de recuerdos, no todos son good memories, hay recuerdos duros que muchas veces se intentan esconder. En esta novela la pregunta es cuándo uno puede barrer bajo la alfombra, hasta que aquello sea una montaña o finalmente un volcán. Se puede esconder muy bien con cierta inteligencia para que no lo noten demasiado los demás. Pero para que no lo vea uno mismo, habría que ser mago.

Imagen tomada de Cartón Piedra