Camila Fabbri, “Los accidentes” (fragmento)

Esta tarde, a las 13 horas, Camila Fabbri charla con Noticias 22 Digital, en vivo, sobre este libro de relatos que es publicado por Almadía

 

Ciudad de México (N22/Redacción).- Nacida en Buenos Aires (1989), Camila Fabbri se formó en el teatro, pero se mueve también en la narrativa. Este año, Almadía publica su libro de relatos, Los accidentes, que vio la luz originalmente en 2015. En estos, Fabbri narra una especie de lo cotidiano surreal. Aquí, compartimos un adelanto que editorial Almadía comparte con nosotros.

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CONDICIÓN  DE BUENOS NADADORES

No, me parece que era en Science Channel que lo vi. La verdad es que no me acuerdo, era un canal más de esos que pasan costumbres y tragedias de los animales más terribles de la selva. Era un especial de depredadores. Ahí estaba yo con el té verde en una mano y en la otra el control remoto con todos los botones hundidos para adentro. Eran cerca de las cinco de la mañana, así que imaginate hasta dónde me tiene agarrado el insomnio. Hasta las pelotas.

Fijate de hacer la fuerza bien con los brazos, porque después no adelgazás nada y el esfuerzo no tiene el sentido que debería tener. Esta parte de acá, ¿me ves?, toda esa pielcita es la que tiene que dejar de colgarte. Probá crol ahora, yo sé que es el que más te cuesta, pero probá crol porque ese es el que más ayuda a hacer la fuerza de los brazos. Por ahora la espalda la tenés estable, no hace falta que la acomodes. No entiendo esa obstinación que tiene tu cardiólogo con que mejores la postura de la espalda, lo que importa es que adelgaces.

Agostinho, probá el crol te dije.

Todo el programa empezaba con un rocanrol estilo heavy metal, ese que escuchabas vos cuando eras pendejo, todo así. Y unos tipos en una sala blanca investigando huesos de animales precámbricos, de ballenas que evidentemente se han extinguido porque los científicos las miraban con cara de rareza. Sonaban estas guitarritas eléctricas y se iban precipitando distintos tipos de animales al mar. Ballenas, tiburones, lobos marinos, orcas. Empezaba a hablar un mexicano sobre el cocodrilo de agua salada, el cocodrilo con la mordida más terrible de todas las mordidas del mundo.

Gostinho, empezá a ponerle un poco más de ganas porque a este ritmo no vas a adelgazar un gramo este mes. Alquilé este carril de la pileta especialmente para vos, hijo. Vos sabés que si me sobrara la plata te alquilaría más de un carril para que puedas también nadar para los costados, pero no. Más vale que empieces a tirarles más fuerza a esos brazos. No entiendo bien con qué obstinación se te concentran ahí abajo los alimentos.

Por momentos parece que estás atestado de grasa. No me mires así, la grasa es bastante rica, vos sabés eso. Es más un inconsciente colectivo que se genera todo el tiempo, ese de que la grasa hay que evitarla, pero la grasa es rica. ¿No te habrás enojado? Agostinho, sabés que la grasa fue herencia materna, no de tu padre. Mirame a mí, jamás moví los brazos ni las piernas para recorrer grandes distancias de nada y aun así me mantengo cerca de los huesos.

¿Podés repetir el crol? Sentí toda mi vida que el crol te lo había enseñado bien, pero a veces me hacés dudar. Es extraño eso, que los hijitos todo el tiempo nos dejen el beneficio de la duda. ¿Quién es la gente que lo llama así, beneficio?

Me gusta tu crol, me está gustando, estás generando croles particulares.

Entonces hablaban del cocodrilo de agua salada y de sus particularidades. Decían que varias veces pasó que encontraron restos de tiburón en los estómagos de los cocodrilos marinos. Dos potencias se unen y, de repente, existe la posibilidad de que tiempo después se encuentren restos de uno dentro del otro. Parece que cuando el tiburón blanco y el cocodrilo de agua salada se encuentran en las costas del Atlántico, solamente uno sobrevive.

¿Viste qué hermoso que es nadar de noche? Ahora practicá la rana. Vamos a ir mechando entre rana, crol, perro y espalda. Porque si te quedás con una sola forma el cuerpo se acostumbra y no adelgazás un perno. Hijo, si hablaras… ¿hubieras preferido el castellano o el portugués? ¿O quizá ninguno? Qué lindo gorro Speedo que te compró tu madre. Sabés que si hubiese ido yo a comprarte uno, te hubiese comprado la misma marca. Speedo. Cuando la conocí a tu madre, lo único que los dos decíamos en el mismo idioma era eso: Speedo. Qué bien que nadaba la turra. Mirá el argentino que estoy usando, digo “turra”. Como de turrón o turrona.

Como de Navidad. La verdad es que yo tendría que haber sido más cauto y citarte en una Navidad, los dos solos, darte ese regalo que me sugeriste que te hiciera y contártelo ahí. Porque sí, porque en las fiestas los malos tragos pesan menos, y acá en la pileta está todo oscuro. Además nosotros las navidades las festejamos plenas, ¿o no es así? Comemos castañas de cajú.

Qué carácter. ¿A quién habrás salido así? Tu madre todo el embarazo con la trompa para el norte, que no quería ni esto ni aquello. No me mires así, no te ofendas porque hablo de tu madre, tenés que asimilar que cuando una pareja se separa habla mal de la otra persona. Eso es así. Tenés treinta pirulos, no te hagas el gordo cándido.

Habrá sido un martes a la noche de enero, cuando es verano allá, pero no recuerdo bien. Hace unos meses empecé a hacerme habitué de un bar al que van boxeadores amateurs, todos jovencitos, más o menos de la edad tuya o quizá menos. Unos agradables, todos los muchachos, da gusto ver cómo les van creciendo los brazos semana a semana. Fijate de mechar espalda ahora, Agostinho, así le hacemos un poco de culto a tu cardiólogo.

Empecé a ir al bar día por medio, porque todos ahí me parecían acogedores y bastante más jóvenes que yo. Es bueno cuando uno puede mezclarse con gente más joven y que no se note. Por momentos pensaba en vos, en que vos podrías haber sido cualquiera de esos muchachos habitués del bar. Flaco, boxeador y parlante, pero no tuvimos esa suerte. Habrá sido la traspolación Portugal-Argentina, quién sabe.

A la mayoría les mostraba mi tatuaje y me lo elogiaban. Lo que pasa es que acá en Europa los trazos de los tatuajes son mejores, al menos eso decían ellos. La mayoría de los chiquitos no habían venido nunca para Portugal, y yo les decía que Lisboa puede ser el lugar en el mundo de cualquiera, porque con estas escalinatas que tiene, y estos castillos, y estas mujeres, y estos hombres todos tan longilíneos y correctos. Que las mujeres se parecen mucho con los varones acá, les contaba, y que la mayoría de veces se dudaba, que algunas veces a mí me pasaba de estar mirando con ojos de corazones a alguna minita y que resultara ser un flaco. Que esas cosas pasan mucho acá en Europa, allá no tanto.

En enero ya hacía tres meses que era habitué total del bar de boxeadores amateurs, conocía a la mayoría. Allá adentro me llamaban el Portugués. En enero fue que conocí a Sebastián, un muchacho más bien alto, bien lungo como le decimos nosotros allá. Sebastián había tenido confianza ciega conmigo enseguida, y por momentos me hacía acordar mucho a vos, más que cualquiera de los otros jovencitos que tomaban vino en el bar. Sebastián tenía algo diferente, no sé si sería el aliento constante a dentífrico o la pomada para la contractura, pero Sebastián olía a deportista incluso cuando estaba entregado al ocio. Vivía solo y tenía un hijo de cinco años.

Alcancé a Sebastián durante dos semanas, casi todas las noches, a su casa, porque él no tenía auto. Una noche que festejábamos los diez años de la apertura del club, en clima de borrachera y confesiones me comentó que nunca un amigo suyo había visto a su hijo Azzam, que yo era el primero. Esa noche soñé con Azzam y con la idea de ser el primero. Soñé con Sebastián y en mi sueño se mezclaban los colores.

Esa noche de enero habían pasado ya tres días de que Sebastián me había dicho eso. En ese clima de confesiones, de Azzam y su pasado. Que en general sus compañeros de boxeo nunca le preguntaban en trasfondo, solamente querían saber lo primero. Eso que se responde cuando la pregunta es “¿Cómo estás?”, Sebastián me decía que él siempre decía “Bien”, pero que quería ahondar, y en el club nunca nadie lo invitaba a ahondar. Esa noche de enero, después de haberme dicho lo de su hijo, también me dijo que yo era la primera persona que lo invitaba a ahondar. Estábamos en mi auto, era tarde.

Gostinho, el mejor estilo tuyo es la rana.

Era tardísimo, cerca de las tres de la mañana. De frío no hacía una gota, porque allá en verano el calor te caga a palos. Y así estábamos, los dos muy cagados a palos.

Gostinho, ¿por qué justo dejás de nadar ahora?

Sebastián apoyó sus musculitos bastante nuevos sobre la ventana de mi auto y me miró. Nunca en mi vida había recibido una mirada tan clara, parecía un cisne hinchado y hombre. Bastante hombre. Me miró como esperando algo, y yo no supe, y pensaba en vos, Gostinho. En qué estarías haciendo acá en tu casa con tu madre, en tus kilos, en el aumento de tu cuerpo también pensé. Pero después ya no. Ahí me dejó de importar porque Sebastián me estampó un beso. Primero me comió la mejilla izquierda, esta que tengo acá. ¿Ves qué poca carne? Me estampó la mejilla y después siguió, fue derecho viejo hacia mi boca. Y ahí las bocas hacen solas, no importa en qué parte del mundo estés o en qué idioma, ahí las bocas hacen solas, Gostinho.

La verdad es que yo no me considero afeminado por estar besándome con Sebastián. Él más que un boxeador amateur parece una chica jovencita, así que esto no me da culpa. Hay que hacer de cuenta que estoy saliendo con una chica jovencita, como hace cualquier hombre de mi edad. Hijo, ¿dónde están tus chicas jovencitas? No te hundas para abajo para no oírme, hijo, ¿dónde están tus angelitas? En el fondo, todos necesitamos ser un poco baboseados. En el fondo, todos necesitamos un poco eso.

Una tarde estábamos tomando una Coca-Cola en un puesto de patys en Retiro, allá en Buenos Aires. Sebastián es fanático de todo lo que sea paty con mayonesa, pancho con kétchup, Coca-Cola Zero y Light. Le gusta mucho todo eso, lo que nosotros llamaríamos alimentos não saudáveis. Me comentó de sus ganas de viajar para Portugal conmigo y yo le dije que pronto me vendría para acá, que tenía que verte. Hicimos unos cálculos mentales entre los restos del paty y la gaseosa, y nos dimos cuenta de que alcanzaba. En muchas cosas yo lo tuve que bancar, pero en lo relativo a la compañía Sebastián es como una madre. Encima sabe cocinar.

Sebastián está acá conmigo, alojándose en el hotel Coração Selvagem. Sí, el hotel es atractivo, sobre todo porque tenemos pileta de natación disponible solamente para nosotros.

Cuando me clavás la mirada fija me dan ganas de golpearte, Agostinho. De chiquito hacías lo mismo. Esa mirada dura y rígida como de quien nace adulto. En vos es un atributo haber nacido mudo, ¿te imaginás si esos ojos encima hablaran?

Si quisieras hablar podrías hacerlo, ¿o no? Vamos, no me mire así, filho. Usted sabe muy bien de lo que le hablo. No se ponga perplejo ni sorprendido.

El jueves pasado fuimos con Sebastián a un boliche. A eso de las tres de la mañana habremos ido, cosa que en la calle no hubiera nadie. Acá en Europa es tan común que nadie camine las calles a esa hora, cosa pelotuda, como si pudiera pasar algo grave.

El boliche se llama Prazeres, ¿lo conocés? Tienen cantobar y karaoke. El jueves fue la primera vez que puse los pies adentro de ese antro. No lo conocía. Cuando entré había una anciana de cerca de setenta años cantando una canción sobre constructores y ladrillos. El dueño del boliche nos dijo que esa es una canción que sale mucho en el karaoke porque es de los ochenta y acá los portugueses la cantan con fanatismo. Hubieras visto a la viejita envuelta en lanas de colores cantando. Tenía chancletas.

Lindo espectáculo para ver con Sebastián, ¿no te parece, Agostinho?

Estuvimos los dos sentados muy juntos y se empezó a llenar de gente. Bien tarde los portugueses llegando a Prazeres con ganas de pasarla bien. Se empezó a llenar de homosexuales con tachas, con brillos, hombres con pelucas de colores. Eso me da un poco de espanto. No me mires así, filho. Me imagino que a vos también, ¿o no?

En la puerta del boliche anunciaban que a eso de las cuatro de la mañana cantaba A Dama da Noite, una mujer hombre que cantaba como los dioses. Como la puta madre que la parió o que lo parió. A nosotros nos tentó un poco la idea de verla así que nos fuimos quedando. Prazeres estaba llenísimo.

Gostinho, salí del agua. Se te va a arrugar la piel. Nos pedimos unas cervezas. No hablábamos entre nosotros. A mí algo de la foto de la entrada me había llamado la atención. La cara de esa cantante o de ese cantante que haría su parte a las cuatro de la mañana, aquella Dama da Noite. Sebastián estaba cansado, pero yo insistía en que nos quedáramos, quería verla. Se fueron haciendo las cuatro de la mañana entre que nos fuimos bajando las cervezas de los vasos. Ya estaban los culitos de la bebida bastante calientes y nosotros dos teníamos mucho sueño. Me acordé de la Paulinha y de su poco aguante nocturno. Son momentos así en los que pienso en tu madre.

Se hicieron las cuatro y las luces del escenario se fueron prendiendo. Apareció un enano de no sé dónde, no recuerdo bien ahora, vestido con un traje a medida color celeste. Me gustó eso del color celeste, remarcar un poco la hombría. Casi nadie decía nada, la mayoría bostezaba o vomitaba. João presentaba a la Dama da Noite con mucha alegría. Decía que había sido un hallazgo reciente, y no solamente para ellos, sino que para todo el pueblo.

A los instantes empezó a sonar exactamente la misma canción que había estado cantando la viejita antes, pero en versión norteamericana. Ahí apareció él. Todo engominado y envuelto en brillantinas. Con un vestido floreado de rosas y calas. Primero apareció de espaldas, era bastante gordo y corpulento, y en la cabeza tenía una peluca enorme de miles y miles de redes de capilares juntas. Empezaron los primeros pianos y ahí, ahí vi su cara. Jamás había visto una cara tan gozosa, ni tan parlante, ni tan lúcida, como si hubiera estado recién naciendo en los camarines. Así estaba.

Empezó la primera estrofa de la canción y ahí te vi. No sabía si subirme al escenario y recagarte a trompadas, matarte o simplemente largarme a llorar como una rana. Pensé en irme nadando lejos, muy lejos, ni bien pudiera al día siguiente. Meterme al mar de Porto, muy solo, y arrancar a nadar al continente siguiente para empezar, al menos, empezar a olvidar.

Me imaginé que vos desde ahí arriba irías a verme, pero no, no acusaste recibo para nada porque estaba oscuro. Vos no me viste, pero yo sí te vi. A eso se reduce todo, un padre a un hijo, un tatuaje y un país. Cuando Sebastián me hablaba de lo bien que cantaba esa chica o ese chico, yo sentía que podía oír o sentir cómo me corría la sangre por dentro. Cómo pasaba por una vena y entraba en otra, y salía para otro lado, y así. El recorrido completo de una de las sangres de todo mi cuerpo, no de todas, de una.

No sabía que pudieras entonar ninguna lírica ni pronunciar ninguna vocal. Agostinho, envuelto en cosas de puto, regalando toda la magia del mundo a un boliche de clase media sin salidas de emergencia, lleno de olor a pucho, a porro, a droga dura. Por supuesto no le dije nada a Sebastián. Por supuesto pensaba no decirte nada ahora, pero, filho, si tem alguma coisa que é dificil pra mim, isso é falar.